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Cultura

“Dame el dinero o le estallo la cabeza”, el testimonio del último judío sefardí de Viena

Este sábado se conmemora el Día internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto

campo de rivesaltes
Niños judíos, españoles y gitanos en el campo de Rivesaltes en 1941-1942. Fondos Auguste Bohny.

“Yo, el último judío sefardí de la comunidad de Viena, he vuelto por fin a España, a mi patria, a nuestra España querida, gracias”, con estas palabras Peter René Pérez cerraba su intervención en el ayuntamiento de Madrid en el acto de memoria de las víctimas del Holocausto. Sentado en una silla y ataviado con un kipá rematado con la estrella de David, Pérez de 87 años rememoraba su huida y la de su familia de las garras del Tercer Reich. “Dame el dinero, puta, o le hago estallar la cabeza”, este es uno de los primeros recuerdos de Pérez, que con menos de tres años notaba el frío cañón de una Mauser sobre su frente mientras escuchaba los gritos a su madre. La amenaza provenía del conserje de su edificio en Viena que como tantos otros racistas envalentonados por las soflamas de Hitler, abusaba de sus vecinos sin ningún tipo de miramientos. 

Pérez, nacido en 1936, pertenecía a una pequeña comunidad sefardí de Viena de entre 800 y 1.000 sefardíes, descendientes de los judíos que fueron expulsados de los reinos hispanos en tiempos de los Reyes Católicos. Su padre era un sefardí búlgaro de lengua ladina y su madre una cristiana vienesa. Cuando Peter tenía dos años, se produjo el Anschluss, la anexión de Austria a la Alemania nazi. “Fue aclamado por la gran mayoría de la población. Pero afortunadamente, con algunas excepciones, así, se presentó un día un policía vienés, con una gran cruz gamada en el brazo, para informar a mi madre que la noche siguiente, la Gestapo vendría a detener a mi padre”. De esta forma, el padre y el tío de Peter René pudieron huir a Francia, mientras su hermano mayor lo haría unos meses más tarde en un convoy para niños judíos.

“Mi madre se quedó conmigo en el piso, cada día atormentada por los nazis. Sin recursos que ya nos habían requisado, nos exigían cada día dinero para la gasolina, para reparaciones… Mi abuelo, con sus condecoraciones militares en el pecho, nos defendía de bandas de nazis liderados por nuestro conserje”, recordaba emocionado Pérez.

Peter René Pérez durante el acto en conmemoración a las víctimas del Holocasuto en el Ayuntamiento de Madrid.

Campo de concentración

El reencuentro familiar se produjo en París en 1939. “Con el pretexto que una cura marítima para mis pulmones era de vital importancia, mi madre obtuvo en mayo de 1939 un pasaporte y, por razones de ‘deshonra racial’, un pasaporte particular para mí. La política racial nazi impedía que un judío de dos años de edad entrara en el mismo pasaporte de su madre, católica, y por tanto aria”. Una gran “J” en el pasaporte marcará la “impureza racial” del niño de tres años que en las aduanas desconcertó a alguno de los obtusos cerebros de funcionarios del Reich carcomidos por la propaganda antisemita: “Es demasiado guapo para llevar la ‘J’ obligatoria, todos los judíos son feos”.

Pero la persecución nazi no hizo más que empezar, a pocos meses de llegar a París, la mitad de Francia fue ocupada por Alemania, el padre fue detenido y él y su madre tuvieron que huir al sur en enormes columnas de refugiados que sufrían los ataques aéreos alemanes. En febrero de 1941 fueron internados en el Campo de Rivesaltes, a los pies de los Pirineos franceses, con otros judíos, gitanos, presos políticos y exiliados republicanos españoles.

En uno de los momentos más emotivos de su discurso, Pérez recordaba las alambradas, las chinches, las pulgas, piojos, las infectas letrinas, la disentería, el hambre, los esfuerzos de las madres y el fallecimiento de su amigo Paco, el gitanito: "Un día, los dos tumbados y cogidos de la mano, sentí su manita enfriarse...", rememoraba entre lágrimas Peter. “Las violaciones eran frecuentes. Los adultos perdían de esta forma la razón, mientras que los niños se peleaban como animales, por un cachito de pan. Los supervivientes fueron la mayoría deportados a los campos de exterminio nazis, los españoles a Mauthausen. Pocos pudieron salvarse siendo o declarándose mineros de profesión”.

Niños prisioneros de Auschwitz muestran sus tatuajes de identificación tras la liberación del campo el 27 de enero de 1945
Niños prisioneros de Auschwitz muestran sus tatuajes de identificación tras la liberación del campo el 27 de enero de 1945.AUSCHWITZ.ORG.

En septiembre de 1942, el padre falseó unos papeles y se hizo pasar por minero profesional para poder salir del campo y encontrar trabajar en unas minas de lignito, donde la familia pasó otros seis años. El padre acabó con silicosis, la madre y el hermano siempre tuvieron afecciones psicológicas y Peter arrastró enfermedades tras las malas condiciones del campo francés.

Terminada la guerra, en junio de 1948, la familia regresó a Viena arrasada por las bombas y habiendo perdido todos sus propiedades sin ningún tipo de restitución. Pérez siguió sufriendo el antisemitismo muchos años después pero consiguió acceder a la universidad, y formar una familia. Hoy, casado y con dos hijos, declara tener una vida feliz.

Tras el acto en el Ayuntamiento, Pérez también relató su experiencia en el Senado durante las jornadas en memoria de las víctimas del genocidio judío. Este sábado se conmemora el Día internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto, en recuerdo de los más de seis millones de judíos que fueron asesinados a manos del Tercer Reich.

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