Quantcast

Opinión

Universidad dadá

Fotograma de la película 'El Joker'
Captura de la película 'El Joker'

Platón fundó, 387 años antes de Cristo, fuera de los muros de Atenas, en un lugar sagrado dedicado al héroe mitológico Academo, su Academia. Cuentan que en la puerta de esta se leía: "No entra nadie aquí que no sepa geometría".

Desde Platón, el conocimiento se pensó de forma diversificada y acumulativa en, al menos, dos fases de estudio, primero era la gramática, la lógica y la retórica con las cuales se aprendía a pensar y a comunicarse de forma adecuada. Un segundo periodo de enseñanza incluía la aritmética, la geometría, la música y la astronomía, con lo que se adquirían conocimientos acerca del mundo físico y de cómo planificar intervenciones en él. El conjunto de las dos fases es lo que se identificó como las siete artes liberales. Se ejercitaba el pensar y se aplicaba a la realidad. La asombrosa ingeniería griega y romana derivaba de esos saberes. La arquitectura, la escultura, la pintura y las artesanías se consideraban artes prácticas. En una tercera fase con buen conocimiento de las siete disciplinas mencionadas se accedía al estudio de lo que se valoraba como el saber por excelencia, la filosofía y la teología.

Todo se podía cuestionar en las clases y en los trabajos. Valverde era de esos catedráticos, ya desaparecidos, que aceptaban el duelo, el debate, la confrontación

Aprendí con un buen profesor, el gran José María Valverde -Universidad de Barcelona antes de que la xenofobia catalanista de la mano de Pujol se apoderara de todas las instituciones- que las cosas de la estética tienen mucho que ver con la filosofía, con la política, además de con aquello que se suponga arte en cada ocasión. Su método de enseñanza era el mejor, el de la lectio y la disputatio. Apenas necesitabas tomar apuntes. Las ideas se hacían experiencia en quienes atendíamos con interés. Muchos días había más asistentes en clase que asientos disponibles. Si querías hacer algo en la disputatio no tenías más remedio que leer a los autores que tenían relación con el temario. Todo se podía cuestionar en las clases y en los trabajos. Valverde era de esos catedráticos, ya desaparecidos, que aceptaban el duelo, el debate, la confrontación. El inconforme estudiante que era yo podía medirse con el sabio con preguntas o argumentos y, en la mayoría de las ocasiones, terminar padeciendo un espectacular revolcón. Era el mejor antídoto contra el narcisismo. También ese antídoto se ha esfumado de las aulas. Ahora abundan los estudiantes que creen tener derecho a que no se ponga en evidencia que no saben. Además, se ha puesto en marcha el perverso mecanismo de evaluación de la docencia en el cual los que no saben califican la labor del profesor. Hubiera sido absurdo que yo hubiera sido convocado a evaluar al profesor Valverde tras haber recibido sus críticas a algún trabajo mío en el que yo creía tener razón. No pocas de las lecciones que nos ofreció las he acabado entendiendo después de unos cuantos años y de muchas lecturas.

El lema con el que iniciaron su andadura fue elocuente: "Hacer una exposición de dibujos realizados por gente que no sabe dibujar"

¿A que es muy vanguardista eso de que el que no tiene criterio califique la labor del profesor de forma anónima? Esa es la clave de una de las vanguardias que se ha adueñado hoy de la cultura, la enseñanza, la política e incluso de la economía: el Dadaísmo. Dadaísmo y Futurismo constituyen las vanguardias más agresivas contra la civilización occidental y son cultivadas con mimo en las instituciones destinadas, en principio, a la pervivencia de la civilización como es la Academia. Hagamos una breve historia del Dadaísmo. Como discurso anticultural tiene sus antecedentes en las exposiciones y fiestas de artistas, periodistas y activistas parisinos que se autodenominaron los Incoherentes (1882 -1893). El lema con el que iniciaron su andadura fue elocuente: "Hacer una exposición de dibujos realizados por gente que no sabe dibujar". En sus manifiestos se deslizaban ideas herederas de las de la Comuna de París (1871); una insurrección que duró algo más de dos meses primaverales y que dominó la capital hasta que el gobierno francés la aplastó.

