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Opinión

A vueltas con los Dalton y el drama de la energía en España

El ministro de Industria, José Manuel Soria (i), y el secretario de Estado de Energía, Alberto Nadal.

“La pura verdad es que, pasado ya el ecuador de la legislatura, el Gobierno Rajoy y sus Dalton no han resuelto, ni siquiera enfocado, desde una perspectiva liberal, es decir, liberalizadora y de aproximación al mercado, el problema crónico de la energía en España, y eso a pesar de su mayoría absoluta”. La frase pertenece a una columna publicada en este mismo espacio en marzo de 2014. Para aclararnos: los Dalton son los hermanos Álvaro y Alberto Nadal, actual ministro de Energía (antiguo jefe de la Oficina Económica del presidente del Gobierno en Moncloa), el primero, y actual secretario de Estado de Presupuestos (antes en el mismo cargo en Energía, a las órdenes de José Manuel Soria), el segundo. Entre los empresarios del sector energético hace tiempo se extendió la humorada de calificar a los Nadal como los hermanos Dalton, miembros de una banda de forajidos que operó en el viejo oeste americano durante la última década del siglo XIX. La especialidad de los Dalton, heredada por los impetuosos hermanos Nadal, consistía en desenfundar primero, disparar después, y preguntar al final a la víctima si le habían dado.

A mediados de 2013 y no sin antes apartar de un manotazo al ministro Soria y ponerlo en un rincón, Alberto Nadal protagonizó un sonoro golpe de mano con la aprobación del Real Decreto Ley (RDL) de julio de 2013, que marcó el inicio de una reforma eléctrica con la que el Gobierno del PP pretendió corregir la bola de nieve del déficit de tarifa, o lo que es lo mismo, la diferencia entre lo que ingresaban productores distribuidores de electricidad a través de la tarifa, y los derechos de cobro que tenían reconocidos –vía subvenciones- por las sucesivas normas aprobadas a partir del año 2000, particularmente por el RDL 661/2007 de 25 de mayo que, firmado por el ministro Clos, Gobierno Zapatero, consagró el despelote de las primas a las renovables. Alberto, con un par, cambió a los inversores las reglas de juego en pleno partido. En la columna antes citada escribimos también que “Convertido en el hombre fuerte de un Ministerio cuyo titular ni pincha ni corta, nuestro Dalton está dejando por herencia un lío jurídico morrocotudo, una rémora de pleitos que pueden costarle a España una millonada durante muchos años en instancias jurídicas internacionales. Eso, y un montón de pequeñas empresas quebradas, además de alguna grande contra las cuerdas.

Hace escasas fechas hemos recibido los primeros ecos de ese “lío jurídico morrocotudo” con la noticia de que España ha perdido el primero de los arbitrajes internacionales fallados en la Corte Internacional de Arreglo de Diferencias relativas a Inversiones, CIADI, dependiente del Banco Mundial, por los recortes aplicados a partir de 2012 a las ayudas a las energías renovables. El laudo da la razón a la firma británica Eiser Infrastructure Limited y su filial Energia Solar Luxembourg, y condena a España al pago de 128 millones más intereses. Un varapalo en toda regla. La noticia ha pasado desapercibida en el río tumultuoso de los escándalos de corrupción que nos sacuden, pero tiene una importancia innegable por muchos motivos, uno de los cuales es que nuestro país tiene planteados una treintena de denuncias ante el CIADI, todas ellas por parte de inversores internacionales, y porque, además, pone en evidencia la chapuza perpetrada por la Administración Rajoy con la ayuda inestimable de la Abogacía del Estado, y el escaso respeto que en nuestro país existe hacia eso que se llama “seguridad jurídica”.

Eiser Infrastructure y su filial luxemburguesa invirtieron 125 millones entre 2007 y 2009, en una participación minoritaria -como socios de la española Elecnor- en tres instalaciones termosolares ubicadas en Alcázar de San Juan, Ciudad Real (dos de ellas, con un 37%) y en Badajoz (la tercera, con un 33,8%), cada una con una potencia de 50 megavatios (MW), y todas acogidas al régimen del RD 661/2007, un dislate regulatorio insostenible el de ese Decreto, cuya primera consecuencia fue el boom de las llamadas granjas solares. Tras el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, los especuladores del ladrillo pasaron en masa a invertir en granjas solares en busca de las sustanciosas primas ofrecidas por el Gobierno Zapatero. Si en 2007 había instalados 637 MW de fotovoltaica, apenas un año después la cifra había escalado hasta los 3.355 MW, cinco veces más, con el consiguiente derroche de primas que permitían a los promotores hacer frente a la inversión y obtener una jugosa rentabilidad.

Una crisis que hundió el negocio renovable

La crisis cayó como una losa sobre el negocio a partir de 2008, hundiendo la demanda de electricidad en el contexto de un sistema eléctrico sobrado de capacidad, sobrecapacitación de la que no eran solo responsables las renovables, sino también los ciclos combinados –las centrales que utilizan gas para generar electricidad y que también expulsan CO2, si bien en menor medida que las térmicas de carbón- cuya construcción se venía incentivando desde hacía tiempo. El resultado fue un déficit de tarifa que llegó a rondar los 25.000 millones y al que había que poner freno de alguna manera. Lo había intentado Miguel Sebastián de forma tímida, aplicando en 2011 los primeros recortes de primas, pero en esto llegó Nadal con su guadaña. Lo hizo decretando el parón de las renovables y el recorte de los incentivos, y además con carácter retroactivo. Y lo hizo a las bravas, en su despacho y con el auxilio de una hoja de cálculo Excel. Más o menos.  

