Opinión

Las treinta monedas de plata

Antes de la última cena, según el Nuevo Testamento, Judas Iscariote acordó entregar a Jesús por 30 monedas de plata. Incluso el mayor traidor de la historia fue capaz de reconocer su traición, antes de arrepentirse y terminar con su vida, al comprender que no podía vivir con esa carga.

Ahora los traidores se venden por mucho menos o por mucho más, según se mire. Pero lo más doloroso es ver cómo, a pesar de todo, pretenden erigirse como héroes ante la misma sociedad a la que traicionan.

Los 7 votos de Sánchez pasarán a la historia como las 30 monedas de plata de Judas. Solo que el apóstol no tuvo las santas narices de decirle a Jesús: “Lo hago por ti, en favor de mejorar la convivencia”.

Si hay algo por lo que será recordado este Gobierno es por su cobardía. Tres horas estuvo esperando el viernes el señor Sánchez para poder salir a la calle, tras su reunión con el canciller alemán, ya que una multitud le esperaba fuera para llamarle traidor. La valentía que se gasta para mentirnos a la cara, diciéndonos que cede a los chantajes de unos pocos por nuestro bien, no porque necesite ser presidente más que tú o yo el respirar, no le acompaña cuando decide entrar por la puerta de atrás al visitar una fábrica o cuando tiene que llamar a los cuerpos policiales para que controlen a las multitudes que le esperan en la calle. Bien sabe el señor Sánchez que los españoles no somos como Jesús y no perdonamos, pero bien saben los españoles que Pedro I de España El Traidor no es como Judas, no se arrepiente ni siente culpa alguna por vender España a chantajistas y terroristas.

Imagino que tiene que ser muy decepcionante para un socialista o comunista convencido, comprobar que sus amados líderes solo dan al cara y se muestran altaneros, al más puro estilo de cualquier chulo de barrio, cuando hablan de franquismo, de los fascistas que somos todos los que no les aplaudimos o lo machistas que son los que señalan la incompetencia de sus ministras. Pero, a la hora de la verdad, cuando se les pide o incluso se les exige que rindan cuentas, que den explicaciones de sus actos, van de tapadillo.

Ha esperado cinco largos meses la ministra de Igualdad para efectuar la obligada rectificación en sus redes sociales, a la que le obligó el juez que la condenó por llamar maltratador a un padre inocente. Y lo hace casi a escondidas, un viernes a las 12 de la noche, cuando todo el mundo está manifestándose en la calle llamando traidor a su presidente del Gobierno, para a ver si con suerte pasa desapercibido y no se entera nadie, no vaya a ser que tenga que llamarnos a todos machistas y fascistas y amenazarnos con acabar con todos nosotros, como suele hacer, cada vez que alguien le recrimina que es una inepta.

Son unos sinvergüenzas, unos ineptos que solo miran por sí mismos y por sus bolsillos y que venderían a su propia madre por 30 monedas de plata o por 7 votos, según la época que toque

No dimite. No pide perdón. Publica un tuit explicando que borra lo que dijo porque la obligan, básicamente. Hemos tenido que soportar los gritos y los aspavientos de la histriónica de Igualdad, hemos tenido que ver cómo apoyaba sin mesura ni duda alguna a una mujer que había secuestrado a sus hijos, cómo ella sola juzgaba y condenaba públicamente a un padre que lo único que había hecho era luchar por sus hijos, y todavía ahora tenemos que ver a alguna cabeza perdida enviándole ánimos porque “hay que ver lo que te hace sufrir esta gente, Irene. Siempre contigo”. Siempre con la que ha puesto violadores en la calle y se enorgullece de ello, porque es el precio que había que pagar por “poner el consentimiento en el centro”, un consentimiento que ya constaba en las leyes, pero es que ella lo ha puesto en el centro, que los jueces son machistas y lo tenían en un rincón, debe ser.

Lo de esta gentuza sin preparación, experiencia, conocimientos ni dignidad que se nos ha colado en el Gobierno ya ni siquiera me supone un reto a la comprensión. Son unos sinvergüenzas, unos ineptos que solo miran por sí mismos y por sus bolsillos y que venderían a su propia madre por 30 monedas de plata o por 7 votos, según la época que toque. Lo que me supone un reto es entender por qué siguen ahí. No es por otra cosa que porque la gente les vota, obviamente. Y ese es el reto: ¿Cómo alguien medianamente normal y mentalmente sano puede apoyar a esta panda de cobardes y matones de discoteca?

A mí me parece fenomenal que creas esa utopía de que el socialismo mira por el bien común, que se encarga de todo lo social, que es el único que se preocupa por el obrero... Pero en algún momento se te tendrá que caer la venda de los ojos y darte cuenta de que socialismo no es otra cosa que “yo voto a los míos aunque rompan el país y se salten la Constitución, porque si no viene la derecha y me quita las subvenciones”. Ya ni siquiera los directores y actorcillos de tres al cuarto de este país, que son incapaces de vivir de su trabajo, se tapan para reconocerlo.

En algún momento tendrás que darte cuenta de que no es normal que el señor Marlaska ordene investigar a los miembros de la Guardia Civil que han manifestado estar dispuestos a defender la Constitución de España, incluso con su propia sangre. Cosa que, por otro lado, no es nada nuevo para un Guardia Civil, puesto que forma parte del juramento que hacen para poder serlo.

El peligro de tener ideas

Vivir en un país donde incluso hay personajes que se llaman a sí mismos periodistas y que se toman como una amenaza que nuestras FFCCS estén dispuestos a defender la ley y la Constitución, empieza a dar miedo. Casi tanto miedo como que te peguen un tiro en la calle por tus ideas, al salir de tu casa, y ni aún así se consiga que ciertos miembros del Gobierno sean capaces de señalar a los terroristas y ponerse del lado de la víctima. Hasta en ese momento hay que aprovechar para hablar del fascismo.

Si esto es ser socialista, no me parece compatible con ser buena persona. Y hasta Judas tenía corazón, que finalmente devolvió las 30 monedas de plata, aunque ya tarde. Se está volviendo peligroso tener ideas y corazón, cuando además se te persigue por hacer lo correcto y los cobardes, no solo gobiernan, sino que además se esconden.