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¿Quién remató a la prensa pop? La telaraña de medios colaboradores

El periodismo musical español, que nunca destacó por su autonomía y capacidad crítica, ha sido domesticado por la industria

2008 fue el año del acabose. La prensa musical especializada quedó noqueada por una triple crisis: la crisis económica mundial, la crisis que arrastraba la industria discográfica desde la llegada de las descargas y la crisis generalizada de la prensa escrita que solo había hecho que empezar. Podríamos decir que aquel año se torció todo. Pero sería mentir. El periodismo musical en España siempre ha sido un enano con pies de barro. Nunca se ha percibido a sí mismo como un sector potente y autónomo por la sencilla razón de que nació y creció al abrigo de la industria discográfica. Nuestra prensa musical, en líneas generales, nunca ha ejercido de contrapoder. Pero de un tiempo a esta parte parece que ya ni se lo plantea, pues el apoyo de los lectores, el único factor que le había proporcionado cierta libertad de acción en el siglo XX, ha desaparecido.

La sensación de caída al vacío que vive el sector actualmente es fruto directo de su origen. La prensa musical especializada ha dependido siempre de las inserciones publicitarias de la industria discográfica. Y cuando la industria del disco se hundió, empezó el descalabro de la prensa especializada. El auge de los festivales ha disimulado el batacazo en las dos primeras décadas del siglo XXI, pero todo era un espejismo. Algunas revistas vivieron sus días dorados con inserciones publicitarias que hasta obligaban a ampliar el número de páginas. Qué tiempos… Sobrevivían medio año con pérdidas sabiendo que con la temporada festivalera los ingresos taparían las deudas. Y así cada verano hasta que llegó la pandemia. La situación era tan endeble que la histórica Rockdelux no tardó ni dos meses en echar el cierre. En otoño renació engullida por el embudo Primavera Sound en uno de los desenlaces que mejor resume la sumisión del periodismo musical a los designios de la industria. Un amargo final, sí, aunque ni siquiera pudo ser recibido con sorpresa. Era su destino natural.

Antes a los periodistas se les abroncaba si no incluían en sus crónicas el nombre del patrocinador de un festival, pero ya nadie necesita gritar

La relación de los festivales con la prensa musical es la que explica de un modo más claro el momento que vive el oficio hoy en día. Lejos quedan las entrañables escenas de desenfreno y colegueo en la barra libre para prensa del Festival Internacional de Benicàssim. Sí, leen bien. Los periodistas teníamos abrevadero gratis en pleno agosto mientras grupos ignotos como Arkarna tocaban a las 3 de la madrugada. Es todo lo que podía plantearse el emergente negocio de los festivales hace dos décadas: saciar la sed de los periodistas y esperar crónicas benévolas. En aquella época, ni los festivales ni la industria del disco osaban intentar camelarse a la prensa generalista: imponía demasiado y, en cierto modo, bastaba con camelarse a la especializada porque esa era la que luego se leía atentamente en las secciones de cultura de diarios y en la redacción de los programas culturales de radio y tele.

Ahora sí. La fragilidad de los medios generalistas es tal que, además de tener a la prensa especializada permanentemente alerta de sus necesidades promocionales, los departamentos de comunicación de promotoras y festivales firman acuerdos de colaboración con los departamentos de publicidad de medios de mediana y gran envergadura que repercuten de inmediato en el tratamiento de la información. Que nadie imagine una sección de cultura 100% impermeable a los intereses del departamento de marketing. “¡El festival se llama San Miguel Primavera Sound y tienes que escribir el nombre completo porque gracias a San Miguel podemos pagarte lo que publicas!”, me gritaron un día.

La era del medio colaborador

De aquella desagradable escena hace más de una década. Y las cosas no han ido a mejor. Los medios de comunicación y los periodistas culturales tienen tan interiorizada su fragilidad, es tan sabida en los departamentos de promoción de las distintas empresas culturales, que ya nadie necesita gritar. Las cartas están sobre la mesa desde hace años. Hemos entrado en la era del ‘medio colaborador’ sin apenas darnos cuenta. La colaboración de los medios de comunicación con las promotoras de conciertos ha existido siempre. ‘Recomendado por…’ se podía leer en el faldón inferior de carteles y entradas de giras nacionales e internacionales. Ahora ya no basta con la recomendación. El medio debe trabajar activamente para que las entradas se vendan. Y, sobre todo, no poner pegas.

Pero, ¿quién en su sano juicio las pondría? Quienes no estén metidos en este mundillo no pueden ni imaginar la cantidad de periodistas que, además de publicar sus artículos, tocan en grupos, colaboran puntual o regularmente con discográficas o festivales e incluso trabajan en empresas de comunicación que se dedican precisamente a conseguir que sus clientes (grupos, discográficas y festivales) aparezcan en los medios de comunicación. La gente que consume habitualmente prensa musical debería ver en qué condiciones materiales se redactan muchos de esos artículos. A menudo, estos otros trabajos más allá del periodismo son los que ayudan a pagar la habitación del piso compartido donde viven. La precarización galopante del periodismo lleva a esto y mucho más.

