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Política

JxCat contra PDeCat: la otra guerra a muerte que libra Puigdemont

Artur Mas y Carles Puigdemont, en un acto de PDeCAT

“Aquí no hay dos almas. Aquí hay un sector que quiere acabar con el otro. Y los de Junts quieren matarnos”. Quien así habla es un veterano de la antigua Convergencia, ahora dirigente no destacado en el PDeCat, y sin apenas relevancia en JxCat, la plataforma que impulsa Carles Puigdemont. Las tensiones iniciales dieron lugar a encontronazos, fricciones y, ahora, a un choque frontal ya indisimulado. La antigua Convergencia quiere sacudirse al expresident. La plataforma de Pugdemont, pretende sepultar todo vestigio de su pasado. Elsa Artadi encabeza el bloque de Bruselas. Marta Pascal es la heredera del 'arturismo' (Mas).

En uno de sus movimientos sorpresa, Puigdemont anunció que sería candidato en las ‘elecciones del 155’, es decir, las elecciones de Rajoy. Había jurado y perjurado que, una vez proclamada la independencia, se retiraría a Gerona, cuya alcaldía abandonó para convertirse en presidente de la Generalitat. No fue así. Quería seguir. Dejar la primera línea de la política, con Cataluña en ebullición, los tribunales tras su rastro y sin  redondear su ‘procés’, le parecía inaceptable. Se lanzó a ello.

Así nació Junts per Catalunya, su plataforma electoral, con la que concurriría a los comicios para luchar por el entorchado del universo secesionismo frente a ERC. No quería concurrir bajo la marca PDeCAT, con la sentencia del Palau a punto de estallar. Imposible reeditar JxSí porque Oriol Junqueras quería ir por libre, nada de repetir coalición. Las relaciones entre ambas formaciones salieron malheridas tras el terremoto de la DUI.

La lista del ‘president’

Puigdemont, egocéntrico, personalista, quería una plataforma hecha a su medida, ‘una lista del president’, a la que pretendía bautizar como “Gent de Catalunya”, trasversal, sin connotaciones ideológicas, a fin de absorber a votantes de ERC y hasta de la CUP. No gustaba el nombre. Artur Mas, casi de salida, y Marta Pascal, la número dos del partido, le sugirieron el nombre de JxCat en un encuentro en Bruselas. Ahí empezó todo.

La campaña electoral evidenció los primeros síntomas de una innegable fractura entre las dos familias. Puigdemont  se rodeó de independientes, amigos, gente fiel, alejada del viejo partido. Tan sólo 15 de los 34 diputados que fueron elegidos en el 21-D tienen que ver con el PDeCAT. Colocó a Elsa Artadi, su mano derecha en la Generalitat, como coordinadora de la campaña y le entregó la comunicación a Eduard Pujol, un periodista del Grupo Godó. A este núcleo duro se sumaron Jaume Clotet, otro periodista fiel al expresidente y Aurora Madaula, una historiadora que se ha convertido en uno de los baluartes del ‘sanedrín de Bruselas’.

Ni Artur Mas, presidente de los restos de Convergencia, ni Marta Pascal, coordinadora general, entraron en las listas. Por propia voluntad, aseguran. Sí lo hicieron algunos dirigentes de la formación, como Josep Rull o Jordi Turull, veteranos militantes del partido, siempre con cargos orgánicos en la antigua CiU y muy próximos a Artur Mas.

Férreo control de TV3

La campaña fue la apoteosis mediática de Puigdemont quien, deambulando por los bosques de Flandes, logró mantener una presencia permanente en la actualidad informativa. Su equipo controlaba TV3 y Cataluña Radio. Oriol Junqueras, en prisión, apenas tocaba bola. Puigdemont logró aferrarse a la figura de la ‘legitimidad’ de su cargo, a su condición de ‘president’. ERC, huérfana de liderazgo, con Marta Rovira como toda figura reseñable, se fue hundiendo poco a poco.

La victoria inesperada amainó la crispación interna. Un simple espejismo. Las tensiones latían en el subsuelo. La sentencia del Palau obligó a Artur Mas a irse a su casa. El PDeCat parecía difunto. No ha sido así, de momento. La ambigua situación del expresidente prófugo, “ese saltimbanqui que intenta atraer la atención con sus interminables volatines” (Rubalcaba dixit), ha experimentado un repentino desgaste. El TC le lanzó al maxilar un golpe de ko. No logró ser investido ni por vía telemática ni por delegación. ERC, su viejo rival, Roger Torrent mediante, le desbarató inicialmente los planes. Ni sesión, ni investidura, ni apoteosis del ‘president 131’. Luego sucedió el numerito de los mensajes de móvil con Comín, curiosa triquiñuela en la que Moncloa y ERC aparecían casi en el mismo bando.

“Ahora es un estorbo, no es ya la solución”, comentan los dirigentes del PDeCAT, hartos del exhoronable.  La pugna entre las dos almas hace mucho ruido. “Aquí se lucha por la supervivencia”, decían días atrás en el entorno de Bruselas. El viejo partido se resiste a morir. Cuenta con 450 alcaldes, ‘los tíos de la vara’ que lograron su cargo bajo la marca de Convergencia o de PDeCat. Es un activo territorial muy potente. Y hay unas elecciones municipales el próximo año.  

De momento, las organizaciones locales han registrado el nombre de ‘Junts per …’, junto a la localidad correspondiente, para concurrir en 2019. Se trata de barrer todo rastro de PDeCAT. Una operación que dirige Artadi, de quien se habla incluso de posible candidata a la Presidencia de la Generalitat si Puigdemont sucumbe en el empeño.

 

 

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