Opinión

Salamanca non praestat

Santiago Abascal y Donald Trump en la CPAP
Santiago Abascal y Donald Trump en la CPAP

Mala suerte para Santiago. Estamos todos tan entretenidos asistiendo al espectáculo shakespeariano de la degollación del señor Ábalos (es como el sacrificio de Isaac que sale en el Génesis, pero esta vez matando al chaval) que ni nos hemos fijado en el último espectáculo que este hombre, Abascal, ofreció en Washington. Se trataba de la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), la más importante reunión anual de la extrema derecha norteamericana. Para que se hagan ustedes una idea, acudieron también los presidentes de Argentina, Milei, y de El Salvador, Bukele; hay que suponer que el señor Trump, alma de la fiesta (en la CPAC comenzó, hace años, su carrera política), les pagaría los viajes y quizá el hotel, porque ninguno de los tres héroes latinos está para demasiados dispendios.

Es un fiestón de tres días que reúne a varios miles de personas y en el que hablan más de cien invitados. Abascal fue uno de ellos. Otros fueron Nigel Farage (el principal impulsor del Brexit) y Steve Bannon, el más siniestro y robaperas de los asesores de Trump; tanto que el expresidente se vio obligado a deshacerse de él. Abascal intervino durante apenas unos minutos y fue uno de los pocos que habló en español, porque el punto fuerte de este hombre no son los idiomas. Si ven el vídeo comprobarán que, salvo alguna posible pantalla con texto escrito, no había traducción simultánea; esto quiere decir que el público, que estaba todo el tiempo entrando y saliendo de la sala con talante muy festivo (Abascal no era, ni mucho menos, uno de los oradores estrella), en realidad no sabía qué les estaba diciendo aquel señor de aspecto nervioso, y la gente aplaudía y jaleaba cuando no tocaba. Pero eso daba igual porque estaba claro que el discursito no iba dirigido a los conservadores norteamericanos. Era para nosotros.

Que venga un paisano con barbita, que nadie tiene claro quién es, a decir que Harvard es una máquina de censura, adoctrinamiento y antisemitismo es arriesgarse a que te pongan en el aeropuerto en menos de dos horas

¿Y qué dijo? Pues arremetió contra las universidades. Como lo oyen. Citó a tres: Bolonia, Harvard (él dijo Jarbar) y Salamanca. Las acusó de ser “máquinas de censura, coacción, adoctrinamiento y antisemitismo”. Dijo que eran “la punta de lanza del totalitarismo que viene” y que en ellas anidan “comisarios perturbados que inventan géneros, que pervierten la inocencia de los menores, que reescriben la historia o que promueven ideologías criminales”. Eso dijo. De Harvard, Bolonia… y Salamanca.

Bueno, hombre, bueno. Seamos compasivos. De universidades, Abascal sabe poco. De Harvard y Bolonia es posible que tenga una idea aproximada de dónde están. Menos mal que no le entendieron, porque insultar a Harvard en Estados Unidos (o a Yale, o a Stanford, o a Georgetown, o a Princeton, o a Berkeley) es una temeridad: esa universidad, en la que yo tuve el privilegio de cantar hace unos cuantos años, es un orgullo nacional que ha dado a su país 161 premios Nobel y ocho presidentes, entre muchas glorias más. Que venga un paisano con barbita, que nadie tiene claro quién es, a decir que Harvard es una máquina de censura, adoctrinamiento y antisemitismo es arriesgarse a que te pongan en el aeropuerto en menos de dos horas. No tengo noticias de que el claustro de la venerable universidad bostoniana, una de las más importantes del mundo, se haya reunido para responder a Abascal; ni se habrán enterado, lo mismo que en Bolonia. Pero el rector de Salamanca, el jurista palentino Ricardo Rivero Ortega, sí ha contestado. Y ha diagnosticado al ilustre orador una “irresponsable ignorancia”.

Hay que admitir que no le falta razón al rector. El propio Abascal ha reconocido alguna vez que le gustaría tener “más formación” de la que tiene. Pero hay que comprenderle, caramba: este hombre ha dedicado, a lo largo de su vida, tantos y tan arduos esfuerzos al difícil arte de vivir sin dar un palo al agua que no ha tenido tiempo para estudiar. Está documentado que se licenció en Sociología por Deusto… a los 27 años, que era la edad (cuando Abascal tenía 27) en que los licenciados en Sociología y en cualquier otra cosa, que llevaban ya años ejerciendo su profesión, empezaban a pensar si no se habrían equivocado de carrera y a lo mejor estaban a tiempo de cambiar. Quiere esto decir que, sin duda, Abascal sabe dónde está la universidad de Deusto, aunque solo sea porque nació en Bilbao, pero caben dudas razonables sobre si sabría encontrar las aulas.

