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Cultura

Carmen Posadas: “Los buenos libros nunca dan respuestas, suscitan preguntas”

Leonid Sednev, deshollinador imperial, tenía 15 años la noche del 17 de julio de 1918. Fue el único superviviente y testigo invisible del asesinato de la familia imperial rusa a manos de la revolución bolchevique. Al final de su vida, poco antes de morir, Sednev recompone sus recuerdos y comienza un relato en el que Carmen Posadas recrea los últimos años del imperio ruso y el cambio de régimen, desde 1912 hasta 1918.

Vestida con una ceñida camisa de leñador a la que sus enormes pendientes y pulseras despojan de cualquier aire folk, Carmen Posadas tose, varias veces. Es una mañana de agua nieve y atascos. En la planta quinta de la sede madrileña de Planeta, la escritora uruguayo española intenta deshacerse de los restos de un catarro, a la vez que cuenta los detalles de El último testigo (Planeta, 2012), su más reciente novela, en la que narra a través de la vida de un water baby -muchachos empleados especialmente para limpiar los rescoldos de las estufas- una historia que intenta mezclar -en palabras voluntariosas del editor- el poder y la lealtad; el amor y las intrigas; la memoria y la muerte.

Enamorado de una de las duquesas, a las que contempla embelesado desde su escondite tras las rejillas de las estufas, Leonid Sednev recorre el palacio, escucha conversaciones, aprende a vivir entre grandes señores. Verá los años felices pero también los que sobrevienen tras la Gran guerra de 1914; presenciará el ascenso de Rasputín, su influencia sobre la zarina Alejandra y el zar Nicolás II, así como la muerte del consejero en una conspiración política a manos del Servicio Secreto Británico. Durante su investigación, Carmen Posadas tuvo acceso a archivos desclasificados del FBI sobre la muerte del místico monje.

A mitad de camino entre una novela histórica y una novela de iniciación, El testigo invisible se vale de una historia de grandes escenarios y personajes en su gran mayoría reales, pues muy pocos, apenas los que permiten la urdimbre de la trama, no lo son. Sobre una historia mil veces contada, Posadas se plantea, ante el dilema del lugar común y el juicio de valor que acosa este tipo de libro, afirma haber evitado la  “historia de buenos y malos”. “Intento retratarlos (a los personajes) con sus defectos y con sus virtudes y que el lector saque sus conclusiones”, dice la autora de Pequeñas infamias (Premio Planeta, 1998), mientras se acomoda un mechón de cabello con sus largas manos de dedos sin apenas anillos, a excepción de una fina alianza dorada en el anular izquierdo.

-Después de su última novela,  Invitación a un asesinato (Planeta, 2010), ¿por qué decidió a retomar la novela histórica y, más concretamente, por qué se propuso como tema la Rusia de los Zares?

-Yo viví un tiempo en Rusia. Mi familia vivió ahí y yo me casé también en Rusia, y podría decir que conozco bastante bien la mentalidad rusa, de todas formas, tenía en la cabeza otra historia, hasta que mi hermano me dijo… '¿por qué no haces algo sobre las hijas de los zares?'. Yo pensé: ‘¿Otra novela más sobre las hijas de los zares y la familia imperial?’.  Ya hay millones y millones de libros al respecto. Pero encontré este personaje que se llama Leonid Sednev, un personaje real, la única persona que salió viva de la casa donde mataron a los zares. Me pareció interesante hacer una historia de abajo hacia arriba, como lo que es Downton Abbey, que habla de la vida de los criados y de los señores. Es justo desde ese punto de vista desde donde cuento la misma historia y trato de ser lo más fiel posible a cómo fueron los hechos.

-A diferencia de historias suyas anteriores como La bella Otero o la Teresa Cabarrús de La cinta roja, Leonid Sednev no es una figura que haga todo por despuntar. Es un personaje  al margen, un deshollinador, alguien que vive, justamente entre rescoldos de estufas, en los conductos del Palacio. Es un testigo completamente borrado, invisible.

