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Cultura

García-Alix: "¿Es fotogénico el miedo...? No, es creativo; siempre produce una reacción"

Alberto García-Alix. Autorretrato. Mi lado femenino, 2002 © Alberto García-Alix. VEGAP. Madrid, 2014

Viste americana y camiseta; las dos blancas. Hace calor; mucho calor. Ha de ser por eso que su voz rota no escuece y que los surcos de su rostro refrescan -parecen un delta donde apagar el verano-. "Hola, soy Alberto", dice -como si alguien no supiera quién es- mientras se sienta a la mesa del café del Círculo de Bellas Artes, envuelto en una dulce peste a tabaco y sudor. Esta debe de ser la cuarta o quinta entrevista que Alberto García-Alix (León, 1956) ofrece en lo que va de día. Y sin embargo, el fotógrafo mantiene la compostura de los piratas y los pirómanos, esos a quienes las cicatrices embellecen.

El motivo de tanta palabrería, de tanta conversación, es la muestra Autoretrato, una exposición que exhibe 72 fotografías -y un vídeo De donde no se vuelve- realizadas por el fotografo a lo largo de más de 30 años de trabajo: él chutándose heroína; con la cabeza rota y bañando en sangre, en Caracas; sosteniendo su pene ante la taza de un water; en medio de dos mujeres entradas en carne... Todo está dicho, ahí, sobre gelatina de plata. Sin embargo ese empeño (puñetero) por las comillas obliga a rascar en algo que parece tan claro como un puñetazo: él, su obra entera, es el testimonio de la vida como una supervivencia. El autorretrato como sumidero, acaso fotomatón de los miedos y las demoliciones.

Su obra es el testimonio de la vida como una supervivencia. El autorretrato como fotomatón de los miedos y las demoliciones.

Comisariada por Nicolás Combarro, la muestra forma parte de la Sección Oficial de PhotoEspaña 2014. "La más autobiográfica" de las exposiciones que ha hecho García-Alix , dice la nota de prensa, como si de una advertencia calórica o una garantía se tratara. Aunque sea cierta, la frase sobra. Porque se impone la imagen, su aspereza de piel de escama, esa que raspa tanto como la voz con la que Alberto García Alix responde a las preguntas, más o menos blandas, que van a estrellarse en la diana de sus ojos, ese lugar desde el que él obtura el mundo.

-Esta exposición recupera la selección de imágenes que se recogen en el libro homónimo que publicó La Fábrica en 2013. ¿Cuál es la diferencia entre ambas selecciones?

-Hay algunas que están en la exposición pero no en el libro. En realidad, esta exposición fue una idea de Alberto Arnau, de la Virreina (se refiere al Centro Fotográfico Canal de la Virreina). Al principio no quise. Me daba mucho pudor.

-La palabra pudor en usted parece un malentendido.

-Pero sí, lo siento. Hacer la foto no me genera ningún pudor; exponerla sí.

-Hace un año, cuando se presentó el libro de La Fábrica, se declaraba como un superviviente (de las drogas, del sida, del tiempo) y sin embargo, decía tener miedo. ¿Y ahora?

-Todavía lo siento. Es un precio que debes pagar por sobrevivir.

-Le pregunté entonces y le preguntó ahora: ¿es el miedo fotogénico?

-¿El miedo es fotogénico...? No sé si sea tal cosa. Lo que sé es que el miedo es real. Todos los hombres y las mujeres lo sentimos. Es algo que nos pertenece. Es creativo, porque el miedo siempre produce una reacción: desde un enfrentamiento hasta una huida.

-Y usted... ¿huye o enfrenta?

-Las dos a la vez.

-Retratarse implica entablar relación con uno mismo: estudiarse, ver los cambios o destrozos, evaluarse.

-Sí, pero siempre a través del filtro del hecho fotográfico.

-¿Hay diferencias entre uno y otro, entre vida y fotografia?

-Hay una distancia muy grande. El hecho fotográfico comienza cuando me llevo la cámara a los ojos. Es el momento a través del que busco respuestas, dialogo con lo que estoy mirando. Busco pulsiones a través de la cámara.

-Pero la cámara embellece o atenúa ciertas cosas.

-O las deforma, las saca a la luz. La cámara es un médium. Es un espacio donde me invento.

-¿Cuántas veces se ha inventado?

-Muchas. Hay que hacerlo constantemente, de lo contrario te aburres.

-En la selección de imágenes predomina autorretrato, incluso donde no hay modelo. Hay muchas estampas de espacios, de objetos impresos por la presencia de quien los mira.

-Son autorreferencias: un trozo de la escalera donde vivía en los años setenta, un paisaje y una fábrica de una zona de Madrid en la que viví en los años ochenta. El autorretrato o el retrato puede nos es común a todos y de distintas formas. No tiene porqué ser el rostro.

-¿Qué conexión estética existe en el vídeo de Donde no se vuelve con la selección de fotografías?

-El vídeo es también un autorretrato. Se trata de un texto que transcurre por un periplo vital. Es un elemento referencial para entender la obra.

-¿Existe algún personaje de la literatura en el que se sienta retratado?

-(Duda, mira al techo) El libro que más me tocó, lo leí a los 20 años, fue Viaje al fin de la noche, de Céline. No sé cuál de los dos personajes era, si Robinson o Bardamu.

-Retratarse como usted lo ha hecho, implica componer y confeccionar un personaje.

-Sí, porque toda la atención está puesta en mí. Me compongo en esa fragmentación que produce la cámara.

-Después de más de 30 años, ¿cómo se ha cuarteado esa forma de mirar?

-Se ha cuarteado para bien. Cuando era joven era muy ingenuo, irreflexivo, inconsciente. Ahora la mirada emplea todas sus armas: desde una poesía propia o personal hasta la abstracción o la metáfora. Amplifica el campo. Nunca he sido tan consciente como ahora del hecho de mirar.

La entrevista termina, puede que demasiado pronto, en una conversación cualquiera sobre cicatrices, las que se hacen los que van en moto -García-Alix coge su casco, lo cambia de lugar-; las que van borrándose, esparcidas en un pómulo moreno y arrugado. Y no sabe quien le mira, así, vestido de blanco, si se hace pasar por loco o si se ha inventado un ejército propio del cual poder desertar.

"Os lo digo, infelices, jodidos de la vida, vencidos, desollados, siempre empapados de sudor; os lo advierto: cuando los grandes de este mundo empiezan a amaros es porque van a convertiros en carne de cañón", recita -perdida- la línea de una historia leída a los veinte años en la vida de un hombre que ya acumula 58. Entonces el aroma a tabaco comienza a parecerse al de la pólvora. Quizá sea su americana blanca, que arde bajo la potente luz del mediodía.

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