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Opinión

Don Mariano sigue sin saber cómo hincarle el diente al marrón catalán

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy

Don Mariano sigue extraviado, abrumado por la importancia del envite que le ha tocado vivir como presidente del Gobierno. A él le gustaría volver a los buenos tiempos de la mayoría absoluta (“Dime vencedor Rapaz,/ vencido de mi constancia,/ ¿Qué ha sacado tu arrogancia/ de alterar mi firme paz?”), en los que, enfrentado a una crisis de caballo, fue capaz de ganar su gran batalla, la del riesgo país, sin apearse del burro, sin hozar en el barro, simplemente esperando y diciendo “no” a quienes le reclamaban diligencia a la hora de solicitar el rescate a Bruselas. Este desafío es de otra sustancia, de más calado, de mayor arboladura. De una crisis financiera se termina saliendo; de una ruptura territorial no hay forma de resurgir sin un enorme desgarro en el alma colectiva, un reguero de lágrimas capaz de hipotecar no ya la paz, que por supuesto, sino el bienestar y el nivel de vida de varias generaciones. Una herida en el inconsciente colectivo que dejaría huella indeleble en la historia de España.

Enfrentado a este otro rescate, el de verdad, el rescate de España de las garras del nacionalismo, a don Mariano le asaltan las dudas, le crecen las sombras, le multiplican los miedos. Él sería partidario de no hacer nada, simplemente esperar y ver, esperar a ver cómo se despedaza ese universo magma que ha llevado a Cataluña al borde del precipicio, ver cómo en el PDeCAT se tiran los trastos a la cabeza, cómo esos pijoprogres millonarios tipo Rodés salen huyendo en busca del generalito dispuesto a salvar otra vez sus fortunas, cómo la CUP arremete cual toro de Knossos contra Puigdemont, dispuesta la del flequillo en hacha a esparcir sus cenizas por el golfo de Rosas. Eso es lo que le gustaría. Y podría salirle. Podría haberle salido. Lo que ocurre es que ya no puede. No, por ese rumor sordo que, in crescendo, sube por las calles de la España apaleada pidiendo determinación, pidiendo aplicación de la ley, pidiendo respeto para la Constitución, diciendo, en fin, que hasta aquí hemos llegado y que se acabó el macabro juego del verlas venir, dejarlas pasar, y si te mean encima decir que llueve. Una cuestión de dignidad colectiva.

Él sería partidario de no hacer nada, simplemente esperar y ver, esperar a ver cómo se despedaza ese universo magma que ha llevado a Cataluña al borde del precipicio"

De modo que Don Mariano no pierde ocasión de renovar sus ofertas de paz a los sediciosos en cuanta ocasión propicia le sale al paso, sea en el salón de sesiones del parlamento, sea ante los micrófonos de cualquier tumulto de prensa. Ayer mismo, a las puertas del final del capítulo primero del vodevil, volvió a repetir el mantra de que si el señor Puigdemont vuelve a la senda de la virtud y abandona de una vez esas divertidas chiquilladas del golpe de Estado, todo volverá a la normalidad, porque estamos más que dispuestos a meter el 155 en un cajón y aquí paz y después gloria, no me obligue usted a hacer lo que de ninguna forma quiero hacer, no se cansa de repetir el bueno de Mariano, así que, hombre de Dios, aparte de mí este cáliz, que es muy molesto tener que arremangarse y cumplir con las obligaciones del cargo, no me fuerce usted, que yo no quiero, y menos que yo quiere Sánchez, el aliado cogido con alfileres que la fortuna me ha deparado.

El riesgo de unas elecciones anticipadas

La última moneda de cambio escapista que ayer cobró fuerza tiene que ver con las elecciones catalanas: si Puigdemont las convoca, el Gobierno volvería a olvidarse del 155, y la verdad es que uno no sale de su asombro, porque, a menos que Mariano, Soraya et altri dispongan de una información de la que carece el común de los mortales, que es muy posible, es más, debería ser imprescindible que así fuera, no se puede entender que el Gobierno de la nación esté dispuesto a permitir que el golpista número uno del elenco convoque elecciones y dirija la fiesta desde su absoluto desprecio al Estado de Derecho, dispuesto como está, como estaría sin la menor duda, a utilizar los medios de comunicación públicos y el aparato institucional de la Generalidad en beneficio del Movimiento, sin que a estas alturas quepa descartar cualquier clase de maniobra trapacera, incluso el pucherazo, vista la elegancia con la que esa tropa ha manejado los resultados de un referéndum donde uno podía votar cuantas veces le viniera en gana.

