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Opinión

Sánchez, sujétame el Rioja

La guerra del vino riojano apenas acaba de empezar. Es la radiografía de una región que no tiene quien la defienda. Consecuencias de haber votado a doña Concha

Iñigo Urkullu y Pedro Sánchez, en La Moncloa

'¡Viva el vino!' clamó en su día Mariano Rajoy. 'Escupid sobre el Rioja', podría ser uno de los eslóganes del sanchismo. La aprobación de estos presupuestos del odio ha obligado al presidente del Gobierno a ejecutar contorsiones viles, requiebros infames, besuqueos detestables con quienes tan sólo buscan la voladura del edificio constitucional. Los acuerdos alcanzados con Bildu o con ERC, buena parte de ellos ocultos aún en la trastienda de lo secreto, que irán emergiendo poco a poco entre la sorpresa y el pasmo, entre cordadas de presos y carretadas de fondos europeos, se reciben en las mansas filas socialistas como pasos positivos hacia el paraíso del progreso.

La última pleitesía del Ejecutivo hacia el nacionalismo vasco, esa congregación de reaccionarios ultraderechistas, xenófobos de chapela y sacristía, consiste en concederle una mesa de negociación, al estilo de la que ha diseñado para los sediciosos del procés, a fin de perfilar cómo darle un buen bocado a la marca del vino de Rioja. No se conforman con un chupito, un traguito, un pote o una copa. Quieren más. La primera embestida se ha frenado. El avieso Aitor Esteban, vocero en Madrid de los intereses de Neguri, tuvo que modificar su estrategia ante la firme respuesta de los agredidos. Los empresarios del sector se unieron en un grito desesperado y colocaron contra la pared a la presidenta regional, la casi ignota Concha Andreu, que se vio forzada a suplicar al ministro del ramo un gesto de consideración, una señal de Moncloa. Planas, que así se llama el también ignoto titular de Agricultura, transmitió el mensaje y se apaciguó la gresca. Por ahora.

Pretende el PNV un Rioja que hable euskera, con su consejo regulador propio, gobernado desde Bilbao bajo los mandos de Andoni Ortúzar, ese presidente con aires de utillero del Athletic

El envite es serio y, como dicen en Vitoria, 'esto tan sólo acaba de empezar'. Han conseguido el ruido político, elevar un problema regional a un primer plano nacional en plena negociación de los presupuestos. El nacionalismo vasco quiere un vino de Rioja propio, que hable en euskera y recite las burricies de Sabino Arana. Pretende una denominación de origen de la Rioja alavesa, al margen de la oficial, con su consejo regulador propio gobernado desde Bilbao bajo los mandos de Andoni Ortúzar, ese presidente con aires de utillero del Athletic. Los bodegueros suplicaron piedad en nombre de las 15.000 familias que viven de la vid riojana, las 350.000 personas que habitan la región que se pretende colonizar y los más de 1.300 millones que el negocio aporta a las arcas nacionales.

Quejillas de plexiglás, argumentos de plastilina. Confían los viticultores en que hayan contenido definitivamente semejante agresión, que provocaría un daño irreparable tanto en la marca como en el consumo de un producto digno de reconocimiento internacional. Alguien en Moncloa debió pensar que este zarpazo puede provocar un daño letal al PSOE en esa comunidad, tradicionalmente conservadora, prudente y de derechas. "Un ataque dañino". "Siembra desconcierto en el mercado". "Consecuencias inaceptables e inasumibles", clamaban los bodegueros entre grititos de espanto. Antes de que el diferendo aterrizara este martes en el Congreso, el grupo vasco optó por pisar el freno para evitar el seguro derrape. "Nos vamos contentos con lo conseguido"·, canturreaba el proceloso Aitor, el del tractor de Rajoy, a quien le clavó por la espalda el puñal de la investidura. "Esto sigue, y ya se verá los próximos meses".

El nacionalismo vasco ya tiene escuela propia, policía propia, idioma propio, iglesia propia, tele propia, y pretende también regar la patria propia con un vino propio. Resignados, potean orgullosos con un bebedizo espantable llamado chacolí, pero sueñan con su rioja euskaldún, genuino y sin contaminaciones. En su febril ansia expansionista, se afanan en la absorción de la huerta navarra y van camino de las vides riojanas. Nadie les pone freno. Ni Aznar en su día, ni Rajoy luego, ni menos aún Sánchez, entregadito a la causa secesionista en todas sus formas y colores.

El nacionalismo es la peste, el odio al diferente, el desprecio al distinto, un ideario ponzoñoso, peligroso, divisorio, violento y letal

Casado, esta vez ágil de reflejos, se lanzó raudo y brioso rumbo a Logroño para poner el pie sobre el territorio sitiado y mostrar su apoyo a una tierra que algunos dan por perdida. Sin prensa favorable (más bien tibiona) y sin una tele aguerrida y adicta, mal lo tienen los pobres. Desde que una socialista se instaló al frente del Ejecutivo regional, muchos españoles se pasaron al disfrute de los vinos templados de Ribera o bien encuerpados de Toro. Si además asoma por el horizonte la sombra del independentismo aizkolari, el asunto no ofrece dudas. Tras esta ambición del PNV late algo más que deseo de adueñarse del tótem, el símbolo y la fuente de empleo y riqueza de una región que no siempre se ha sabido defender. Es la constatación de que, dado el reparto de escaños de nuestro disparatado Parlamento, son los liliputienses separatistas quienes deciden sobre presupuestos, riquezas, gentes, regiones, fronteras, lenguas, banderas, jueces y, por supuesto, vinos.

En manos de esa casta abominable se ha arrojado Sánchez para proseguir con su suave balanceo por los jardines de la Moncloa, repantingarse en el Falcon y veranear en placenteros palacios

El nacionalismo es la guerra, dijo Mitterrand. Lo vimos el jueves en la Universidad de Barcelona en la razzia contra los jóvenes de S'ha acabat con los matones de la xenofobia, de la intolerancia patológica y brutal. El nacionalismo es la peste, el odio al diferente, el desprecio al distinto, un ideario ponzoñoso, peligroso, divisorio, violento y letal. En manos de esa casta abominable se ha arrojado Sánchez para proseguir con su suave balanceo por los jardines de la Moncloa, repantingarse en el Falcon, veranear en placenteros palacios y mecerse cada noche en el colchón mágico en el que arrulla sus sueños de cesarismo fantasmón. El pulso por el Rioja es algo más que una anécdota. Es la radiografía de una situación desesperante y patológica, de una pesadilla entre Kafka y Coetze.

Está crecido el presidente con sus presupuestos arreglados, su bienio asegurado, su legislatura blindada. Gracias a Bildu y el PNV, no tiene apenas de qué preocuparse. Quienes deberán hacerlo son los riojanos que, o espabilan, o verán a Sánchez brindando en la Moncloa junto a Aitor y Otegi con unas copitas de vino de la Rioja alavesa. Vayan luego a quejarse a doña Concha. ¡Viva el vino!

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