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Cultura

Las claves de la Batalla de Lepanto: ¿triunfo decisivo o victoria vacua?

El 7 de octubre de 1571 tuvo lugar la batalla de Lepanto entre la flota de la Liga Santa y el Imperio Otomano

Lepanto, por Andries van Eertvelt
La batalla de Lepanto por Andries van Eertvelt.

Hace 450 años, el estrecho que separa el Peloponeso de Etolia se tiñó del rojo con la sangre de miles de soldados que cayeron en la mayor batalla naval en centurias. Lepanto fue el choque de dos imperios en expansión que abanderaban el islam y el cristianismo, y ha llegado a ser considerada como la mayor movilización de recursos humanos hasta la I Guerra Mundial. 

La abrumadora victoria de la coalición cristiana acababa con el mito de la invulnerabilidad otomana y frenaba su expansión por el Mediterráneo. Descrita por Cervantes como “la más alta ocasión que vieron los siglos”, y como una exaltación exagerada por Voltaire, Lepanto sigue abriendo debates. ¿Estamos ante un triunfo decisivo o de una victoria sin importancia? Conmemorando la efeméride, Desperta Ferro ha reunido los textos de una decena de expertos internacionales en ‘Lepanto. La mar roja de sangre’. Una obra fundamental para entender el mayor combate naval y el contexto que lo propició.

Expansión otomana

En el siglo XVI, la expansión otomana por el Mediterráneo había puesto en alerta a los soberanos cristianos. En 1529, los turcos habían llegado a asediar Viena, y a mitad de siglo controlaban el norte de África, zonas de Arabia, los Balcanes, y se estaban apoderando de enclaves marítimos del Mediterráneo como las islas de Naxos y Quíos. La situación empeoraba con el sitio de Malta 1565, sede de los Caballeros de esta Orden; y la conquista de Chipre, la joya de la corona de la República de Venecia. 

El Mediterráneo era vital para los dos grandes imperios enfrentados, representaba el puente entre Madrid y sus posesiones italianas, incluso flamencas, a través del Camino Español; como lo era de Constantinopla con sus territorios árabes y norteafricanos. 

El 25 de mayo de 1571, la Monarquía Hispánica, la República de Venecia y los Estados Pontificios lideraron el acuerdo para participar en la llamada Liga Santa, una coalición militar para frenar los pies al Turco.  Más de tres meses les costó mover las más de 300 naves hasta el puerto de Mesina, punto de reunión elegido por su gran capacidad y sus buenas defensas. A la propia complejidad logística de tamaña empresa, había que sumar los diferentes intereses de cada una de las partes. Rivalidades y desconfianzas que generaron graves incidentes que acabaron con alguna pelea mortal entre españoles y venecianos.

Al frente de la armada de la Santa Alianza se situó Juan de Austria, hijo ilegítimo de Carlos V y por tanto hermanastro del rey Felipe II. La suma de fuerzas cristianas daba una cifra bastante similar a los dos centenares de galeras de la armada otomana comandada por Alí Bajá. 

Una batalla podía significar la erradicación de la flota completa de un reino, por lo que los monarcas del XVI tenían recelos a un gran enfrentamiento como el que supuso Lepanto. Comenta Phillip Williams profesor de la Universidad de Shanghái en el capítulo dedicado a la guerra en el Mediterráneo que los enfrentamientos estuvieron marcados por la tendencia de los otomanos a armar demasiadas malas galeras y la de los cristianos de equipar un número insuficiente de buenas galeras.

Batalla de Lepanto, de Ferrando Bertelli.

Estrategias de combate

Para visualizar la batalla de Lepanto conviene pensar en un choque frontal entre dos inmensas hileras de barcos, en la que el ala izquierda cristiana estaba pegada a la costa. En el caso de la otomana su disposición era algo más arqueada, en forma de media luna con la intención de envolver a la tropa cristiana, aprovechando la mayor maniobrabilidad de las naves turcas.

Este esquema casi especular se dividió en tres sectores con una presencia naval igualmente equilibrada. Cada bando contó con dos bloques laterales que superaban las 50 galeras cada uno de ellos, y el bloque central con los capitanes de cada armada Juan de Austria y Alí Pachá. A la zaga los dos bandos contaban con una fuerza auxiliar, comandada en el lado cristiano por Álvaro de Bazán con 31 galeras.

