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Opinión

Hay un coro de cacatúas en la Moncloa

Felipe VI y Juan Carlos I en un acto público en 2018.

Nadie ha hecho tanto por la Monarquía como Pedro Sánchez. Enorme valedor de la Institución, fiero combatiente en defensa de nuestro marco constitucional, aguerrido luchador contra los enemigos de nuestro Estado de Derecho, perseguidor implacable de quienes atentan contra la histórica Transición y contra el 'régimen del 78'. Todo esto, y mucho más. El presidente del Gobierno es el más fiel heredero de aquellos adelantados prohombres que, hace cuarenta años, impulsaron la instauración en nuestro país de un régimen de libertades mediante el consenso y el diálogo. Es el más orgulloso porteador del estandarte de la democracia moderna y liberal que los españoles aprobamos y abrazamos desde hace cuatro décadas, la etapa más próspera, pacífica e inteligente de nuestra historia.

Todo eso es Sánchez. O al menos, eso es lo que ahora lo que se nos vende y se nos cuenta en opúsculos serviles y sumisas peroratas. Al hilo del episodio funesto del Rey padre, Producciones Moncloa S.A. ha desplegado una inteligente estrategia de comunicación para transformar tibias actitudes en firmes adhesiones hacia el veraneante de Lanzarote. En la Zarzuela no se desconoce esta operación. 

"Nosotros no entramos ni salimos, fue Felipe VI quien desalojó a su padre del Palacio", aunque al alguien se le fue la mano y don Juan Carlos, en vez de acabar confinado en el Pardo, acabó en Abu Dabi

El resultado es notable y no pasa inadvertido. La mercadería que se ha puesto en circulación es tan elemental como digerible. El hilo conductor es el siguiente. Pedro Sánchez, en contra de lo que esputa la derecha más obtusa y cañí, lleva meses defendiendo no sólo a la Corona sino a Felipe VI, a quien ha cubierto con un manto protector digno de un Lancelot, para evitarle todo mal en la lluvia de venablos que ya se adivina.

El presidente del Gobierno, ni lo duden, apenas ha tenido algo que ver en la horrísona operación para desalojar al Rey Juan Carlos de la Zarzuela. Son "cosas de familia", explican los estrategas del Gobierno. "Nosotros no entramos ni salimos, fue Felipe VI quien expulsó a su padre del Palacio". No hubo presiones, no hubo negociaciones encendidas, no hubo siquiera un ultimátum. Esta es la versión oficial que se consolida por momentos, aventada por las bien adiestradas cacatúas que picotean en la Moncloa y expanden luego sus obedientes graznidos por foros y teles, en insoportable martilleo.

La operación política más chapucera de nuestra reciente historia se ha saldado con un final entre estrafalario y grotesco. Don Juan Carlos ha sido conminado a dejar su residencia de 56 años, ha abandonado el país en el que impulsó la ejemplar transición política y deambula ahora en un nebuloso destierro a la espera de lo que decidan los fiscales del Supremo o de Suiza. 

Es 'Su Persona' quien afortunadamente, vela por la integridad de la  bóveda de nuestro edificio constitucional, quien protege afanosamente, con ejemplar entrega y noble esfuerzo, el vértice de la Institución

Quizás se le fue la mano Felipe VI. Es posible que el Rey emérito pecara de soberbia. Pocos saben con certeza qué ocurrió en esa conversación entre padre, hijo y el jefe de la Casa, Jaime Alfonsín, en el que se decidió la consumación del drama. El emérito se ha ido porque quiso, dando un portazo, henchido de orgullo, ya lo sabéis, mucho 'motor del cambio' pero es un borbón insufrible. El Rey, no le quedaba otra, fue quien le mostró la puerta de salida. Sólo Pedro Sánchez ha estado a la altura de las circunstancias, ajeno a tan desagradable episodio. Es Su Persona quien afortunadamente, vela por la salvaguarda de la  bóveda de nuestro edificio constitucional, quien protege afanosamente, con ejemplar entrega y noble esfuerzo, el vértice de la Institución, el frontispicio de la Corona y, por supuesto, al Rey.

La gloria del presidente

La jauría de Podemos, acogotada por un horizonte judicial erizado de complicaciones, lanza dentelladas contra el manto de armiño de la monarquía. Una artimaña ruidosa y sin futuro de no ser porque quien debe ponerle coto está entregado en sacarle brillo a su retrato y en pulir su propia estatua. Napoleoncito Sánchez  se acerca ávidamente a su autoproclamación. 

En estos días de árido verano, el equipo de Iván Redondo está ahormando la historia, está reescribiendo el guión, está manipulando los hechos de la tocata y fuga de Juan Carlos para que todas las piezas encajen a mayor gloria del presidente. Es Sánchez quien sostiene el báculo de la democracia, quien mantiene enhiesta la tambaleante figura de Su Majestad y son los reyes, padre e hijo, quienes, en mayor o menor medida, han trastabillado penosamente en un momento tan extraordinario de nuestra Historia. Doña Leonor, debe usted tomar nota. Para cuando llegue el caso. Si hay tal. 

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