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El yoísmo se le vuelve a Higuaín

La escena pasó de largo, pero era antipática. Mucho. Egoísta, insolidaria, vanidosa. Higuaín se encontró un balón en la frontal del área, lo cruzó de primeras a la media vuelta y lo alojó en un rincón de la portería de Courtois. Gol. Al fin. El Pipita corrió como un poseso para celebrarlo. Y se señaló a sí mismo: yo, yo, yo. Nada de nosotros, yo. Nada de Argentina, yo. Nada del equipo, yo. Quizás un acto reflejo aprendido en donde más se estilan esos arrebatos individualistas, contagio de Cristiano. O quizás un desahogo espontáneo tras muchos días sabiéndose cuestionado por su reincidente falta de pericia frente a la portería. Bueno, su selección se metió en semifinales gracias a su obra personal. Narcisismo repelente, pero indiscutible.

La escena antipática se repitió en la final. Lavezzi ajustó un pase raso y enrosacado desde la derecha e Higuaín, al galope, lo remató en el segundo palo al fondo de la red. Y otra vez la carrera poseída. Y otra vez el dedo señalándose sucesivamente a sí mismo. El yo, yo, yo. Nada de equipo, yo. Nada de nosotros, yo. Nada de Argentina, yo. Pero la gloria personal se fue enseguida por el desagüe: al otro lado de la celebración, el linier permaneció inmóvil con la bandera en alto. El árbitro hizo caso a su ayudante e invalidó el tanto. Fuera de juego. De él, él, él. De Higuaín. Que ya no se señaló, para culparse no, que a cambio mandó por ahí al del banderín, como si la responsabilidad fuera del resorte y no de su mala posición.

Unos minutos antes, el propio Higuaín había desperdiciado por un costado un remate franco frente a Neuer. Un regalo de Kroos, que le sirvió hacia atrás en bandeja el retrato de la final. Pero yo, yo, yo lo falló. La pifia del Mundial, lo declararon luego. Unos minutos después, Götze elevó el uno verdadero al marcador de Alemania. Y se abrazó a todos sus compañeros. Campeón del Mundo.

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