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Esperpento en Ferraz: Golpistas, chivatos, la casta y la Susana

Simpatizantes del PSOE se concentran en Ferraz

La madrileña calle Ferraz se convirtió en el Callejón del Gato: puro esperpento. Gritos, cartelones, aspavientos, insultos… Pepiño Blanco tuvo que entrar a la carrera, entre gritos de “traidor” y algunas bestialidades. Apenas alcanzaba el centenar el grupo de los concentrados. Tres periodistas por cada pedrista, más o menos. La Policía Nacional no cortó la famosa calle hasta que ya habían entrado todos los dirigentes del PSOE. Menos bulto, más claridad. Ni incidentes notables, ni conatos de descontrol. Tan sólo cabreo y malas pulgas.

“Felipe, chivato, golpista y burgués” era uno de los gritos más coreados, junto al famoso “no es no” que tuvieron que escuchar los díscolos a su llegada a la sede nacional del PSOE. Madina fue de los más castigados. Barreda no se escapó. “No son el PSOE, ellos son la casta”, se escuchaba al hacer su entrada, por el garaje, Susana Díaz, “la lozana andaluza”, decía un papelón.

Gente de Lorca había por allí, en homenaje al abuelo de Sánchez, que allí nació. Estrellas por dos minutos, a falta de noticias, la prensa recurría a estos personajes, combativos y afanosos por posar frente a los fotógrafos. La inmobiliaria que estos días había surtido de bocadillos a los los periodistas, dio el golpe de efecto de la mañana: se plantificó en la calle con una paellera. “A mí ponme una cigala, que no me ha tocado ninguna”, decía un vecino de la zona, que se apuntó al convite.

La militancia socialista evitó la operación ‘cercar Ferraz’. Gente más bien mayor, señoras con ganas de defender a ‘su Pedro’ y cuatro jóvenes improvisados, con banderas del PSOE, con una consigna escueta: “No a los fascistas en las filas socialistas”.

Dentro, en la sala Rubial, los congregados echaban el primer pulso de la mañana. Constituir la mesa. Malas caras, chispas y fricciones, decían algunos de los asistentes. La familia está rota. Del “callejón del gato” a “Romance de lobos”. De Valle no se sale. Salvo que la guerra fraticida arroje alguna solución.

La calle se fue apaciguando mientras el nivel de combustión crecía dentro. Algún empleado del partido, con trienios en la sede, amagó un llanto. “Penoso, todo penoso”, se le escuchó susurrar entre los muros de la desolación.

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