Es cierto que los adelantos electorales los carga el diablo y quien los propone nunca sabe si el tiro le saldrá o no por la culata, más aún en una Cataluña asqueada de la perenne mentira nacionalista y asustada por las perspectivas de empobrecimiento que la fuga de empresas vaticina, pero esa disposición a permitir que los golpistas organicen sin condiciones previas, sin saneamiento previo, sin previa democratización del escenario electoral, unas elecciones autonómicas, parece una operación arriesgadísima para los intereses de la mayoría de los catalanes y no digamos ya del resto de españoles. Sin controlar a los Mossos, sin neutralizar esa fábrica de detritus ideológico que es TV3, sin intervenir en un aparato de enseñanza montado por el nacionalismo para adoctrinar las mentes de niños y jóvenes, sin poner un cierto orden en una Administración copada por el nacionalismo, sin asegurar, en suma, una igualdad de oportunidades para todos los partidos en liza, sin restablecimiento de las libertades básicas propias de un Estado de Derecho, esas elecciones suenan a suicidio.

No se puede entender que el Gobierno de la nación esté dispuesto a permitir que el golpista número uno del elenco convoque elecciones y dirija la fiesta desde su absoluto desprecio al Estado de Derecho"

El otro camino, el serio, el duro, el esforzado, es el que no quiere recorrer Mariano Rajoy y su entorno, con la ilustrísima Soraya a la cabeza. Porque es el camino del sudor, las lágrimas, y probablemente la sangre. Digámoslo ya: lo de Cataluña no va de una semana, un mes, o un año. Arreglar la desolación de libertades dejada en Cataluña por un supremacismo nacionalista de claro signo totalitario va a requerir mucho tiempo, mucho esfuerzo y mucho talento. Mucha determinación. Mucho coraje democrático. Es un trabajo de una década, como poco, el empeño de los diez años que empleó Jordi Pujol en lanzar, año 1990, su “Programa 2000” destinado a recatalanizar Cataluña y sembrar el huevo de la serpiente que hoy amenaza las libertades de todos. Lo publicó José Antich el domingo 28 de octubre de 1990, en la edición impresa de El País. Está en las hemerotecas: “El Gobierno catalán debate un documento que propugna la infiltración nacionalista en todos los ámbitos sociales”. Antich fue luego director de La Vanguardia, y ahora dirige un medio digital subvencionado por la Generalitat y rabiosamente independentista.

El férreo control de la sociedad catalana

El documento hablaba de la obsesión por inculcar el sentimiento nacionalista en la sociedad catalana, a través de “la infiltración de elementos nacionalistas en puestos clave de los medios de comunicación y de los sistemas financiero y educativo”. Don Pujolone concedía particular importancia a la “catalanización de la enseñanza” –ese problema al que el PP dio el lunes la espalda en el Congreso-, mediante el control de los profesores, vía control previo de la “composición de los tribunales de oposición para el profesorado”, todo ello destinado a introducir en los niños “la doctrina nacionalista”. Toda esta monstruosa obra de ingeniería social es la que hay que desmontar en Cataluña, don Mariano, y todo lo demás son excusas escapistas de cobardón dispuesto a mansear en tablas como los toros malos. Y esto no se hace en un rato, ni se logra con reconvenciones buenistas a Puigdemont para que se arrepienta y sea buen chico.

El miedo se ha hecho carne en el PP, del mismo modo que la traición a España ha hecho callo histórico en el PSOE. Todos sabemos que la tarea no es fácil. Y que será necesario tirar de talento, el cerebro antes que las vísceras, pero este desafío a las libertades de todos, que de eso va el golpe nacionalista, no se frenará con paños calientes, no se logrará esperando que los independentistas entren en razón y aprendan que el camino de la independencia solo conduce al abismo. Aguardar que los malos se tornen buenos por una especie de nuevo milagro de Fátima es una entelequia reñida con la razón que repugna al corazón. El resultado de la reunión del politburó del PDeCAT de anoche volvió a dejarlos a ustedes, Mariano y Pedro, en evidencia. Los convergentes, en quienes tantas esperanzas habíamos depositado, les dijeron que si aplican el 155 se pondrán detrás del illuminati Puchi como un solo hombre. De modo que además de cornudos, apaleados. Entendemos que a usted, don Mariano, no le avergüencen este tipo de lances, pero, por favor, ahorre a los españoles la vergüenza que su falta de patriotismo les produce.

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