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Opinión

El castigo del verdugo

Pasan los días y esa columna de 60 kilómetros de carros de combate de muy diversa factura sigue detenida

El castigo del verdugo
Vladímir Putin. Kremlin / dpa.

Escribe Vasili Grossman en su prodigioso libro Todo fluye que “el castigo del verdugo es éste: no considera a su víctima un hombre y él mismo deja de ser un hombre; mata al hombre que hay en él, se convierte en su propio verdugo; mientras que la víctima, por mucho que la destruyan, continuará siendo un ser humano para toda la eternidad”. Así está sucediendo a partir del 24 de febrero en la invasión de Ucrania por las fuerzas armadas rusas. Una agresión que ha generado la Europa Geopolítica, como acaba de decir Josep Borrell, Alto Representante para la Política Exterior y de Defensa de la UE. En Ucrania había una alta proporción de rusófonos y rusófilos, pero a bombazo limpio el putinismo se la está enajenando para varias generaciones y propiciando al tiempo el surgimiento de un nuevo nacionalismo de encaste ucranio marcado a sangre y fuego.

Se ha insistido en el fallo de los cálculos rusos, que pronosticaban con seguridad que culminarían una operación relámpago que lograría en 48 horas la caída de Kiev, la capital, donde el Estado Mayor de Moscú situaba el Centro de Gravedad del Enemigo (CGE). Una caída que habría desencadenado la quiebra moral de la resistencia armada y su rápida desintegración. Pero pasan los días y toda esa columna de 60 kilómetros de carros de combate de muy diversa factura sigue detenida. Manuel Chaves Nogales en La agonía de Francia (Libros del Asteroide. Barcelona, 2010) cuenta, enrabietado, el caso de Francia que había renegado de la doctrina democrática de la nación en armas antes de caer en manos de los alemanes el 14 de junio de 1940.

Sucede que, contra todo pronóstico, los ucranianos están resistiendo en Kiev donde, como en toda ciudad, los vehículos acorazados pierden la superioridad innegable que tienen en campo abierto"

Explicaba también Chaves que en París el Estado Mayor iba con una guerra de retraso; caracterizaba a quienes, a la manera de Belarra y Montero, clamaban ya entonces “¡Antes la esclavitud que la guerra!” e intentaba explicar, a partir de la experiencia vivida de la guerra civil española, la diferencia entre los efectos materiales limitados de los bombardeos y los efectos morales inconmensurables que le llevaban a reconocer que la aviación es un arma de una eficacia psicológica formidable. Chaves Nogales concluía con una evidencia, lo que la aviación no consiga gracias al estupor del primer bombardeo es difícil que lo consiga después, aunque su capacidad de destrucción llegue a ser aterradora.

Sucede que, contra todo pronóstico, los ucranianos están resistiendo en Kiev donde, como en toda ciudad, los vehículos acorazados pierden la superioridad innegable que tienen en campo abierto. Además, de que, al menos desde Jenofonte, aparece nítida la distinción entre algunos tipos de combatientes. Primero, los soldados de la patria, que tienen un radio de acción funcional que, con origen en el lugar de donde son nativos, alcanza hasta el perímetro que delimita el área geográfica habitada por quienes comparten una misma cultura. La motivación básica de estos soldados se cifra en la defensa inmediata de sus familias, sus mujeres, sus hijos y su manera de vida. La clave fundamental del soldado patriótico es el arraigo; su superioridad defensiva reside en el conocimiento del terreno. Otro tipo es el soldado de la idea, enrolado al servicio de una causa. Por último, aparece el soldado de la paga, es decir, el mercenario. Sobre la superioridad de los soldados que responden al primer tipo descrito bascula la suerte que haya de correr Ucrania. Por el momento, su comportamiento les ha ganado la ayuda decidida de la UE y de la OTAN. Veremos.

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