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Cultura

Pérez-Reverte: “Si el Cid pasara delante de las Cortes, escupiría y seguiría cabalgando”

Un retrato del escritor Arturo Pérez-Reverte.

Sin patria, pero leal, incluso al rey que lo desterró. Mercenario, pero no un bandido. Alguien que no lucha por un Dios ni por una patria. Lucha para comer. Y lo hará a la orden del que mejor pague. Cristianos y musulmanes lo llaman Sidi, señor en árabe. Se trata de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, que protagoniza la más reciente novela de Arturo Pérez-Reverte, publicada esta semana por Alfaguara.

Después de tres entregas de la serie protagonizada por Lorenzo Falcó, el escritor, periodista y académico de la lengua recurre a un episodio de la historia de España para crear un mundo de ficción y un personaje de frontera. Ambientada en el siglo XI, la trama de Sidi se desarrolla en el territorio que se extiende hasta el valle del Duero.

El Cid de Arturo Pérez-Reverte no lucha por un Dios ni por una patria. Lucha para comer

Díaz de Vivar no es aún leyenda, porque está a punto de convertirse en una. Son tiempos revueltos, sin paz ni piedad. Bandas de guerreros cristianos y musulmanes arrasan y multiplican los salteadores y mesnaderos. Díaz de Vivar encabeza una hueste de mercenarios que lo acompaña tras el destierro decretado por Alfonso VI, y a la que unos burgueses de Algorbe ha contratado para perseguir una partida mora que azota la zona.

El Cid de Pérez Reverte sólo tiene su nombre. Sabe pelear, mandar y hacer justicia, pero necesita vivir. Tras ser rechazado por Verguer Remont II, el conde de Barcelona, a quien ofreció sus servicios, Díaz de Vivar acaba a las órdenes de Al-Mutamán, el rey de la taifa de Zaragoza. Tiene una misión: asegurar la frontera oriental de su territorio. Y así lo hará, junto al rais Yaqub al-Jatib y sus hombres.

A la manera del Western clásico, Arturo Pérez Reverte levanta una frontera dura y peligrosa -conviven moros y cristianos cual apaches y pioneros- y en la que un grupo de hombres desesperados inicia, sin ellos saberlo, la reconquista. El escritor vuelve a los entresijos de la historia de España y lo hace con un personaje revertiano hasta el tuétano, un Cid que comparte con el Capitán Alatriste ese aire escéptico, contradictorio, a la par que complejo. Sobre esto habla el novelista, periodista y académico en esta entrevista concedida a Vozpópuli

Sin patria, pero fiel al señor que lo desterró; mercenario, pero no un bandido. El Cid de Pérez-Reverte es problemático, ¿pero de qué forma?

Es un hombre de frontera. Yo quería contar cómo un simple infanzón burgalés caído en desgracia empieza a convertirse en leyenda. Es un manual sobre liderazgo, un libro de autoayuda. Un ejecutivo de una empresa de electrodomésticos puede conseguir aquí las claves de cómo manejarse, porque se trata de eso: de cómo moverse en un territorio hostil y cómo conseguir triunfar en el mundo. El Cid es un hombre mestizo en un mundo mestizo, pero se nos ha vendido siempre otra historia.

¿Cuántos Cid se han manoseado a lo largo de la historia y cuál de esos cree que la gente identifica?

El español está confuso. Hay muchos Cid, por eso yo he hecho el mío. Durante el franquismo, cuando yo era pequeño, en el año 1959, iba al colegio de los Maristas. Ahí leí un Cid que era el paradigma de la cristiandad, martillo de los musulmanes. Que empieza con él y don Pelayo la Reconquista. Se suponía que el Cid abre el camino para lo que volverían a hacer Franco y la Falange. Así lo contaron. Después vino la reacción: que el Cid es un matamoros, un mercenario, un hijo de puta, cruel… Según el momento histórico de España cambiaba la versión del Cid. 

Quise hablar del Cid que quiere comer, el que vende a un moro y mañana lo degüella. Ese Cid no se toca porque es demasiado prosaico

De ahí la necesidad de hacer su propio Cid.

No quería el estereotipo, sino ir a la realidad. Creo que nadie hasta ahora había tocado al Cid persona, que no es ni una cosa ni otra. Ese Cid que quiere comer, ganar un poco de dinero, el que vende a un moro y mañana lo degüella. Ese Cid no se toca porque es demasiado prosaico.

Visto desde el siglo XXI, resulta natural ser escépticos con personajes así. 

Cuando se usan las ideas como argumento sí habría que ser escéptico. Pero ningún Cid usa las ideas como argumento. No se plantan ante la gente para decir: "Vamos a conseguir que España sea libre, hagamos esto por la patria...". Eso es mentira. Se mueven por otros códigos. Mi Cid no se mueve por ideologías. Ni siquiera la lealtad a su ley importa, aunque para no sentirse completamente abyecto, la necesita. Si tienes algo que te sublime ya no eres un puto mercenario ni un paria. Salvando ese pequeño detalle, mi Cid es un personaje de hechos.

Y de mando. “Quien no tiene consideración con las necesidades de sus hombres no merece mandarlos”, escribe usted.

Estos hombres siguen al Cid porque él es capaz de ser uno ellos. Yo he visto gente mandar en combate. He estado en una colina, en Croacia, en medio de un fuego intenso, y en el que de pronto un tío se levanta y dice: andando. Y ocurrió: el resto se levantó y lo siguió. No iban a dejarlo ir solo, porque había creado un vínculo con ellos. Por la vida que llevé, he aprendido que aquel que dirige tiene que participar de todo lo que le está pasando a su gente, sea bueno o malo.

