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Cultura

Fernando Bonete: "La cultura de la cancelación ha alterado nuestra forma de pensar"

Vozpópuli habla con Fernando Bonete, que acaba de publicar un libro, 'Cultura de la cancelación', sobre la proliferación de la censura en una época, la nuestra, que exalta la libertad de expresión como bien supremo

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Portada de 'Cultura de la cancelación'

Yerra quien afirme que vivimos en un contexto de libertad de expresión. Quizá sea así formalmente, quizá las constituciones proclamen y protejan la libertad de expresión, pero la realidad es menos luminosa. Uno no puede expresar públicamente determinadas opiniones ―quien lo probó lo sabe― sin arriesgar su estatus social y sin exponerse al señalamiento, primero, y a la marginación, después. 

Vozpópuli habla de todo esto con Fernando Bonete, que acaba de publicar un libro, Cultura de la cancelación (Ciudadela, 2023), sobre la proliferación de la censura en una época, la nuestra, que exalta la libertad de expresión como bien supremo. 

Pregunta. ¿Por qué decidió escribir Cultura de la cancelación?

Respuesta. Además de por la actualidad del tema y por su innegable repercusión, también por abordarlo desde otra perspectiva. Si sólo fuera por la importancia de la cultura de la cancelación, no lo habría escrito: ya hay otras muchas obras que la analizan y que lo hacen bien.

P. ¿Entonces?

R. Lo que yo he detectado es que hay una cierta confusión entre la cultura de la cancelación y la corrección política. Son cosas distintas. La cultura de la cancelación es, por decirlo así, el todo y la corrección política es la parte, un mecanismo más para articular la cancelación. Esto por un lado. 

P. ¿Y por el otro?

R. No quería referirme a la cancelación enumerando una serie de ejemplos aislados. Quería ir más allá de los casos para indagar las corrientes de pensamiento que están propiciando la cancelación, para mostrar los mecanismos y los agentes que la están ejecutando y, por último, y supongo que esto es lo más novedoso, para aventurar soluciones al problema. En la mayor parte de los libros, congresos, conversaciones que versan sobre la cancelación, se habla prolijamente del problema, sí, pero apenas se dedica tiempo a proponer soluciones a él. 

P. ¿Es la cultura de la cancelación un fenómeno estrictamente contemporáneo? ¡Siempre ha habido censura!

R. Para mí, la gran diferencia son los mecanismos implícitos, que no los explícitos, que sigue la cancelación en nuestros días. Una manera de cancelar que todos tenemos desgraciadamente presente son los grandes totalitarismos del siglo pasado. También hubo entonces censura y la cancelación. Pero uno sabía perfectamente quién era el órgano censor y quiénes las personas que ejercían esa cancelación a pie de calle. 

La principal característica de la cultura de la cancelación contemporánea es que va condicionando tu forma de pensar hasta que eres tú mismo el que te censuras

P. ¿No es así actualmente?

R. La cultura de la cancelación actual carece de órganos ejecutores. No hay un ente, un organismo, encargado de cancelar. Es, más bien, un ambiente, una atmósfera. Las cancelaciones del pasado eran explícitas ―se podía identificar perfectamente al sujeto cancelador― y las del presente son implícitas. Si lo buscas, si te afanas en encontrarlo, puedes llegar a encontrar un sujeto cancelador, pero todo es más difuso. 

P. Más etéreo. 

R. Efectivamente. Va coartándote sin que tú te des cuenta. Ésa es, sin duda, la principal característica de la cultura de la cancelación contemporánea. Va condicionando tu forma de pensar hasta que eres tú mismo el que te censuras. Llega a alterar tu visión de la realidad. 

P. Aun siendo difícil identificar a los sujetos canceladores, quizá podamos intentarlo. ¿Quién cancela hoy?

R. Tal vez merezca la pena detenerse en el ideario de quienes cancelan. Un ideario que, por cierto, es voluble. La cancelación carece de ideología propia, de una ideología que permanezca en el tiempo. Hoy se cancelan unas ideas, sí, pero mañana pueden cancelarse otras. La cancelación no es tanto una ideología como una supraideología. 

