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Opinión

Ucrania: el calamar

Tendremos que reflexionar sobre qué espacio ocupa lo militar no sólo en los presupuestos, sino en los valores, la cultura y la propia idea nacional

Los aficionados al cómic o al cine recordarán el Deus ex machina que salva el final de Watchmen. La versión del tebeo es más pulp, más cruda y quizás más efectiva, y la serie de televisión la rescata de forma irónica. Pero el trasfondo es el mismo: quizás necesitamos un evento extraordinario y amenazador para ponernos de acuerdo.

Hay quien interpreta la guerra en Ucrania como ese evento, de forma más o menos explícita. Es cierto que la crisis está actualizando una angustia, la nuclear, que los crecidos en los ochenta sólo llegamos a percibir de forma vicaria y tenue -menos mi amigo Arturo, que sigue perdiendo horas de sueño con el tema, y seguramente tiene razón-. A la vez, las consecuencias de la guerra, que ya intuimos pero que aún no hemos recibido de la forma más rotunda, prometen modificar sustancialmente algunos de los “consensos” que habíamos abrazado en las últimas décadas.

En primer lugar, obvio, la cuestión energética. Hemos hablado ya con frecuencia de cómo Europa se ha metido, como sonámbula, en una transición energética deficientemente planeada y democráticamente dudosa, Hoy sabemos -en realidad siempre lo hemos sabido, al menos quien ha querido saberlo- que algunos rasgos de ese “consenso” han sido moldeados por la influencia de países como Rusia. En los próximos años nos vamos a replantear la cuestión nuclear, por supuesto, pero también el fracking y, en general, el cálculo de costes que asociamos a la transición verde. Los relatos oficiales cambiarán y, con ellos, el aparato argumental que el poder lleva asociado.

La vuelta de las cuestiones robustas y una recuperación de los rasgos marciales en sociedad, puede acelerar el achatarramiento de los discursos más exagerados del feminismo oficial

Pero la cuestión bélica es central, claro. Los “consensos” sobre el particular también se están revisando a toda velocidad, y los países cercanos a Rusia van por delante; pero también en el otro extremo de Europa, con amenazas distintas pero reales, tendremos que reflexionar sobre qué espacio ocupa lo militar no sólo en los presupuestos, sino en los valores, la cultura y la propia idea nacional. Tiene interés que en ambas vertientes de la izquierda española, la atlantista y la pro-rusa, la lectura de la agresión rusa en Ucrania pase a menudo por el lema “No a la guerra”; que inauguró un ciclo político español, el post-aznarismo, pero parece hoy francamente agotado.

Finalmente, los valores y la propia idea del hombre en sociedad. El ejemplo de los varones ucranianos detenidos en la frontera para unirse a filas, la vuelta de las cuestiones robustas y una recuperación de los rasgos marciales en sociedad, puede acelerar el achatarramiento de los discursos más exagerados del feminismo oficial. Resulta francamente ofensivo seguir leyendo en la prensa ciertas piezas de autocomplacencia académica cuando, como sucedió en la pandemia, la carga de las masculinidad aparece de forma tan explícita.

Dejo para el final el argumento más delicado. El calamar de Watchmen permite que la Humanidad se una y evite la guerra nuclear. Pero todos sabemos que la Humanidad no existe. De momento, mientras habitemos aquí abajo, alejados de las esferas celestes, es posible que necesitemos enemigos de nuestra propia especie; sobre todo si tenemos motivos para condenar sus acciones, sus intenciones y su modelo de sociedad.

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