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Opinión

Tetuán y Tánger, espejo de Ceuta y Melilla

Si defendemos las fronteras - y guerreamos por ellas- no es por caprichos tribales que el hombre supuestamente civilizado debe superar

Un grupo de migrantes en las inmediaciones de la frontera de Ceuta con Marruecos
Un grupo de migrantes en las inmediaciones de la frontera de Ceuta con Marruecos. Europa Press

Hace una semana nos estremecíamos con el bombardeo ruso sobre Leópolis, acción de gran carga simbólica por situarse esta ciudad a pocos kilómetros de la frontera con Polonia. En un momento en el que debatimos con superficialidad si debemos decir “ucraniano” o “ucranio”, no está de más recordar que si los países de origen latino decimos “Leópolis”, los ucranianos “Lviv”, los polacos “Lwów” o los alemanes “Lemberg” no es únicamente por motivos lingüísticos: la ciudad ha sido una de las víctimas del movimiento de fronteras que asolaron Europa del Este a lo largo del siglo pasado. Esta situación territorial delicada la configuró, en compensación, como una de las ciudades más cosmopolitas de la Europa eslava, donde han convivido polacos, ucranianos, armenios, bálticos o judíos rusófonos. No es de extrañar que quienes habitaran en ellas dominaran con frecuencia varios idiomas.

Conocer más en profundidad la historia de Leópolis me retrotrajo a la historia de mi propia familia, de origen alemán y habitantes de las ciudades internacionales de Tánger y Tetuán durante algunas generaciones. Recordé las historias que me contaron sobre estas metrópolis ricas, sofisticadas y cosmopolitas habitadas por franceses, alemanes, españoles, árabes y sefardís, entre otros. Siempre me fascinó la figura de mi bisabuelo, José Gumpert, a quien trataba de imaginar deambulando desenvuelto por aquellos lugares, brincando de un idioma a otro de los ocho que dominaba, algo común a quienes habitaban este tipo de ciudades, ya fueran Tánger, Tetuán, Casablanca o la Léopolis de esa misma época.

La Guerra Civil española y la II Guerra Mundial acabaron con este sueño. La mayoría de los varones Gumpert fueron reclutados a la fuerza por el ejército alemán y murieron en el frente ruso, algo que no debería ventilar por aquello de que no me caiga el sambenito de “nazi”, esto de matizar y contextualizar no se lleva demasiado. Las mujeres de la familia sobrevivieron como pudieron en la península, historias parecidas a la mayoría de los españoles de aquella época y en las que es mejor no abundar. No es época esta para excitar sentimentalismos, menos si son pretéritos.

La bofetada de realidad fue más que considerable. Las dos urbes apenas eran una sombra de lo que él vivió. Nunca llegamos a ser plenamente conscientes de la esencial fragilidad de la civilización

Mi tío abuelo Juan -el menor de los Gumpert en habitar Tánger y Tetuán- tuvo la ocurrencia de volver en los años noventa, cuando estas ciudades llevaban formando parte de Marruecos aproximadamente treinta años. Lo animaba el poder contemplar de nuevo los únicos lugares de su infancia en los que fue feliz. La bofetada de realidad fue más que considerable. Las dos urbes apenas eran una sombra de lo que él vivió. Nunca llegamos a ser plenamente conscientes de la esencial fragilidad de la civilización y de todo aquello que construye.

El penoso movimiento de Sánchez con nuestro vecino del sur va mucho más allá de enemistarnos gratuitamente con Argelia y poner en peligro uno de nuestros suministros de gas, justo en el momento en que más lo necesitamos. No implica únicamente el abandono del pueblo saharaui, por más que nos duela esto en el alma. Ni siquiera es un mero asunto de “líneas en el mapa”, como mucho infantiloide cuyo único himno es el Imagine de John Lennon podrá sostener. Si defendemos las fronteras - y guerreamos por ellas- no es por caprichos tribales que el hombre supuestamente civilizado debe superar.

Las fronteras se establecen para edificar sobre ellas y proteger lo construido. Los españoles deberíamos -como ya lo está haciendo el resto del mundo libre- dejarnos de ideas peregrinas y darnos un garbeo por los libros de historia. No hace falta remontarse mucho en el tiempo para saber lo que podría ocurrirles a Ceuta, Melilla y Canarias si seguimos aletargados por mantras estúpidos que se nos han inoculado desde cuatro departamentos inútiles de una pseudo-facultad de Humanidades.

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