Quantcast

Cultura

'La diplomática', la serie en la que 'Homeland' y 'El ala oeste' se dan la mano

Deborah Cahn es la creadora de esta producción de Netflix, protagonizada por Keri Russell

Fotograma de la serie 'La diplomática'
Netflix

El ala oeste de la Casa Blanca se convirtió en una serie icónica en los años 90 y para muchos sus siete temporadas y 155 episodios son un compendio de situaciones con demasiados paralelismos en la política real, casi tantas coincidencias entre la ficción y la vida real como ocurre en el caso de los Simpson.

Aaron Sorkin, su creador, imaginó a un presidente estadounidense demócrata, interpretado por Martin Sheen, y los guionistas de la serie, entre ellos Debora Cahn y el propio Sorkin, idearon una trama en la que el mandatario estadounidense, Josiahv 'Jed' Bartlet, tenía que enfrentarse a una situación de tensión constante ante el difícil equilibrio entre los intereses de su país y el resto del mundo.

Años más tarde, en 2011, Cahn estrenó Homeland, la serie sobre una agente de la CIA intrépida y adicta al peligro protagonizada por Claire Danes que, pese a quedar diluida en una octava temporada sin trascendencia, atrajo a la audiencia con unos primeros capítulos trepidantes y adictivos. Con estas credenciales, Cahn ha estrenado La diplomática, una serie que bebe sin disimularlo tanto de la ya célebre serie política de Sorkin como de su exitoso thriller frenético.

Hasta el momento, esta nueva ficción es una de las diez series más populares de Netflix. En ella, la actriz Keri Russell (The Americans, Oso vicioso) da vida a Katherine Wyler, una diplomática especializada en zonas de conflicto a que, poco antes de viajar a su próximo destino, Afganistán, recibe una nueva misión: convertirse en la embajadora de Estados Unidos en Reino Unido. En esta nueva tarea, cambiará las zonas de crisis en las que se siente cómoda y útil por un contexto en el que las apariencias tienen un protagonismo al que no está acostumbrada.

Su protagonista se parece más a una agente de la CIA que no encaja ni con sus obligaciones ni con las formas que se esperan de un cargo similar

La serie arranca con el ataque de un navío británico, en el que mueren decenas de soldados. Ante la confusión por la autoría del atentado, Wyler trata de poner cordura y evitar un choque entre grandes países, al tiempo que intenta lidiar con su marido, el también diplomático y político estrella Hal Wyler (Rufus Sewell), de quien trata de separarse, y que con sus actos pone aparentemente obstáculos a su todavía esposa. No obstante, no son estas las únicas cuestiones en materia política que se dirimen en una alcoba.

Puede afirmarse que los asuntos que se abordan son los mismos que El ala oeste de la casa blanca resolvía entre despachos, reuniones de alto rango y viajes diplomáticos, pero lo cierto es que su protagonista se parece más a una agente de la CIA que no encaja ni con sus obligaciones ni con las formas que se esperan de un cargo similar, lo que recuerda inevitablemente a Carrie (Homeland), un verso suelto en busca siempre de la justicia que a menudo no encaja con los deseos de sus superiores.

Si bien sus misiones no tienen puntos en común, es verdad que incluso físicamente hay conexiones, buscadas o no, para crear quizás un mismo tipo de heroína, en apariencia y en espíritu: blazer, camisa, bolso en bandolera, pelo suelto y una prisa constante en todo lo que hacen. Ambas están obligadas en cierto modo a mantener una imagen con la que no coinciden y ambas están movidas por la misma pasión, según esta redactora de Vozpópuli.

La diplomática: ¿inverosímil o realista?

A pesar del éxito que esta ficción ha tenido desde su estreno, el pasado 20 de abril, también ha encontrado detractores, especialmente entre aquellos más próximos a la carrera diplomática, que tachan de inverosímil la trama de esta serie, en la que se observa a la nueva embajadora de Estados Unidos en Reino Unido tener reuniones de calado con los mandos más altos del escalafón gubernamental, algo que, según critican algunos, es una tarea lenta en la que se busca tener confianza.

Es el caso de Javier Soria Quintana, diplomático en la Misión Permanente de España ante las Naciones Unidas en Ginebra, que en su perfil de Twitter carga contra algunos fallos de la trama, al tiempo que aplaude algunas decisiones de la ficción. "Las negociaciones: llevan tiempo y muchos niveles de preparación e intervención. No todo se resuelve al más alto nivel, ni con 'una idea feliz' que lo desbloquea todo como le parece pasar casi siempre a la protagonista", critica.

Propone un triángulo entre la diplomacia, el espionaje y la política y una pugna entre la búsqueda de la verdad y la justicia

Del mismo modo, aunque coincide en que la vida de un diplomático y su cónyuge conlleva complicaciones para compaginar las carreras profesionales, cree que en ningún caso las desavenencias se airean a la vista de todos. En cualquier caso, anima a no tomarlo como un manual de la vida diplomática. Por su parte, Guillermo Corral, embajador de España en Estonia, lamenta lo inverosímil que resulta esta ficción.

En cualquier caso y más allá del rigor, La diplomática cumple su función de entretener, convencer y ofrecer al espectador una trama que funciona de sobra para el ciudadano alejado de los entresijos políticos que no llegan a los titulares de los periódicos. En suma, propone un triángulo entre la diplomacia, el espionaje y la política y una pugna entre la búsqueda de la verdad y la justicia -encarnadas por su protagonista- y la sed por mostrar valentía y fuerza en la política, a pesar de las consecuencias.

Todo, bajo la atenta mirada de Churchill en el cuadro que preside el despacho de la nueva embajadora y con la obra Flag, de Jasper Jones, como imagen de fondo de los pasillos en los que se resuelve lo que el ciudadano nunca llega a conocer.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.