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Opinión

Separatismo versus franquismo

Lluís Companys

Franco murió en 1975, su régimen duró 37 años. Sin duda fue un dictador y no precisamente un santo, pero su figura se ha encumbrado como el culmen de todos los males. Hubo sin duda muchos fusilados tras la guerra. Las cifras bailan, pero podemos asegurar que “al menos” 23.000 fueron fusilados: cfr. Ramón Salas Larrazábal Perdidas de la guerra, J. Descola, J. Palacio, J. Fueyo, J. Delmás y R. de la Cierva. Un desastre humano sin duda, pero ¿qué hicieron otros países, bajo gobiernos presuntamente democráticos? Pues en Francia fueron fusilados “al menos” 40.000 colaboradores del Gobierno de Vichy, y en la Italia de la posguerra se ejecutaron “al menos” 46.000 "fascistas" sin juicio previo (hay fuentes que incrementan estas cifras, como ocurre con el franquismo). El caso de Francia es especialmente sangrante, con condenas de mujeres a ir rapadas o personas a vivir aisladas y morir de hambre. Pero todo eso se ha olvidado. Entre 1963 y 1975 los jueces bajo el franquismo condenaron a muerte a 10 terroristas (ETA, GRAPO y FRAP) o activistas políticos con asesinatos a cuestas: Grimau, Granados, Delgado, Puig Antich, Heinz Chez, Otaegui, Barvo, Paredes, Baena y Ramón García. Hoy parece claro que a todas estas condenas y  sus responsables hay que tenerlos siempre presentes: ni olvido, ni perdón.

El separatismo (ETA)  comenzó a matar en 1968 (otros hablan de 1960, con un bebé muerto). De 1968 a 1975 asesinó a 40 personas. Resulta inexplicable que no dejara de matar cuando llegó la democracia, tampoco cuando se aprobó el primer Estatuto de autonomía, con cupo fiscal incluido. De las 829 personas asesinadas (en cerca de 3.000 atentados), sin ningún juicio previo, el 41% eran civiles. Mató muchas más personas bajo el gobierno del PSOE de Felipe González que bajo el PP de Aznar. El año con más muertes fue en 1980 con 93 víctimas (al año siguiente se daría un golpe de Estado). ETA solo dejó de matar en octubre de 2011 cuando se sintió acorralada y surgió el terrorismo islámico. Estuvo activa 43 años. Sus asesinados no habían matado a nadie (hubo mujeres y niños). Pero hoy la violencia de ETA hay que olvidarla, los homenajes a etarras florecen, sus víctimas son obligadas a pasar página, mientras sus exdirigentes se pasean como hombres de Estado por las televisiones públicas. Existen 197 asesinatos sin esclarecer: ¿el derecho de los hijos de estas víctimas a saber quién mató a sus padres es menor que el de los que buscan conocer dónde está enterrado su abuelo?

Resulta inexplicable que ETA no dejara de matar cuando llegó la democracia, tampoco cuando se aprobó el primer Estatuto de autonomía

Otra doble vara de medir se aplica al desplazamiento forzado de población. Diversos estudios cifran el exilio como consecuencia de la guerra civil entre 200.000 (cfr. Bartolomé Bennassar o Jordi Rubió Coromina) y 500.000 personas, de las que (tomando esta última cifra), 50.000 serían vascos (cfr Jesús J. Alonso Carballés. “El primer exilio de los vascos, 1936-1939”). Pues bien, según un Informe elaborado en 2007 por la Fundación BBVA (Evolución de la población española en el siglo XX) casi 200.000 personas habrían abandonado el País Vasco desde que ETA inició su actividad terrorista hasta 2006 (un 10% de la población). Y no parece que la mayoría haya vuelto o que el fenómeno haya desaparecido tras el fin de la “lucha armada”.