Hablando de líderes, ¿qué pasaría si soltamos al Cid hoy en la carera de San Jerónimo?

O bien entra y los echa a todos a mandobles, o acepta y se corrompe como ellos. Pero ese no es el mundo del Cid.

"Meter al Cid en las Cortes sería envilecerlo. El Cid pasaría a caballo delante de Las Cortes, escupiría, y seguiría cabalgando"

Tampoco podemos decir que el Congreso de los Diputados sea un mundo de ideas.

Es otra cosa. Meter al Cid en las Cortes sería envilecerlo. El Cid pasaría a caballo delante de Las Cortes, escupiría, y seguiría cabalgando, pero a esos no les gusta el Cid. A esos hijos de puta que están allá dentro los Cid les molestan, porque les hacen sentir inseguros. Cuando el infame está frente a la virtud se burla, porque la honradez, la decencia y la dignidad molestan a la gente mediocre. Se burlan porque ningún mediocre tiene armas para atacar la virtud. Su burla es la señal inequívoca de bajeza.

Aquí hay western. ¿Qué relación hay entre la caballería de John Ford y este regusto por la batalla? En ocasiones, la novela parece un manual de batalla.

Lo es. No puedes contar la historia de un guerrero como si fuese una historia social y de jardín. Las historias siempre están contigo, dentro de tu cabeza, y de pronto parte de ese mundo se hace novela. Después de ver por enésima vez la trilogía de John Ford me di cuenta de que nuestro lejano Oeste era el de ese tiempo. Nunca se ha hecho en España nuestro western y mira que hay que material. Hacer otra vez el Cid no me apetecía, ese Cid hecho de forma muy mediocre y muy tópica. Yo quise hacer nuestro western: con sus pioneros, con la frontera, con los apaches, con la cabalgada.

"Yo quise hacer nuestro western: con sus pioneros, con la frontera, con los apaches, con la cabalgada"

Como en Ford, sus novelas tienen secundarios memorables. Por ejemplo, Diego Ordóñez. ¿Puede un animal de guerra ser un hombre bueno?

Depende. Si están de tu lado son estupendos, pero si no es así... Los códigos morales que hemos generado en Occidente no valen para explicar el mundo. Valdrán aquí, pero no en el Norte de África, Eritrea o Burkina Faso. Quiero que el hombre vea el mundo de nuestros abuelos, bisabuelos y tatarabuelos: un territorio duro y hostil en el que no sobrevives con ideas. Estamos acostumbrados desde el Renacimiento y la Ilustración a pensar que las ideas tienen más peso que los hechos, y lo tienen como motor de la historia, pero en el día a día no se vive de ellas. Por eso en esta novela intento demostrar la superioridad de los hechos sobre las ideas, en aquel momento.

La mirada es importante en esta novela. El Cid no para de mirar el paisaje, el bosque, el río. Estudia lo que le rodea, todo el rato.  

Hoy, la gente que vive en la sociedad occidental se la pasa mirando la televisión y la pantalla del móvil. Ya no miramos alrededor. Hemos perdido la capacidad de protegernos del entorno con la mirada, pero el mundo sigue siendo peligroso. Yo quería devolverle al lector la idea de que en otro tiempo se sobrevivía con la mirada, que es tan importante como la espada, la cota de malla o el caso.

"Cuando me dicen machista, pienso: ‘No tienen ni puta idea’. Ojalá las mujeres fueran todas como las mujeres de mis novelas"

¿A cual rama de los héroes revertianos pertenece el Cid?

Es un personaje muy mío y está enlazado con todos los demás. Cuando un autor lleva 30 años escribiendo novelas, eso tiene que pasar. El Cid se inserta dentro de mi territorio. ¡Pero si hasta Rashida es una de mis mujeres! ¡Es muy revertiana! Por eso cuando me dicen que soy un machista, pienso: ‘No tienen ni puta idea, no se han leído un libro mío’. Ojalá las mujeres fueran todas como las mujeres de mis novelas.

Rashida puede permitirse semejante mando, porque era de la realeza.  

Una pobre lavandera no habría podido hacer eso. Era el poder lo que permitía a algunas mujeres ser más libres. Pasa lo mismo con esa idea de que en el Islam todos era tolerantes. Tampoco fue así. Unos lo eran, otros no. El rey Al-Mutamán lo es, porque es un hombre civilizado y europeizado.

¿Cuál fue su criterio para decidir cuándo mantener lo histórico y cuándo asumir las licencias narrativas?

La documentación es rigurosísima. He leído todo lo que se ha escrito sobre el Cid, incluidos los textos de musulmanes, que lo ponen a parir. Así que he decidido actuar como novelista dentro del rigor de la historia. Por ejemplo, el Cid derrotó al conde de Barcelona en dos batallas y yo lo hago todo en una. Ajusto la historia a la necesidad del ritmo narrativo. Es rigurosa historia, contada por un novelista. Un historiador, por su propia disciplina, no puede. Yo sí puedo inventarme un Ordóñez, que hubo alguno así con él. El historiador, si es bueno, te narra los hechos; el novelista te narra el alma. Quiero que, al terminar, el lector diga: ahora sé por qué el Cid se ha leído tanto.

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