-Mis otros personajes son más protagonistas y él es un testigo. En eso me siento más identificada. Por mi forma de ser, me siento más un testigo. Siempre me ha gustado más observar, así que creo que este personaje me encaja más. Lo que más me gustaba de Leonid Sednev es pensar que él ha sido fiel a una historia durante toda su vida y no la cuenta. Conocí a una persona que fue así, que había sido un testigo de algo muy notable. Cuando le preguntaba por qué no lo había revelado, él me decía: ‘Los recuerdos son como los encantamientos, cuando los cuentas se desintegran. Yo he vivido una vida tan extraordinaria, que no quiero que se rompa este hechizo’, me dijo. Me gustó tanto esta frase que decidí atribuírsela a este personaje, que a diferencia de tantos otros, no cuenta lo que ha visto hasta que muere.

-A lo largo de su investigación, consiguió documentos desclasificados del FBI a través de los cuales obtuvo datos nuevos sobre la muerte de Rasputín.

- Ese es el aporte quizás más documental de la novela. Lo que no es tan conocido es lo que tiene que ver con las relaciones sentimentales de las duquesas. Alrededor de la familia imperial se han tejido una gran cantidad de leyendas. Pero, en este libro, lo que es verdad es verdad, la historia de las duquesas es cierta. Sobre la muerte de Rasputín, estos archivos, que se desclasificaron hace como cinco años, plantean la participación de los servicios secretos británicos en el asesinato de Rasputín, algo completamente verosímil, porque los británicos sabían que él tenía mucho ascendente sobre el Zar, y que de él dependía que Rusia permaneciera o no en la Gran Guerra. Los servicios secretos sabían que había muchas conspiraciones en marcha contra Rasputín en ese momento, lo que hicieron fue ver cuál tenía más posibilidades, así que descubren a Yusupov y tutelan esta conspiración, que al final es una conspiración de pacotilla.

-En El testigo invisible existen muy pocos personajes ficticios, casi todos son personajes reales.

-Esta historia tenía varios retos. Uno de ellos, el principal, es que tratándose de una historia tan potente, lo principal era preguntarse: ¿qué dejo fuera? Hay que tratar de hacer un equilibrio. Como a mí no me gusta fantasear demasiado, intento que el soporte ficcional sea el mínimo para que no interfiera con la historia, pero que me dé juego para humanizar a los personajes. De ahí que los personajes de ficción sean mínimos. Está la tía Nina, que sirve de pared de frontón para contar muchas historias; está Iuri, que es un niño, y en cierta forma plantea ésta como una novela de iniciación, porque él es quien inicia a Leonid en la vida de Palacio. Iuri es además uno de los que más me gustan, es un Romanov, sólo que tiene la mala fortuna de nacer bastardo y se convierte en lo que llaman un criado de sangre. Otra de las dificultades que tuve, se me planteó en el sentido de que no quería hacer una historia de buenos y malos, quería que fuese el lector quien los juzgase, yo intento retratarlos con sus defectos y con sus virtudes y que el lector saque sus conclusiones.

-¿Cómo esta historia, enfocada en un momento histórico traumático, de muchos cambios y tremendamente convulsa, se relaciona con el presente?

-Cuando yo empecé a escribir, la crisis ya estaba en marcha, así que no me planteé directamente una historia sobre la revolución rusa, pero también es cierto que ésta también es una época de cambios y que narra un proceso traumático, y en ese sentido, pienso que quizás pueda plantear algunos aspectos comunes. Tanto en la revolución francesa como en la revolución rusa, los primeros estallidos son siempre movimientos asamblearios, que es algo similar a lo que pasó con el 15M. Eso es maravilloso y romántico, pero inoperante, pero sí puede ayudar a ver cómo se gestan los movimientos.

-Existen escritores que plantean que las novelas no están hechas para resolver problemas, no tienen respuestas… ¿Qué ocurre en el caso de El testigo invisible?

-La diferencia entre los buenos y los malos libros es que se supone que los malos libros son los que dan repuestas, cosas del tipo Cómo ser feliz toda la vida o Cómo ser la mejor madre del mundo, en cambio los buenos libros nunca dan respuestas, suscitan preguntas y me parece algo mucho más fértil. Porque las preguntas son algo que tú puedes poner en marcha en la cabeza de alguien, mientras que lo otro es casi algo balsámico.

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