Opinión

Un guantazo

Hay tortazos, por tanto, efectivos. Que marcan. No sólo la piel, sino todo lo que late debajo de la corteza, mucho más profundo

Will Smith le da una bofetada a Chris Rock durante la gala de los Premios Oscar de 2022.

Y de repente, un mensaje. Un WhatsApp. Un miércoles. A las 21:33. Ni un minuto antes, ni uno después. Un mensaje que te pega un guantazo a mano abierta. De esos en los que sientes cómo los cinco dedos, bien tensos y firmes, se incrustan de tal forma en tu rostro que su huella permanece en la mejilla incluso cuando ya no están. Y no. No hablo en boca de Chris Rock a quien todavía le debe estar palpitando el moflete por el tortazo más sonado de la historia de Hollywood.

Me refiero a otros bofetones. A los que no hacen ruido. A los que no se escuchan a lo largo y ancho del planeta pero escuecen igual o más. A esos que, en el tiempo que dura un chasquido, tienen la capacidad de situarte y de decirte a voz en grito: “Detente. Frena. Para. Elimina todas esas voces, constantes, esos murmullos que martillean tu cabeza y que llevan el día entero cuestionándote. Porque la vida sigue y no te espera.”

Eso es lo que ha hecho conmigo ese mensaje. Un WhatsApp. Un miércoles. A las 21:33. Ni un minuto antes, ni uno después. Un mensaje con el nombre de una amiga junto a una palabra sobresaliendo por encima de todas las demás… como si estuviera subrayada en fosforito amarillo reclamando atención. METÁSTASIS. Cuatro sílabas. Diez letras. Para la Real Academia Española: Propagación de un foco canceroso en un órgano distinto de aquel en que se inició. Para mi, en este momento, una tristeza infinita que cae del cielo como un torrente y que cala hasta el alma. Para la persona que soporta el peso de esa palabra maldita, intuyo - porque no soy capaz de imaginar - que no hay diccionario que defina semejante desdicha.

El ruido que provoca el ajetreo diario y que no nos permite escuchar lo importante. Cuidar lo valioso. Retener lo preciado

De pronto, los recuerdos se agolpan en mi retina y pasan veloces ante mis ojos como chispazos de luz. Hace tiempo que no nos vemos. Y no por falta de ganas. Busco en el teléfono nuestra última conversación. Fue año y pico atrás. Cuando el cáncer empezaba a hacer de las suyas. No hubo más. No volví a escribirla. El trabajo. La distancia. El estrés. La familia. La rutina. El ruido. Porque al final no es más que eso. El ruido que provoca el ajetreo diario y que no nos permite escuchar lo importante. Cuidar lo valioso. Retener lo preciado.

Ahora tengo prisa por hablar con ella. Preguntarle. Saber. Estar. Acompañarla. Verla. Y no es posible porque está haciendo lo que debe. Centrarse en su cuidado para volver más fuerte.

Hay guantazos que, aun mudos, son necesarios. Mientras me refugio bajo las sábanas del impacto del golpe, leo en El sendero de la sal, de Raynor Winn, una frase en la que veo mi reflejo en este preciso instante: “No lloré; pero un aullido silencioso me agarró por dentro y me apretó con fuerza, dificultándome la respiración.” Son guantazos que noquean y te dejan fuera de combate. Te recolocan y te recuerdan dónde estás y en qué y en qué no, debes perder el tiempo.

Hay otros guantazos, estridentes, que también sirven. Incluso a quien los propina, como en el caso del bofetón que ahora nos ocupa. Aunque su autor se atreva a justificarlo en nombre del amor. Por ahí no, señor Smith. Por ahí, no. Hágase responsable de ese inapropiado puñetazo y no se excuse en el cariño que le une a su mujer echando por la borda años de lucha contra la violencia. Y, aunque tarde, celebro que, de algún modo, haya recibido su castigo. Diez años expulsado de los Oscar por la Academia de Hollywood. Claro que, ¿qué es eso para usted? Un leve rasguño, quizá, a su autoestima cuyo impacto, presupongo, atenuará el brillo que desprende la estatuilla en alguna de las estanterías de su mansión. Le diré, sin embargo, que algo bueno ha tenido su tortazo a Rock. Porque ha puesto el foco en un asunto, hasta el momento tabú, pero que existe, que usted conoce y que mina la autoestima de quienes la padecen. La alopecia en las mujeres.

Hay tortazos, por tanto, efectivos. Que marcan. No sólo la piel, sino todo lo que late debajo de la corteza, mucho más profundo.