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Opinión

El problema no es solo Cataluña

El problema no es solo Cataluña.

“Nos han pedido que no hablemos del tema catalán porque la audiencia cae inmediatamente”. Desde hace unos días, no me quito de la cabeza esta jugosa confesión, que me hizo un notable tertuliano televisivo. Por lo que he podido indagar después, su cadena no es la única que argumenta de este modo ante la agenda mediática soberanista. Es sorprendente lo mucho que puede decir una frase tan corta. Allí está resumido nuestro sistema de medios, que baila desde hace años al son de las audiencias. Allí está decantada, también, nuestra historia reciente como nación. Tan pocas palabras y tantas ambivalencias.

¿Qué significa que la audiencia desconecta cuando se empieza a hablar del tema catalán? En primer lugar, revela un enorme agotamiento, un hastío infinito por una burbuja política y mediática que nos persigue a todos como una pesadilla sin fin. El hartazgo es perfectamente comprensible y se da también en la sociedad catalana. Cada vez son más las personas –también con sensibilidad nacionalista– que reconocen que cambian de canal o emisora cuando oyen hablar del Procés. Hasta a los propios diputados de Junts pel Sí se les ve en el Parlament agotados de la dinámica soberanista y de la sucesión de tantos falsos días históricos.

Cada vez son más las personas –también con sensibilidad nacionalista– que reconocen que cambian de canal o emisora cuando oyen hablar del Procés

Pero la desconexión de las audiencias frente al reto independentista tiene también otra lectura. Revela la anemia nacional que vive España. No hace falta ser muy perspicaz para percatarse de que nuestro patriotismo constitucional anda escaso de pulso y nervio. España se encuentra ante un reto histórico y la respuesta más habitual que uno percibe es la indiferencia. “Que se vayan de una vez”, se oye de vez en cuando. Como afirmaba un reconocido jurista catalán, “al final no nos iremos, nos echarán”.

Esta indiferencia general ante el órdago independentista tiene, de nuevo, sus ambivalencias. Por un lado, constata y nos permite celebrar el fin de un nacionalismo español con pulsiones absolutistas. La desdivinización de la nación es siempre una buena noticia. Pero, al mismo tiempo, esta indiferencia denota también que el principal problema de nuestro país como proyecto histórico y político no es el envite independentista, sino el distanciamiento progresivo de la ciudadanía con respecto a la misma idea de España.

Hace tiempo que desde el constitucionalismo catalán pedimos una mayor implicación del conjunto de la ciudadanía española. Somos muchos los catalanes que pensamos que vale la pena seguir trabajando por el proyecto común español. Lo hemos hecho durante los años de la tormenta perfecta independentista. Pero a veces nos hemos sentido poco acompañados por la sociedad civil del resto de España. ¿Por qué es tan difícil obtener el apoyo explícito y público de deportistas o figuras del mundo de la cultura, del arte y de las letras? ¿Por qué es tan complicado conseguir un poco de apoyo económico empresarial para los proyectos en favor de la unidad y la convivencia que se promueven desde Cataluña? ¿Por qué el mundo intelectual y universitario se ha implicado tan poco? ¿Tan acomodados y aburguesados estamos todos?

No será difícil pinchar la burbuja independentista si la ciudadanía constitucionalista de Cataluña y del resto de España se moviliza

Lo que aquí propongo no es en absoluto un despertar de la agresividad. Al contrario. Lo que pedimos es que nos ayudéis a tender puentes, a reforzar los lazos, a organizar foros de encuentro y de diálogo para repensar nuestro país y hacerlo, así, atractivo para todos. Necesitamos la implicación y el compromiso cívico de todos para una gran labor de pedagogía, para reconectar a la sociedad catalana con el resto de España. No será difícil pinchar la burbuja independentista (por muy interiorizada que esté en algunas capas) si la ciudadanía constitucionalista de Cataluña y del resto de España se moviliza para recoser la concordia. No será difícil, pero requiere el compromiso de todos.

La política tiene sus caminos. El Gobierno de España está haciendo lo que debe. Suave en la forma y contundente en el fondo. Justo lo contrario de lo que desearían los rupturistas, que sueñan con acciones espectaculares que aviven su victimismo. Ciertamente, el diálogo con las élites independentistas es muy complicado, porque su posición está enrocada a la sombra del mito Casanovas (el martirio nacional como forma de acceso a la gloria). Por eso, de lo que se trata es de emprender un diálogo a fondo con el conjunto de la sociedad catalana. Y para ello necesitamos a todos los activos de la realidad nacional. 

Soy optimista. Las crisis son también oportunidades. El envite independentista puede ser también una gran ocasión para despertar un nuevo patriotismo constitucional y abierto. El reto catalán es una oportunidad para repensar España como un proyecto político y cultural atractivo, que reivindica lo mejor de su pasado y se proyecta hacia un futuro compartido. Tenemos un clima extraordinario y un carácter envidiado. Tenemos un patrimonio histórico, artístico y cultural extraordinario. Estamos liderando el crecimiento económico en Europa y disponemos de fuerzas creativas de primer orden. Somos puerta de Europa y puente con América. ¿Por qué no nos ponemos en marcha de una vez?

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