Hace siglos que terminó la edad oscura en que en las universidades no se buscaba la formación de buenos científicos, juristas o humanistas, sino la de buenos católicos

La universidad de Salamanca ha cumplido hace poco los ocho siglos de vida. Es la más antigua de todo el mundo hispánico y la sexta más antigua de Europa, después de Bolonia (está en Italia, Santiago; por si te preguntan), Oxford, La Sorbona de París, Módena y Cambridge. Todas ellas y muchas más se caracterizan por una cosa común: la investigación libre, el debate científico, la discusión intelectual, el pluralismo de las formas de pensar, la actualización y la búsqueda del conocimiento. Eso es todo lo contrario del adoctrinamiento, la censura, la coacción, el antisemitismo (¿?) y todas esas chorradas que ha dicho este señor en Washington. Hace siglos que concluyó la época en que en las universidades se adoctrinaba… en la doctrina cristiana, en cuál iba a ser si no. Hace siglos que terminó la edad oscura en que en las universidades no se buscaba la formación de buenos científicos, juristas o humanistas, sino la de buenos católicos, como hace aún pocos años aún reclamaba Juan Manuel de Prada en un famoso artículo. Y en cuanto a “pervertir la inocencia de los menores”… En fin: que alguien, por favor, informe a este hombre de que menores, lo que se dice menores, en las universidades hay pocos.

El breve e inadvertido (para los norteamericanos) discursito de Abascal no era siquiera una declaración de intenciones o de principios. Era, como tantas veces hace este hombre, una provocación. Un acto meramente publicitario. Es evidente que lo que leyó no fueron sus propias palabras: aquello se lo había escrito otro, algún asesor no especialmente brillante ni preparado, y el motivo inmediato de decir semejante sarta de barbaridades (así las calificó el PP, entre muchos más) era que la universidad salmantina había concedido su Medalla al presidente de Colombia, Gustavo Petro. Ignora Abascal, como tantísimas cosas más, que la institución docente ha concedido los mismos o parecidos honores a los profesionales sanitarios (en 2021, por los esfuerzos durante la pandemia), a la UNAM mexicana, al exministro de UCD Salvador Sánchez Terán, a la Real Academia de Medicina de Salamanca a diversos catedráticos y antiguos rectores, y a muchas personas más, desde la creación de la distinción en 1969. Esta es, que se sepa, la primera vez que alguien protesta. ¿Y por qué?

Comisarios políticos

Por la repercusión que se buscaba. Nada más. No hay ningún otro motivo. Se trata, como tantas otras veces, de hacer ruido; de que hablen de uno… aunque sea mal, eso es lo de menos. Un partido mucho más televisivo y tuitero que político, creado en función del estrépito que sus declaraciones pudiesen montar en un sector de la población al que, muy mayoritariamente, la universidad le importa un puñetero rábano, no tiene el menor inconveniente en meterse a censurar, adoctrinar y coaccionar al claustro de la institución salmantina sobre lo que hace o deja de hacer, a quién concede sus honores y por qué. Se trata de montar gresca. Ni más ni menos. Y si para ello hay que llamar “comisarios políticos” a los catedráticos de Harvard (está en Massachusetts, Santiago; por si te preguntan, repito) y de Bolonia, pues bueno, pues qué más da.

El fallo ha sido lo de Ábalos, caramba. Y mira que hemos visto veces esta misma función aunque con otros actores, ¿eh? Pero este hombre y el golfo de su “asistente”, Koldo García, le han birlado cámaras y micrófonos al artificial numerito de las universidades abascalinas. Una pena. Tanto viaje y tanto gasto… para nada.

Quod natura non dat, Salamantica non praestat, se dice desde hace siglos. Lo que la naturaleza no te da, Salamanca no te lo otorga. Es el caso de este hombre. Pero, aunque la ley no prevé aún la pena de bachillerato, una pasadita por las aulas no le vendría nada mal a Santiago Abascal. O unas nociones de cultura general, caramba, aunque solo sea eso. Para que se entere, por lo menos, de qué es una universidad, cómo funciona y para qué sirve. Y que lo lleven a alguna, aunque sea a la cafetería. Daño no le puede hacer…