Para marxistas y anarquistas, ese episodio forma parte de los relatos fundacionales de sus propias mitologías, aunque con perspectivas y valoraciones diferentes. La iconoclasia moderna tiene en la Comuna de París su instante inaugural al derribar -hubo otros atentados contra el patrimonio- la columna Vendôme, derribo en el que participó el pintor Courbet. La insurrección fue consecuencia de una grave crisis económica e institucional. De ahí que las vanguardias, incoherente, dadaísta, futurista y, en cierta medida también la surrealista, vean con buenos ojos las crisis a tal punto que adoptan como sus objetivos primordiales la provocación de problemas y el caos. Así, el Situacionismo y otros derivados. Las políticas revolucionarias totalitarias necesitan ese fermento del debilitamiento civilizatorio. Los discursos de Lenin eran vistos como alardes de dadaísmo soviético al desmantelar la seguridad semántica de las palabras.

Pedro Sánchez dijo que la ley del "sólo sí es sí" es vanguardista. No miente. Beneficiar a delincuentes sexuales es obra maestra dadá

En las disciplinas de ciencias sociales de la Universidad, el Dadaísmo ha entrado en tromba, lo cual se hace muy evidente en ciertas denominaciones que exhiben y potencian el vacío conceptual mediante la redundancia semántica. Así, "sociedad red", invento de Castells como si hubiera sociedades sin interconexiones; o "educomunicación" como si existiera la primera sin la segunda; o "tecnologías de la relación, la información y la comunicación", como si hubiera comunicación sin relación. A propósito de tautologías y redundancias, el doctor Pedro Sánchez dijo que la ley del "sólo sí es sí" es vanguardista. No miente. Beneficiar a delincuentes sexuales es obra maestra dadá. Hay otro invento universitario que le gusta mucho a Sánchez: la "alfabetización mediática", dizque para luchar contra la desinformación cuando no es más que la vieja obsesión por el control de los medios. Risotada de Joker. Hablemos, pues, de payasos, tan frecuentemente representados por incoherentes y dadaístas. Detrás de la máscara del payaso, en el siglo XIX y parte del XX había tristeza y dolor. A partir de 1940, en las historietas de Batman, Joker es, además, un psicópata dadaísta. Ya en las décadas recientes, las películas contienen payasos terroristas. Esta vertiginosa degradación de la cultura y de la enseñanza superior bien merecería algún congreso y varias tesis doctorales. Por aquello de la disputatio.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.

  • M
    Messidor

    Le agradezco mucho esta columna, estimadísimo autor, porque hay veces que uno empieza a pensar que se ha vuelto loco y se ha desvinculado de la realidad psicóticamente, y resulta muy reconfortante un texto que le dice que tal vez no, o que si es que sí, al menos uno no es el único.
    Matizaría un par de cosas. El juicio de los estudiantes, que por definición no saben, sobre el profesor, que por definición.... (hum... ugh... ejem, ejem) bueno, que vamos a suponer metodológicamente que sí sabe, puede tener un valor limitado, pero no nulo. Hay profesores de erudición casi infinita que entran en un aula y no les entiende no ya la madre que los parió, que por supuesto, sino ni su director de tesis. Yo deduzco de su texto que aquel profesor Valverde de quien nos habla con reverencia debía de tener unos conocimientos gigantescos, pero también unas capacidades de gestionar una situación de enseñanza y comunicar contenidos. En el extremo está, siempre, Bertrand Russell, capaz de explicar con sencillez lo endiabladamente complicado sacrificando el mínimo rigor posible.

    Pero amigo, es que hay gente que sabe mucho y no hay quien les entienda cuando se suben a una tarima. Y un profe tampoco es eso.

    Segundo, mucho más grave que los miramientos con los estudiantes me parece, como enfermedad de la universidad actual, la "calidad". Esa calidad "fake" que no tiene nada que ver con hacer las cosas bien para un buen fin, sino con cumplir fielmente caprichosas liturgias burocráticas. Como profesor he pasado por la desconcertante experiencia de recibir una muy buena evaluación de mi "calidad" y ser perfectamente consciente que era por las razones equivocadas. Absolutamente equivocadas.