Los macrofestivales catalanes sin distancia social son la plasmación de esta tendencia imparable que supone reconvertir medios de comunicación en departamentos de promoción

Ante este panorama, los conflictos de intereses, el me debes una y el hoy por ti mañana por mí están a la orden del día. No puede ser de otro modo. Pero más que responsables, los periodistas son víctimas y no beneficiarios de esta situación. Son los medios de comunicación los que han alterado abiertamente las condiciones de trabajo, dinamitando para siempre la separación de poderes y empujando a periodistas ultraprecarizados a nublar su mirada crítica. En eso consiste trabajar en un medio colaborador, ¿no? Medio colaborador es el término acuñado para sellar ante el público un acuerdo entre una empresa musical y un medio de comunicación. “Radio 3 estará allí y te lo contaremos todo”, suelen anunciar los locutores de la cadena pública. Pero no. No te contaremos nada que pueda molestar al festival porque estaremos allí en calidad de medio colaborador. ¿Eres lo que escuchas? Eres lo que callas. Todos lo somos.

Pacto de silencio

En una industria engullida irremisiblemente por el festivaleo y los ciclos de conciertos, el papel que están jugando medios públicos y privados es desolador. Y los tres macrofestivales sin distancia social que se celebraron en julio en Catalunya son, tal vez, la plasmación más extrema de esta tendencia imparable que supone reconvertir medios de comunicación en departamentos de promoción. Vida, Canet Rock y Cruïlla sumaron entre los tres 15 medios colaboradores. Algún medio colaboró con dos e incluso los tres festivales. En total, fue una docena de medios distintos: La Vanguardia, Time Out, Radio 3, Canal 33, RTVE, Ara, Canal Blau, Catalunya Ràdio, Flashbac, Adolescents.cat, iCat FM y Enderrock. Juntos, cubrían prácticamente todo el espectro informativo catalán: prensa generalista y especializada, radio y televisión, medios públicos y privados, juveniles y viejunos. Juntos, también, componían una suerte de colchoneta mediática antidescalabros: si la cosa acaba en batacazo, no pasa nada. Tenemos red. Y si el evento hace aguas, todos a achicar. O a mirar hacia cualquier otro lado porque cuestionar ya no forma parte de nuestro trabajo. O-fi-cial-men-te.

Por si fuera poco, una telaraña mediática tan extensa y tupida acaba generando algo aún más pernicioso: un pacto generalizado de silencio. Hablamos ya de cientos de periodistas que, al trabajar en algunos de esos medios colaboradores, asumen que tampoco les resulta conveniente abrir la boca. A ver, nunca es así al 100%. Del mismo modo que ha habido periodistas de medios colaboradores que se han mostrado muy críticos con estos macroeventos, también los ha habido en medios no colaboradores que han defendido lo indefendible como si la vida les fuese en ello. Así de viciado y enrarecido está hoy el gremio y nada hace pensar que la cosa pueda enderezarse. No hay aliento para ello.

La precariedad asfixia el oficio, pero lo más difícil es escribir con las manos atadas. Tal vez los distintos colegios de periodistas de España tengan algo que decir al respecto. Mientras, sólo constatar que el concepto medio colaborador bien pudiera ser el último clavo en la tumba: el que constata el nuevo orden, el que evita a los altos mandos tener que gritar al peón díscolo, el que advierte a los que empiezan en este oficio que aquí las cosas funcionan así. Medio colaborador: ¿entiendes? El término es, en sí mismo, de una desfachatez cegadora. Tan macizo y diáfano que no hay fisura por la que atacarlo. Es el amiguismo oficializado. A cara descubierta. La constatación, mediante un contrato firmado en el despacho de arriba, de que el periodismo musical tiene que ser y será un departamento de promoción externalizado de la industria del entretenimiento.

Del cuarto poder a la cuarta pata

La prensa musical especializada en España siempre tuvo un sentido crítico tirando a atrofiado: tan implacable con la presa menor y tan amable con el pez gordo, tan feroz con el detallito y tan tolerante con lo estructural. En el pasado, el periodismo musical jugaba a observar desde cierta distancia y a cuestionar eventos y propuestas artísticas con opiniones más o menos sólidas. Podía permitírselo. Pero de un tiempo a esta parte, el cuarto poder se ha ido reciclando en la cuarta pata que sostiene negocios musicales de mediana y gran envergadura; las otras tres serían las instituciones, los patrocinadores y ese entramado de discográficas, artistas y agencias de management que conforma la industria.

¿Cómo romper este círculo vicioso y tremendamente viciado? La única esperanza, como en casi todo, son las nuevas generaciones. Periodistas que no sienten ningún vínculo afectivo o profesional con la industria musical y que, por lo tanto, no tienen nada que perder. Y eso, aprovechando que, por ahora, los medios nativos digitales aún no se han sumergido en la ciénaga del colaboracionismo mediático. Por alguna razón, la industria musical aún no ha caído en la cuenta de que tiene que atarlos en corto lo antes posible. Todo se andará.

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