Opinión

El suicidio de la Universidad española

Un grupo de estudiantes preparados para hacer el examen de selectividad 2023 en Sevilla María José López / Europa Press

El desmantelamiento del estado derecho en España se viene perpetrando de forma ostentosa desde 2004, aunque los primeros gobiernos socialistas ya sembraron cargas de profundidad para dinamitar la independencia de los jueces, la división de poderes y hacer inviable la neutralidad de los medios –incluyendo las escuelas, institutos y universidades- convertidos desde hace tiempo en medios de manipulación y adoctrinamiento.

Una cosa bastante llamativa de este proceso que Zapatero aceleró y Sánchez quiere culminar, es que, mientras el estado de derecho se va disolviendo, aumenta el poder destructivo de las administraciones que practican un maltrato creciente contra los españoles. Algunas pueden tomar decisiones arbitrarias al margen de los jueces y del sentido común. Pueden, por ejemplo, arrebatar la custodia de niños a sus padres. Es decir, hay un ejercicio del poder que ya no es el poder del estado sino de grupos que se han apoderado de las administraciones generando una creciente indefensión.

Una de esas administraciones en muy avanzado estado de deterioro es la Universidad pública. Esta debiera responder a necesidades estratégicas del estado, es decir, de España. Un buen indicador de lo que está sucediendo son los estudios de ingeniería. El Observatorio de la Ingeniería de España elaboró el año pasado un informe muy detallado concluyendo que “La economía española debe asegurarse el acceso como mínimo a 200.000 nuevos ingenieros e ingenieras en los próximos 10 años.” Lo cierto es que las aulas de ingeniería se están quedando vacías. Y eso a pesar de que los salarios son elevados, que se hacen campañas para que las chicas se matriculen y de que es un sector con poco paro.

Desde 1975, no hemos tenido a ningún político al que podamos considerar un estadista al frente del Gobierno. El que más se acercó fue, sólo a ratos, Aznar

Desde el siglo XVIII, España ha formado prestigiosos ingenieros que han podido trabajar en todo el mundo. El Rey Carlos III creó la primera escuela de minas en Almadén con el siguiente mandato: "Enseñar a los jóvenes matemáticos, que se remitirán a estos Reynos, y los de América, para que se destinen e instruyan en la teórica y prácticamente, la geometría subterránea y mineralogía". Durante el franquismo se prestigiaron estos estudios al igual que los de medicina. En este caso las personalidades de Ramón y Cajal, Gregorio Marañón o Pedro Laín Entralgo -inicialmente falangista y más bien liberal en los 70- trazaban una brillante estela en la que se combinaba la medicina con las inquietudes intelectuales. Hoy, el caso de la medicina es el de la huida de los doctores en pos de mejores salarios en el extranjero, a tal punto que, siendo uno de los países del mundo con más facultades de medicina, aun necesitamos unos 5.000 facultativos.

Estos dos asuntos ejemplifican perfectamente el hecho de que, desde 1975, no hemos tenido a ningún político al que podamos considerar un estadista al frente del Gobierno. El que más se acercó fue, sólo a ratos, Aznar. En lugar de considerar a la Universidad como pieza clave en una estrategia de estado para beneficio de los españoles y ayuda a los hispanoamericanos, esta y todas las etapas de enseñanza previas han sido convertidas en una de las administraciones más desprestigiadas. A los jóvenes se les antoja excesivo el esfuerzo necesario de ciertos estudios. No saben que sus capacidades han sido deliberadamente mutiladas en las fases anteriores de enseñanza.

Hace poco, unos estudiantes me comentaban que el rasgo inquietante que define a una mayoría del alumnado es el fanatismo irreflexivo inculcado por ideologías climáticas, por los feministas y por las leyes totalitarias sobre la memoria. Eso que Évole llama “un militante fanático” es un perfil que abunda entre la juventud con estudios. Es un ardor que se enorgullece de su incultura y su alienación.

En España se ha utilizado el guerracivilismo porque sirve también para la polarización política, pero en general, en Occidente, se promueve el desconocimiento de la historia

Por cierto, que las leyes de memoria histórica han provocado como reacción bastantes estudios, la mayoría al margen de la Universidad, que permiten entender con bastante claridad lo que esas leyes tratan de esconder. Incluso en la muy desorientada Francia por lo que se refiere a historia de España, Les mythes de la guerre d'Espagne 1936-1939 de Pío Moa está siendo un éxito y ha conseguido abrir un debate que se creía cerrado. Y es que si la Historia no es revisionista no es nada. Gracias al revisionismo, que es obligación moral y científica, vamos conociendo, por ejemplo, detalles de nuestra prehistoria y nos vamos percatando de que queda mucho por saber y por reinterpretar.

En España se ha utilizado el guerracivilismo porque sirve también para la polarización política, pero en general, en Occidente, se promueve el desconocimiento de la historia. Los diseñadores de realidades distópicas, que son los que hoy mandan, consideran que es un estorbo, que lo que hay que hacer es hablar del futuro para configurar el hombre nuevo con pensamiento único, algo ansiado por todos los totalitarismos. Esa labor empieza por despreciar la historia y por imponer nuevas palabras en la Academia y en la industria política: ciudadanía digital, humanismo digital, pensamiento crítico, resiliencia, psicología positiva, inteligencia colectiva, habilidades para la vida, ODS. Y tienen un argumento tan deslumbrante como ciego: estamos en el siglo XXI, actuemos como personas del siglo XXI.

La Universidad española es una mezcla de aparato ideologizado bolivariano -eso encanta a los profesores mediocres que carecen de mayor autoexigencia intelectual-, y del intento de usurpar funciones de la Formación Profesional

Ese diseño del futuro es ya hoy una absoluta calamidad. Aunque los medios españoles no hablan mucho de ello, la rebelión de inconformes va creciendo en todo Occidente. Por cierto, que algunos ya han encontrado un significado plausible de ODS: Objetivos de Destrucción Social.

En estos momentos, la Universidad española es una mezcla de aparato ideologizado bolivariano -eso encanta a los profesores mediocres que carecen de mayor autoexigencia intelectual-, y del intento de usurpar funciones de la Formación Profesional, algo para lo que no está capacitada. Desastre asegurado.

En los decanatos de las facultades son plenamente conscientes de que la Universidad se está suicidando. La mayor parte del profesorado ve el mismo paisaje abismal. Es preciso por ello recordar lo obvio, eso que en momentos dadaístas es lo primero que se intenta esconder: los empleados públicos se deben, en primer lugar, a los españoles que les pagan el sueldo, no a los cabecillas antiespañoles que se han apoderado de las administraciones.

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