En cuanto a Cataluña es difícil encontrar cifras. Antonio Robles (Historia de la resistencia al nacionalismo en Cataluña) habla de 14.000 docentes que marcharon al exilio en 1981 a consecuencia “del ambiente de intransigencia y de rechazo” que sufrieron tras la firma del “Manifiesto de los 2.300” (hoy olvidado) contra el plan para la imposición del modelo educativo monolingüe en catalán. La intensificación del proceso separatista ha incrementado el fenómeno: desde el 1 de octubre 4.558 empresas se han ido (a fecha de marzo de 2018). En 2017 SocioMétrica realizó una encuesta según la cual el 14% se marcharía de Cataluña si se proclamase la independencia, algo más de un millón de personas. Pero esto también conviene ignorarlo.

El País Vasco y Cataluña han pasado en pocos años de “tierras de acogida” a “territorios de diáspora, al menos si eres o te sientes español. La estrategia resulta clara: para ganar el famoso referéndum algún día con un porcentaje claro de apoyos, sólo cabe una vía: la ingeniería social para transformar o reducir “el demos”. Hay que perseguir, acosar y acorralar socialmente al discrepante (aunque sea una niña de 10 años) para que opte entre acomodarse o marcharse. Les está saliendo bien. En las primeras elecciones legislativas vascas, PSOE+UCD+AP sumaban mayoría. Hoy su soporte electoral ha desaparecido o se ha acomodado.

Companys, héroe de los separatistas, fue responsable durante la guerra civil de más de 8.000 ejecuciones de catalanes por el simple hecho de ‘ser católicos’

Sólo a los ingenuos puede sorprenderles este proceso. El nacionalismo vasco traicionó a la República, abandonándola en la batalla “clave” de Santoña, al preferir pactar con el fascismo italiano. Sus conexiones con el nazismo también se han constatado: cfr. el excelente documental “Una esvástica en el Bidasoa”, 2013, de Javier Barajas y Alfonso Andrés Ayarza. En cuanto al nacionalismo catalán, la Lliga Regionalista promovió, organizó y apoyó la primera dictadura militar de España en septiembre 1923 (Miguel Primo de Rivera). Después, traicionaría igualmente la legalidad republicana. Primero en 1934, estando en el gobierno de Madrid el catalán Alejandro Lerroux, al decidir proclamar de forma ilegal y unilateral la República catalana. El propio Companys, héroe (redecorado) de los separatistas fue responsable durante la guerra civil de más de 8.000 ejecuciones de catalanes por el simple hecho de “ser católicos”. Tanto Negrín como Azaña resaltaron la traición de Companys al tratar de hacer la guerra por su cuenta, lo que debilitaba las fuerzas republicanas. Mientras, Franco recibía apoyo financiero y propagandístico del nacionalismo conservador catalán: Cambó, Ventosa y Bertrán y Güell.

También hubo lazos de conexión entre un sector del nacionalismo catalán y el nazismo alemán. Antes de la toma del poder del Partido Nazi, en 1933, el grupo Nosaltres Sols! sondeó un posible apoyo nazi. En junio de 1935 entregaron un memorándum al Ministerio de Propaganda del III Reich, resaltando las ventajas mutuas de una colaboración activa entre Alemania y el separatismo catalán. Este grupo venía defendiendo la superioridad racial de los catalanes sobre los “africanos” españoles. Algo no muy distinto ha sostenido el propio Oriol Junqueras (Avui, 27 de agosto de 2008). Este mismo partido, ERC, organizó y mantuvo unas milicias juveniles ─los “escamots”─ a semejanza de los camisas negras italianos, que protagonizarían numerosos episodios de violencia extrema, en particular contra anarquistas. Detrás se encontraban los hermanos Badia (Miquel y José) y Josep Dencás, a los que se considera creadores del “fascismo catalán”. Hoy son idolatrados por el President de la Generalitat.

Para estos hechos conviene practicar la desmemoria selectiva. ¿Por qué empeñarse en recordar lo que ya acabó hace más de 40 años y esforzarse en olvidar lo que sigue ocurriendo hoy y produce efectos perversos sobre más de la mitad de vascos y catalanes? Puestos a hacer memoria hagámosla de todo y de todos, y puestos a perdonar y reconciliarse lo hagamos de verdad con todos, buscando un lugar de encuentro sobre el sentido común y las cesiones mutuas. Eso que representó la Transición y la Constitución de 1978. Pero esto, al parecer, también conviene olvidarlo y menospreciarlo.

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