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Cultura

La Malinche, madre del mestizaje, traidora de la patria o víctima del patriarcado

La figura de la que fuera intérprete de Hernán Cortés y madre de uno de sus hijos durante la conquista de México ha sufrido múltiples resignificaciones

malinche
Hernán Cortés y Malinche, en un fotograma de la serie 'Hernán'

Hija de una importante familia mexica fue vendida como esclava a los mayas y entregada como botín de guerra a Hernán Cortés. Tuvo uno de los primeros “mestizos mexicanos” con el conquistador español y fue una pieza clave en la toma del Imperio azteca. La imagen de Malinalli, Doña Marina o Malinche ha pasado de ser la encarnación del mestizaje entre los españoles y los indígenas mexicanos a una traidora a la patria que ayudó al invasor. 

En la Semana Santa de 1519, la expedición de Hernán Cortés se encontraba en Potonchan, una ciudad maya de la costa del golfo de México. Todavía quedaban unos meses para llegar hasta la capital del Imperio mexica, Tenochtitlán, pero en esta parada, obtuvieron una pieza clave en el proceso de la conquista, la que acabaría siendo intérprete, Malinali. Bautizada como Marina, por la similitud en la sonoridad de su nombre, formaba parte de un lote de 20 mujeres que el cacique maya Tabscoob había entregado como tributo a los españoles tras la batalla de Centla.

El destino de la Malinche será una vida de entregas en uno y otro lado. Había nacido en una familia de la clase alta mexica en la actual zona de Veracruz. Su infancia acomodada dio un giro de 180º cuando su padre murió y su madre se casó con otro señor local con el que tuvo un hijo. Para evitar posibles disputas sucesorias, Malinche fue vendida a unos comerciantes de Xicallanco, estos a su vez a otros comerciantes mayas que la acabaron entregando en Potonchan.

En un primer momento, Cortés había dado a Marina a uno de sus mejores amigos, su paisano de Medellín, Alonso Hernández Portocarrero, pero después se convirtió en la ‘pareja’ de Cortés, matizando siempre la condición de ‘pareja’ al tratarse de parte de un botín de guerra. 

La tropa española pronto sacó partido al bilingüísmo de Malinche combinándolo con los conocimientos del maya de Jerónimo de Aguilar, que había caído prisionero de los mayas en 1511 y no fue liberado por Cortés hasta 1519. En este tiempo aprendió a hablar la lengua maya y fue el primer intérprete de la misión. Sin embargo, los mexicas hablaban náhuatl, y aquí es donde entra en juego Marina, conocedora del maya chontal y el náhuatl. 

Los primeros encuentros entre los españoles y los hablantes náhuatl consistían en lentas y farragosas reuniones que desesperaban a Cortés. El extremeño hablaba en castellano a Jerónimo de Aguilar, este traducía el mensaje al maya, para que finalmente Malinche lo pasara a la lengua del imperio mexica. El mismo recorrido pero en sentido contrario tenía que hacer la respuesta del azteca de turno. Durante los primeros meses, la dupla entre Malinche y Aguilar fue necesaria hasta que ella aprendió suficientemente el español. 

Este papel en primera línea entre los representantes de ambos imperios tuvo que causar un verdadero shock en los emisarios mexicas con una mujer que se dirigía directamente a ellos, cuando las mujeres tenían un papel reservado para la familia. Según señaló Hugh Thomas en La conquista de México, para sus compatriotas, Malinche “debía parecer tan libre como una prostituta”.

Fruto de la relación entre Malinche y el conquistador extremeño nació Martín Cortés en 1522, considerado uno de los primeros mestizos de México. En octubre de 1524, encontramos a Marina en la expedición de Cortés a las Hibueras, en la actual Honduras, donde el 15 de enero de 1525, se casó con Juan Jaramillo, con el que tendría una hija llamada María. Poco más se sabe de doña Marina, que posiblemente murió en el año 1527. 

Copia del lienzo de Tlaxcala (s.XVI). A la derecha aparece Malinche junto a Cortés.

Resignificaciones políticas

Su posición de enlace entre estos dos mundos ha propiciado que su imagen sea una de las más moldeadas por las distintas corrientes políticas del momento, hasta el punto de haber creado el término "malinchismo", en la primera mitad del siglo XX, para designar al infiel a la patria en favor de los intereses extranjeros, en su caso invasores, un trasunto del colaboracionismo. 

En las fuentes españolas contemporáneas a la conquista aparece como un elemento importante: “fue gran principio para nuestra conquista, he querido declarar esto, porque sin Doña Marina no podíamos entender la lengua de la Nueva España y de México”, menciona Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España.

Las representaciones en estas primeras crónicas y de la época colonial son positivas, pero tras la independencia, los liberales mexicanos del siglo XIX comienzan a proyectar la imagen de Malinche como la de la traición a la patria. Aquella ‘mexicana’ que se alió y favoreció a los invasores españoles. Huelga decir que cualquiera de estas designaciones conlleva importantes cargas anacrónicas y contradicciones que en la época ya eran advertidas. Aunque algunas corrientes independentistas quería obviar los tres siglos de dominio español y remontar la esencia del México independiente a la época precolonial, su lengua, religión, e incluso color de piel, convertían este intento en una paradoja difícil de salvar.

El siglo XX sigue resignificando su figura, se crea el término malinchismo al mismo tiempo que otras corrientes la ensalzan como madre de la patria, el indigenismo la rescata con su nombre Malinalli, y recientemente el feminismo como una mujer empoderada, protagonista y capaz de trascender el rol secundario que el machismo de la época le reservaba. Recientemente, también ha adquirido una imagen positiva entre la cultura chicana (mexicano-estadounidenses) que encuentran paralelismos entre su situación y a la que Malinelli le tocó vivir, entre dos mundos y trabajando para una entidad que no es su "país".

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  • C
    cironte

    Cuando uno relee y profundiza en la historia de aquellos hombres aguerridos, patriotas y valientes, y contempla en contraste el panorama actual (encarnado particularmente en nuestros políticos), resulta imposible evitar un largo y profundo lamento: ¡Cuánto ha degenerado la especie!