En efecto, en diciembre de 2012 el Gobierno aprobó un impuesto a la generación de energía del 7% sobre el valor total de la volcada a la red, y en julio de 2013 derogó el RD 661/2007, sustituyéndolo por un sistema retributivo basado no en la producción, sino en la potencia instalada, sistema que garantizaba una rentabilidad antes de impuestos del 7,398% calculada sobre los costes teóricos de plantas tipo. Alberto Nadal cambia radicalmente el sistema retributivo, diciendo a los inversores lo que a su juicio tienen que ganar, la rentabilidad que tienen que obtener los distintos tipos de plantas. Un monumento al liberalismo sin parangón. El ministro calculó esa retribución proyectando los ingresos necesarios para lograr una rentabilidad antes de impuestos de 7,398%, basada en costes hipotéticos de una hipotética instalación tipo. El grupo Eiser sostiene que con el nuevo régimen retributivo sus plantas pasaron a percibir unos ingresos notablemente inferiores a los necesarios para cubrir costes financieros, lo que obligó a reestructurar la deuda de las sociedades vehículo, e implicó no poder hacer frente al pago de los préstamos bancarios y, naturalmente, no ofrecer ningún retorno al capital invertido. ¿Resultado? La destrucción del valor de su inversión, que pasó de 125 a 4 millones a finales de 2014.

En diciembre de 2013, Eiser remitió a CIADI una solicitud de arbitraje contra España acogiéndose al Tratado de la Carta de la Energía (TCE) del que España forma parte y al amparo de los artículos 10 (principio de trato justo y equitativo) y 13 (prohibición de expropiación sin contraprestación) del mismo, exigiendo la plena reparación de los daños sufridos por sus inversiones. España basó su defensa en negar al Tribunal arbitral la jurisdicción pertinente para conocer de la reclamación, poniendo en duda que el grupo británico hubiera realizado inversión alguna a largo plazo, con el correspondiente desembolso de los fondos, y sosteniendo, subsidiariamente, que en modo alguno había incumplido el TCE. Ya avanzado el proceso, la Abogacía del Estado intentó una última maniobra argumentando que las plantas objeto del arbitraje tenían una potencia instalada superior a los 50 MW, lo que les excluía del rango de intervención del RD 661/2007 y, por tanto, de poder recibir prima de ninguna clase. 

El Tribunal, tras declararse competente para entender sobre la controversia (excepto en el punto relativo al impuesto del 7%, que excluye del ámbito del TCE al tratarse de una potestad soberana de los países firmantes), declara, por unanimidad de los tres árbitros, que España violó los artículos del TCE antes citados, y considera que el cambio regulatorio objeto del laudo vulneró el principio de trato justo y equitativo que asumió en el TCE, calificando el nuevo régimen regulatorio de “profundamente injusto e inequitativo”, al privar a Eiser de la práctica totalidad de su inversión. Hubiera sido legítimo, sostiene, que España adoptara modificaciones en su marco regulatorio por razones de interés público, siempre y cuando se hubieran respetado las características esenciales del régimen al que se acogieron los inversores al hacer su inversión. En consecuencia, concede a Eiser una indemnización de 128 millones por los cambios regulatorios a partir de 2014, calculados sobre una metodología de descuentos de flujo de caja y sobre una vida útil de 25 años, en lugar de los 40 que solicitaba.

Mariano Rajoy no se molesta en contestar

El argumentario de la delegación española (siete Abogados del Estado y otros tantos del bufete BDO) rozó a veces lo patético. Hasta tres versiones diferentes dio uno de los testigos propuestos por el Gobierno. Los peritos tampoco resultaron convincentes, frente a la contundencia de los informes de los expertos de la parte demandante. En el proceso se puso de manifiesto que el propio Mariano Rajoy había dejado de contestar las misivas que los gestores del grupo Eiser (con el asesoramiento de Allen & Overy) le dirigieron, pidiéndole una negociación “en aras de alcanzar una solución amigable de esta controversia” (carta del 26 de abril de 2013). Les contestó el ministro Soria (7 de mayo), reclamando que el documento fuera redactado en castellano, exigencia que se cumplió el 15 de mayo. Tras una nueva misiva a Rajoy el 30 de julio del mismo año, el Tribunal aclara que “los demandantes afirman no haber recibido nunca respuesta a su solicitud de negociaciones”. El resultado de todo ello es que incluso el árbitro nombrado por España acabó dando la razón a Eiser y sus socios en su demanda.

Años después de la llegada al Gobierno y sus arrabales de los brillantísimos e inteligentísimos hermanos Dalton, España sigue sin contar con esa reforma energética capaz de abaratar los costes de producción de nuestras empresas, cuestión básica para consolidar el crecimiento económico y aligerar el bolsillo de unos consumidores que soportan un recibo de la luz que apenas refleja el verdadero coste de la energía y su transporte, una reforma, también, capaz de acabar con el carbón, es decir, dejar de producir energía con tecnologías que emiten CO2. En realidad, esa reforma ni está ni se le espera. A cambio, los famosos Dalton, ahora con un perfil muy bajo, que las balas silban salvajes en derredor, le han dejado a España el “regalito” de los miles de millones que nos van a costar los arbitrajes pendientes. Sin ninguna nueva instalación de renovables (ni eólica ni solar fotovoltaica) efectuada entre 2013 y 2016, el ministerio que dirige Álvaro Nadal acaba de sacar a subasta 3.000 nuevos MW eólicos, 1.800 de los cuales han ido a parar a una empresa semidesconocida, Forestalia, propiedad de un empresario aragonés, Fernando Samper, que ha pasado en un abrir y cerrar de ojos de los mataderos cárnicos a los modernos molinos de viento. La mayoría de las empresas del sector no han acudido a la puja, al no estimar rentabilidad alguna en el negocio propuesto. ¿Cómo saldremos de esta nueva aventura? Cosas de los Dalton y su deslumbrante talento.

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