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Opinión

Rusia y la OTAN: choque de trenes a cámara lenta

Putin sigue interpretando apaciguamiento por debilidad y juega la carta de su impredictibilidad nuclear y la renuencia occidental a la confrontación directa

Rusia y la OTAN: choque de trenes a cámara lenta
La Policía inspecciona el lugar de un bombardeo en Kiev (Ucrania). AP Photo/Efrem Lukatsky/Gtres

¿Recuerdan aquellos mapas que mostraban el alcance territorial de las tropas de EEUU sobre Irak o Afganistán? Una gran mancha de color proyectando una engañosa sensación de seguridad y control. Porque la realidad es que ese ficticio control se limitaba a un perímetro alrededor de las grandes poblaciones y a un margen a ambos lados de las principales vías de comunicación en el país. El dominio efectivo ruso de las zonas que ocupa en Ucrania no difiere mucho de ello.

¿Y recuerdan la batalla de Grozny del 94, en la que perecieron veintisiete mil civiles, incluyendo cinco mil niños, que Rusia “venció” capturando la capital chechena con un coste para sus tropas de más de dos mil soldados muertos y cinco mil heridos? Grozny tenía trescientos setenta mil habitantes. Kiev, antes de la invasión, tres millones. ¿Está Occidente (un concepto no geográfico, sino ideológico, de democracia, imperio de la ley, propiedad privada, libre mercado, derechos individuales, pluralismo, respeto a la diversidad…) dispuesto a ser testigo de una barbarie de esas características en Europa?

Como en Chechenia (o en Osetia del Sur y en Abjasia), Rusia aspira a la ocupación y reemplazo de la soberanía ucraniana con figuras títere. La realidad es que su capacidad de normalizar la absorción con un estado vasallo y un gobierno marioneta a la bielorrusa en un país como Ucrania son limitadas.

Asistiremos así a una campaña de desgaste que, en tanto que Occidente siga plegándose al matonismo chulesco de la permanente amenaza nuclear rusa, hará de la resistencia ucraniana, sin cobertura aérea (uno nunca sabe para quién trabaja Borrell y si es más torpe que malvado) y con suministros limitados, patos en una lamentable cacería. Aun así, la posibilidad de una presencia segura para Rusia en la margen occidental del Dniéper se augura harto complicada.

No es en absoluto descartable el uso de armas nucleares tácticas por parte de los rusos que refuerce su mano. Imaginemos el terror en Europa, sus gobiernos, sus medios, su opinión pública

Putin sigue interpretando apaciguamiento por debilidad y juega la carta de su impredictibilidad nuclear y la renuencia occidental a la confrontación directa. En ese contexto, no es en absoluto descartable el uso de armas nucleares tácticas por parte de los rusos que refuerce su mano. Imaginemos el terror en Europa, sus gobiernos, sus medios, su opinión pública.

Asistimos a un choque de trenes a cámara lenta del que Occidente se resiste a aceptar el desenlace. La no imposición de una zona de exclusión aérea en Ucrania no evitará la confrontación con Rusia, sino que la retrasará al momento en que ésta prefiera tenerla, tras adquirir cierta ventaja para ello.

En España tenemos nuestro cupo de abducidos por las tesis del “lebensraum” soviético (al parecer, una buena parte de la cúpula militar española, aunque sólo lo expresen abiertamente aquellos en situación de retiro). Y también de aquellos que están a sueldo (literal o figuradamente) del delirio putinesco: una buena parte de la izquierda política y mediática podemita de nuestro país y la ultraderecha marginal se abrazan regurgitando acríticamente el potaje propagandístico ruso. Pero, aparte de ellos, a estas alturas nadie espera que las ambiciones del ex oscuro agente del KGB que ocupa el Kremlin y su siniestrado séquito acaben aquí.

Muchos se empeñan en “interpretar” la voluntad de Putin cuando la ha expresado a las claras: busca forzar que el “occidente” arriba descrito y autodeterminado no llegue a sus fronteras imponiendo a pueblos y naciones que actúen de colchón satélite y zonas de exclusión. Es evidente que Rusia podría haber planteado una campaña de adquisición del Donbass y retención de Crimea que, gestos y aspavientos aparte, en absoluto hubiese despertado la respuesta internacional que ha movilizado una agresión a gran escala de toda Ucrania. Sus ambiciones son otras. Y no necesita el sátrapa ninguna excusa. Las creará con cinismo, si hace falta.

Es por tanto previsible que los rusos busquen un corredor seguro que conecte la zona del Donbás con Crimea y hasta el oeste, aislando al resto de Ucrania del Mar Negro. La caída de Melitopol, Jersón y Mikoloyev son clave en esa estrategia… además de cuestión de tiempo. La próxima parada sería en Moldavia, desde la marioneta que ya controlan de la autodenominada República de Transnitria. Esta situación creará una tensión insostenible con Rumanía, miembro de la UE y la OTAN.

Y, en cuanto las condiciones sean propicias, actuará sobre la franja de Suwalki, una estrecha banda de 104 kilómetros entre el Kaliningrado ruso y Bielorrusia que constituye la única frontera terrestre entre los países bálticos (Lituania) y el resto de la OTAN (Polonia). El aislamiento de los estados bálticos constituiría el primer paso para una nueva fase de la confrontación (en la que Rusia podría de nuevo usar fuerzas irregulares) que arrastraría definitivamente a la OTAN a una confrontación abierta con Rusia.

Y, en ese momento, la súplica ucraniana de establecimiento de una zona de exclusión aérea sonará a ganga y a oportunidad perdida.

Que nadie aspire a que ningún tipo de sanción haga que Moscú reconsidere esta ofensiva. Putin y sus acólitos creen estar ante una oportunidad histórica, quizá la última, de que Rusia mantenga su esfera de influencia hacia el oeste. Y están dispuestos a apostarlo todo en una partida a la que Occidente es reticente a concurrir.

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