P. Hablemos sobre ese ideario.

R. Hay tres grandes corrientes, de menor a mayor importancia: el antirracismo, el feminismo funcional y el generismo queer. He ahí el núcleo de la cancelación. 

P. Dedica un capítulo del libro a las empresas tecnológicas. ¿Qué papel desempeñan en la cultura de la cancelación?

R. Lo que hacen, al final, es poner sus mecanismos al servicio de estas ideologías que acabo de citar. Mecanismos que tal vez sean los más eficaces de la historia de la humanidad. Vivimos, aunque suene anticuado, en la sociedad de la información. Prácticamente todos nuestros actos están mediatizados y dejan un registro en un servidor. Incluso cuando uno sale a correr o a hacer deporte: el reloj inteligente no registra sólo su recorrido, sino también sus parámetros biológicos. 

P. Ese servidor del que habla es, a su vez, propiedad de una corporación. 

R. Y ésta puede utilizar tus datos para ejercer presión y cancelar. 

P. Se nos impone ahora una pregunta: ¿qué ganan las tecnológicas imponiendo la agenda ―antirracismo, feminismo, generismo queer― y cancelando a quien no la sigue?

R. Diría, por expresarlo en términos tecnológicos también, que obtienen más tráfico; que, al obtener más tráfico, obtienen más datos; y que, al obtener más datos, obtienen más capital. Los datos son el capital del siglo XXI. Ni el trabajo ni las finanzas; los datos. El fin último de los mecanismos de cancelación es el lucro. 

P. Esto merece una explicación pormenorizada. 

R. Cuando, en una red social, sea la que sea, tú sólo ves información que coincide con lo que piensas o crees, no es por casualidad. La corporación te conoce perfectamente: está al tanto de tus creencias y sabe que, proveyéndote de contenidos ajustados a ellas, vas a permanecer más tiempo en la red social de turno. Más tiempo, más tráfico, más datos, más dinero.

P. Y en el sentido inverso. 

R. ¡Lógicamente! Ellos también saben que, proveyéndote en un momento dado de un contenido opuesto a tus creencias, te indignarán, te retendrán más tiempo en la red social, comentarás y, haciéndolo, aumentarás el alcance del mensaje en cuestión. 

P. Entre tanta ideología y tanto interés económico, ¿dónde queda la verdad?

R. He ahí una de las peculiaridades de nuestro tiempo, que ya no es estrictamente posmoderno. La posmodernidad sustituía la noción de «verdad» por un cúmulo de opiniones igualmente veraces y aceptables. Nuestro tiempo ha doblado la apuesta: ya no sólo se cuestiona la existencia de la verdad o la capacidad de cada uno para aproximarse a ella, sino también la propia realidad, los propios acontecimientos. 

P. ¿Es decir?

R. Ya no es que no pueda existir un juicio veraz sobre la realidad; es que la propia realidad no existe como tal. ¿Consecuencia? Cada uno puede crear los hechos, los acontecimientos, las realidades que le convengan. La realidad ya no se descubre; se construye. 

P. Esto nos remite a la ideología de género. 

R. Quizá sea el ejemplo más claro. Niega la dimensión biológica del sexo. Ya no sólo se rechaza una verdad científica, que también, sino también un dato, una realidad. 

P. Entre las soluciones que menciona, está la de superar la superstición ideológica para regresar a la ciencia. 

R. Claro. La ciencia, que estudia hechos, frente a la posverdad, que los obvia. Hay que huir de la ideología, que no es sólo la negación de la verdad, sino también la destrucción de la realidad para crear una nueva (la que a mí me convenga en todo momento). La ciencia sería, digámoslo así, la primera etapa de un retorno a los hechos, al ámbito de lo concreto.

P. Otra de las soluciones es la de una genuina libertad de expresión, una que se fundamente, primero, en la libertad de pensamiento, segundo, en un agudo sentido crítico y, tercero, en una búsqueda de la verdad. 

