Cultura

Cultura

España para antiespañoles

Santiago Alba Rico publica una ensayo sobre su relación personal con el país

Sin rodeos: Santiago Alba Rico (Madrid, 1960) es uno de nuestros mejores ensayistas vivos. Destaca por su amplísima cultura, por una trayectoria vital intensa -la movida, la militancia izquierdista, mirar España desde Túnez o El Cairo…- y también por un estilo literario refinado. Por encima de todo, podemos destacar su mirada empática, en ocasiones hipersensible, que trata con respeto a los lectores y presta especial atención a los vulnerables. Quien necesite una referencia clásica para situarse, puede confiar en que es lo más cercano a John Berger que tiene el ensayo español. Y los que busquen recomendaciones para descubrirle pueden comenzar con Las reglas del caos (1995), Leer con niños (2007) y ¿Podemos seguir siendo de izquierdas? (2015).

Ahora publica España (Lengua de Trapo, 2021), un libro de título rotundo con portada roja y amarilla. En sus más de 300 páginas intenta demostrar que la nuestra es “una nación que no acaba de existir” y que “a los españoles la unidad es lo que más nos separa”. Se trata de un texto muy personal, “a ratos autobiográfico”, que tiene interés general debido a sus amplias referencias artísticas, políticas y literarias, pero que al final solo demuestra los graves problemas que tiene la izquierda del PSOE para conectar con cualquier tipo de sentimiento nacional español (pegas que se evaporan cuando se trata de Cataluña y Euskadi). “Las naciones necesitan mitos”, nos recuerda Alba Rico, y el problema que encuentra es que los españoles solo tenemos la guerra de independencia y el gol de Iniesta. ¿Se puede sostener una tesis tan extrema en 2021?

Antes de responder, digamos que Alba Rico despliega una honestidad muy disfrutable. Explica, por ejemplo, que ninguno de sus dos abuelos era republicano: uno fue directivo de la Metro-Goldwyn-Mayer y recibía a los sindicatos con la pistola en la mesa; el otro fue espía de los nacionales en Madrid desde el comienzo de la guerra. También confiesa una temprana aversión a España basada en el miedo infantil a un retrato (imaginado) de Cervantes. Más reveladora todavía es la historia sobre la formación del círculo de Podemos en el pueblito de Piedralaves (Ávila) donde una de las asistentes (la joven madre Marta) se desapunta por el fin de fiesta de las reuniones, que consiste en cantar himnos del bando republicano. “Siento lo mismo que vosotros y, como vosotros, quiero democracia y justicia para nuestro país, pero no me gustan vuestras canciones”, explica una nota que Marta entrega al autor el día siguiente. Entonces Alba Rico descubrió algo importante: “mi mundo afectivo, tan rico entre cuatro paredes, era tan limitado -me daba cuenta de pronto- como el de un filatélico o un seguidor del Alcoyano”.

¿Cuándo se jodió el país?

Todo este material - y el resto que se recoge en el libro- puede servir igualmente para argumentar que España es un país imposible de coser como para ilustrar que el problema que aleja a la izquierda del sentimiento nacional tiene más que ver con traumas personales o grupales del progresismo, especialmente el podemismo. Alba Rico piensa, por ejemplo, que uno de los problemas fundamentales de España es la monarquía, ya que los liberales no fueron capaces de matar al Rey como en Francia ni de domesticar a la familia real como en el Reino Unido. Suena a ejemplo sólido, pero no más que la tesis de otro excelente libro como Los 90. Euforia y miedo en la modernidad democrática española (2018), donde el izquierdista Eduardo Maura argumenta con brillantez que la imagen del príncipe Felipe portando la rojigulada en Barcelona 92 es un imbatible mito nacional, nos guste mucho, poco o regular. Uno de esos momentos que cimentan el país y que no se pueden derribar (como mucho, lo intentas resignificar).

Aunque no convenza la tesis, estamos ante un libro de amplia cultura y antidogmatismo militante

Alba Rico argumenta también que existe una línea histórica que va desde los Reyes Católicos hasta Vox, pasando por la doctrina franquista, que excluye a grandes grupos humanos (marxistas, masones, separatistas...) de la condición de español. Digamos que son quienes temen y persiguen a la Antiespaña. El autor también sostiene que el país no puede basar su identidad en el catolicismo porque la sede de esta religión está en Roma. Esto también es contestable, por ejemplo Luis Antonio de Villena defiende que España ha hecho más por el catolicismo que Italia, algo evidente si pensamos en la Reconquista, el descubrimiento de América y las diversas guerras de religión financiadas por nuestros reyes. Incluso una intelectual tan joven como Elizabeth Duval proclama que “España es más católica que española”. Y todos sabemos que tiene gran parte de razón.

Hacer las paces

En realidad, hay muchísimos espacios cordiales en los que fundamentar el sentimiento personal y colectivo de pertenencia a España. Por ejemplo, el hecho de que la música nacional sea el flamenco, creada y mantenida en gran parte por uno de los grupos sociales más perseguidos del país (los gitanos, claro). El legendario Camarón incluso tiene unos preciosos fandangos dedicados a la rojigualda. Alba Rico piensa que nuestra bandera no puede resignificarse, pero intelectuales de su órbita como José Luis Villacañas - a quien cita en este libro varias veces de manera admirativa- ha declarado que "en los mítines de Más País deben estar las banderas de España que faltan en los de Podemos" (que sea necesario aclarar esto es muy revelador sobre el lamentable estado del debate nacional en nuestra izquierda).

Al final, lo que convierte en recomendable el libro de Alba Rico es su amplia cultura y -sobre todo- su antidogmatismo militante. También destaca la esperanza que transmiten los párrafos finales. Allí el autor sueña con una renovación de las dos Españas, fruto de una reforma desde abajo, “empujada y sostenida por todas las Martas de nuestro país” (recuerden a la vecina disconforme con los cantos republicanos). Le parece imposible que este cambio de piel sea con la rojigualda, a la que considera una bandera “afilada, excluyente y ceñuda”. Especula con que, cuando todo mejore, preferiremos celebrarlo con los banderines de colores de las verbenas. Me parece algo improbable, y que no ha ocurrido nunca, pero acierta en que otro de los pilares del sentimiento nacional es nuestra tradición hedonista. En realidad, seguimos con lo de siempre: la izquierda ve a España como el parque temático Francoland mientras el resto del mundo nos percibe como una atractiva mezcla de fiesta, cultura y cordialidad mediterránea. Confieso que la lectura de este libro me ha hecho sentir mucho más español; y creo que no voy a ser el único.