Desbaratar el centro de la línea otomana

La armada cristiana confiaba en un choque frontal que desbaratara el centro de la línea otomana, con la reserva de los barcos de Álvaro de Bazán en la retaguardia para apoyar al centro, siempre que los costados no necesitaran socorro. Estas naves de los cuernos izquierdo y derecho tenían como misión evitar la envoltura lateral pretendida por los turcos. Y sintetizando en extremo, el plan de los cristianos se cumplió con la trascendental participación de Bazán en el zona central.

Según comenta el doctor en Historia, Agustín Ramón Rodríguez González, este tablero de ajedrez planteado en la disposición inicial benefició a los intereses cristianos, pues las naves turcas perdían su rapidez en la navegación y su agilidad para flanquear al enemigo. 

Además, hay que destacar que Juan de Austria había serrado los espolones de sus barcos para que el cañón central pudiera disparar más bajo el enemigo. La batalla fue corta, comenzó en torno a las ocho de la mañana y al mediodía había concluido.

Balance

El balance de la bajas refleja la abrumadora victoria de los cristianos. Se trató de uno de los enfrentamientos más resolutivos de la historia en palabras de Rodríguez González. La flota otomana perdió más de 200 embarcaciones, cerca del 65% de sus buques, por un 8% de pérdidas de las galeras cristianas, que fueron suplidas por las 130 galeras arrebatadas al enemigo.

El desequilibrio también llegó en el recuento de bajas humanas. A pesar de las dificultades de este tipo de cálculos en batallas antiguas, se ha estimado unas 8.000 muertes del bando cristiano por 30.000 otomanas, a las que hay que sumar cerca de 3.500 hombres que fueron hechos prisioneros.

Alegoría de la batalla de Lepanto, de Tiziano. Felipe II sostiene a su hijo Fernando.

¿Victoria decisiva?

No hay duda de que desde que se conoció el triunfo fue considerado una de las gestas del momento y fue celebrada en toda la cristiandad. La jornada de Lepanto acababa con el mito de la invencibilidad otomana; sin embargo, los especialistas coinciden en que la batalla no alteró el contexto mediterráneo y esta es una de las principales repercusiones. Como explica Hugo O’Donnell y Duque de Estrada un triunfo turco, sumado a los terrestres, hubieran alterado drásticamente la escena mediterránea.

Williams califica la victoria desde un punto práctico como “vacua”, mientras que el profesor de la universidad de Estambul Idris Bostan la cataloga como la última gran cruzada del mundo católico, pero coincide que, a efectos prácticos, fue un triunfo temporal. 

Chipre, la gran pérdida veneciana se mantuvo en manos turcas, España perdería Túnez un par de años después, y las potencias mediterráneas enfrentadas acabarían llegando a una paz en los siguientes años. 

Terminada la contienda, el astuto duque de Alba había sugerido quemar los bosques madereros para dificultar la reconstrucción, pero las barbas del sultán rapadas en Lepanto no tardaron en crecer. Como señaló el embajador francés, la regeneración de la armada turca fue todo un prodigio:

“En cinco meses han construido 150 embarcaciones con toda la artillería y avíos necesarios.  (…) su general ya está preparado para zarpar a finales de mes cons 200 galeras y 100 galeotas, corsarias y demás, sin que el Gran Siegneur haya tenido que recurrir a un solo écu del tesoro para enorme gasto. Resumiendo, jamás podría haber imaginado la grandeza de esta monarquía si no la hubiera visto con mis propios ojos.”

Tanto para los Habsburgo madrileños como para los sultanes otomanos, la guerra santa puso de manifiesto el valor de la sagrada pazPhillip Williams profesor de la Universidad de Shanghái

Hüseyin Serdar Tabakoglu, historiador de la universidad turca de Kirklareli señala la inyección moral que supuso para los españoles. Una superioridad moral y una autoconfianza en su capacidad logística de armar enormes flotas que abrió el camino de campañas como la de 1588 contra Inglaterra, que acabó en el célebre desastre de la Invencible.

Una interesante reflexión de Williams interpreta el enfrentamiento como la consecuencia de un destino al que los dos grandes abanderados del islam y la cristiandad católica se vieron abocados: “una guerra disputada por una serie de fuertes pequeños y aislados”. “Tanto para los Habsburgo madrileños como para los sultanes otomanos, la guerra santa puso de manifiesto el valor de la sagrada paz”.

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