R. Así es. La cultura de la cancelación no sólo ha alterado nuestra forma de expresarnos; también ha alterado nuestra forma de pensar. El lenguaje es, además de la condición de la expresión, la condición del pensamiento. Si tú modificas el lenguaje, si modificas el nombre de las cosas, no sólo cambias la forma común de referirse a ellas, sino, sobre todo, aun indirectamente, la de pensarlas. Moldeas la mente de una determinada manera. 

P. ¿Cómo asegurar la primacía de la verdad en un régimen de libertad de expresión? O, por preguntarlo de otra manera, ¿no es necesaria la intervención política, la censura, para fomentar la verdad y perseguir el error?

R. Hay dos premisas que debemos considerar. 

P. Vayamos con la primera. 

R. Una cosa son las opiniones y otra, bien distinta, el conocimiento. Es la distinción clásica entre doxa y episteme. Cuando uno da su opinión, debe reconocer la legitimidad de que otros discrepen y defiendan opiniones distintas. En cambio, cuando uno se refiere a una verdad atestiguada por la ciencia y la filosofía, una verdad comprobada, hay poco que discutir. Ésa es la primera fase: admitir que hay una serie de cuestiones que son opinables y otras que no lo son. 

P. ¿Y la segunda? 

R. El diálogo y la conversación. Siguiendo a Platón, creo que es imposible alcanzar la verdad ―o aproximarse a ella― si uno no tiene la oportunidad de dialogar con los demás. La cultura de la cancelación nos hurta esa posibilidad. Tal vez luego no haya entendimiento con la otra parte, pero el diálogo es una condición necesaria. No alcanzamos la verdad sino juntos.  

P. Dice en el libro que, pese a todo, no podemos caer en el pesimismo. ¿Qué signos esperanzadores ve usted en la realidad? ¿A qué clavo ardiendo podemos aferrarnos?

R. No sé si hay signos esperanzadores, pero sí que la suerte no está echada. ¿Por qué? Porque todavía quedan reductos en los que nos podemos expresar con libertad y en verdad, porque todavía no estamos como en los peores momentos de la historia de la humanidad. Hay un ambiente de censura, cierto, pero todavía no hay una censura legal, sistemática, organizada. A los que piensan que estamos perdidos nosotros hemos de responderles que no, que qué va, que más bien estamos a tiempo. 

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  • P
    Perhaps

    La cultura de la cancelación es el neocomunismo que pretende destruir la sociedad occidental para sustituirla por la comunista agenda 2030, donde la palabra democracia no aparece por ningún lado.

    Los países comunistas bien que se protegen del wokismo (disculpen el palabro) para no contaminarse de su campaña destructora social.

  • U
    Urenga

    Ya tenemos lenguaje inclusivo hasta en las misas, imagino que es posible que las "peculiaridades" del actual Papa algo tengan que ver con ello.

    Yo por lo pronto a mis hijos los educo a conciencia para detectar todo este tipo de g i l i p o l l e c e s woke y resistirse contra ellas.

    Por cierto y aunque sólo venga muy de refilón a cuento, parece que hay un movimiento en pos de eliminar esas "chorradas" de los leísmos, laísmos y tal, haciendo un totum revolutum donde todo da igual y se hace caso omiso a las reglas gramaticales. Un buen ejemplo de ello son numerosos artículos de Vozpópuli que a menudo pongo como ejercicios a mis hijos para que detecten faltas.

  • N
    Norne Gaest

    Exceso de generalización.
    Si es así el contenido del libro, no avanzaremos mucho.
    Por cierto, dice que la corrección política es una parte de la cultura de la cancelación. Yo creo que es al contrario: la corrección política fue previa
    A partir de la sumisión a la corrección política progre, la cultura de la cancelación es una vuelta de tuerca en esa dirección. Al menos yo ha sido lo he vivido y lo vivo en España.
    La buena noticia es que hay resistencias.