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Opinión

La gran paradoja de la guerra de Ucrania

La gran paradoja de la guerra de Ucrania es que la Unión Europea y la OTAN vayan a salvarse y a resultar reforzadas gracias a las agresiones de Putin

La gran paradoja de la guerra de Ucrania
Destrozos en la ciudad de Járkov (Ucrania). EFE

Sostiene Richard Overy en su libro Por qué ganaron los aliados (Tusquets Editores. Barcelona, 2005) que “La gran paradoja de la Segunda Guerra Mundial es que la democracia se salvó gracias a los esfuerzos del comunismo”. Del mismo modo, la gran paradoja de la guerra de Ucrania es que la Unión Europea y la Alianza Atlántica vayan a salvarse y a resultar reforzadas gracias a las agresiones con las que Putin proyectaba sembrar la cizaña del miedo y la desunión, para obtener una cosecha de servidumbre. Lo que ha sucedido, por el contrario, es que primero la pandemia del covid y enseguida la invasión de Ucrania han impulsado avances en la Unión Europea de importancia decisiva, en áreas inexploradas como la sanidad o bloqueadas por la regla impuesta de la unanimidad para la adoptar decisiones, como es el caso de la política exterior, la de defensa o la migratoria.

En cuanto a la Alianza Atlántica, en muerte cerebral según diagnóstico del presidente francés, Emmanuel Macron, y sumida en la abominación por el anterior presidente norteamericano, Donald Trump, los blindados avanzando sobre los campos y los aviones bombardeando las ciudades de Ucrania han logrado despertarla del coma y que dejara de cuestionarse la revisión de su concepto estratégico, al percibir el estímulo infalible de la agresión armada.

Rumiaba Vladímir, en la sala de mapas de su cámara imperial del Kremlin, el castigo a infligir no solo a Ucrania sino a todo Occidente, como escribe acertada Monika Zgustova, sin imaginar en su síndrome moscovita los efectos contraproducentes que induciría porque que en vez de sembrar cizaña y generar la desafección del ¡sálvese quien pueda! en la pendiente del desastre, ha obtenido una respuesta de cierre de filas, unidos todos los países miembros de la UE como nunca, frente a su agresión desalmada. De modo que ha venido a suceder, como señala el título de la última novela de la Zgustova, que en la oscuridad habríamos pasado a vernos mejor.

Rumiaba Vladímir, en la sala de mapas de su cámara imperial del Kremlin, el castigo a infligir no solo a Ucrania sino a todo Occidente, sin imaginar en su síndrome moscovita los efectos contraproducentes que induciría porque que en vez de sembrar cizaña

El libro de Overy, sin duda el análisis más perspicaz de la Segunda Guerra Mundial, subraya que en la batalla es de primera importancia tener a Dios de nuestra parte. Por eso, refiere cómo hasta en la Unión Soviética, donde Dios había sido prohibido oficialmente, la religión renació por necesidades bélicas. De manera que el día de la invasión alemana, el metropolitano Sergei, cabeza de la Iglesia Ortodoxa Rusa, después de haber sido perseguido por las autoridades durante años, fue recuperado para que pidiera a los fieles congregados que hicieran todo lo que pudiesen para ayudar al régimen y para que dirigiera sus oraciones, que concluían asegurando que “¡El Señor nos concederá la victoria!” (a los soviéticos). De ahí para abajo, los sacerdotes cantaban plegarias por Stalin, al que se daba el tratamiento de ’ungido del Señor’ y se le denominaba ‘nuestro padre común’. Sergei, por su parte, regaló al Ejército Rojo un batallón de blindados pagados con fondos eclesiales al que se dio el nombre de San Dmitri Donskoi, en honor de un príncipe ruso del siglo XIV que derrotó a los tártaros en Kulilovo.

Al amparo de la pólvora se libran otras batallas, también religiosas. Porque si Ucrania resistiera la invasión rusa puede darse por seguro, como ha escrito Andrew E. Kramer en The New York Times, que la Iglesia Ortodoxa de Moscú sería expulsada, pero si ganara Putin es del todo improbable que la Iglesia Ortodoxa Ucraniana pudiera sobrevivir dentro del país. Recordemos que el fusilamiento por los milicianos del Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles el 7 de agosto de 1936 y la pastoral colectiva de los obispos españoles el 1 de julio de 1937, declarando como cruzada la Guerra Civil, fueron dos hechos decisivos que anticiparon la derrota de la República. Continuará.

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