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Opinión

El rey emérito se niega a abdicar

El rey Juan Carlos I.

Salvo en las veladas del premio Mariano de Cavia, cita anual de talento y pajaritas que se celebra en la biblioteca de ABC, no suele escucharse la expresión “Viva el rey”. De ahí la extrañeza por el empeño de Pablo Casado en reivindicar tal fórmula para ser incorporada al uso corriente en las conversaciones “de la calle o del bar”. Llovieron las bromas, las burlas y los memes. Las redes se llenaron de insultos y descalificaciones. “Apolillado”, “trasnochado”, “fascista”, “ridículo”.

En los días que corren, tal sugerencia no parece un antojo absurdo o una ocurrencia extravagante. No hay jornada en la que algún funcionario independentista no incluya en sus declaraciones una exaltación a la “república”. Nadie se mofa, ni se queja, ni apenas maldice. Es más, en Cataluña, hay miles que lo jalean, como se ha visto en esta Diada, la apoteosis del día de la marmota.

Hay debate en Zarzuela. ¿Debe o no el emérito estar presente en algún acto de las celebraciones? ¿Es posible indultarle al menos a efectos del protocolo?

Casado tuvo a bien exaltar la figura del rey en puertas del largo mes de agitación callejera que tienen programado Torra y Puigdemont en memoria de su intentona golpista, aún en curso. Fue el discurso del rey del 3 de octubre el que desenmascaró aquel descomunal esperpento, el que desbarató aquel despropósito, el que sacó a las calles de Barcelona a cientos de miles de ciudadanos en defensa de la Constitución. El que llenó de banderas nacionales los balcones de España y el que, inopinadamente, animó a Mariano Rajoy a dar un paso al frente y aplicar el 155, tímido y raquítico, que propició la espantada de los grandes héroes de aquella revuelta.

Si el presidente del PP ha puesto sobre el tablero de la actualidad la figura del rey, quizás algo necesario, la Audiencia Nacional ha desempolvado el recuerdo del otro rey, don Juan Carlos, que había regresado al oscuro rincón de los trastos viejos tras emerger, con colosal estruendo, las famosas cintas de Corinna editadas por el comisario Villarejo.

Silencio en los discursos

El juez Diego de Egea decidió darle carpetazo, con celeridad reseñable, a esa pieza sobre presuntos sobornos, cuentas en Suiza y cobro de comisiones ilegales que salpicaban directamente al rey padre. Una disposición judicial muy oportuna, ya que coincidió con la presentación de los fastos en honor del 40 cumpleaños de nuestra Carta Magna, presentados en una raquítica ceremonia en las Cortes oficiada por el presidente del Gobierno y la titular del Congreso. Ni uno ni otra osaron pronunciar el nombre de don Juan Carlos en sus áridas intervenciones. El emérito es tabú. O lo era, ya que su hijo intentaba recuperar su legado con motivo de este recuerdo del nacimiento de la Constitución.

Hay debate estos días en Zarzuela. ¿Debe o no el emérito estar presente en algún acto de las celebraciones? ¿Es posible indultarle al menos a efectos del protocolo? Endiablada cuestión. No resulta razonable conmemorar un hecho histórico en ausencia de uno de sus principales protagonistas, del ‘partero’ de la criatura. Ya hubo bronca por su destierro forzoso en los actos del aniversario de las primeras elecciones democráticas. “Han invitado hasta a los nietos de la Pasionaria”, exclamó profundamente ofendido.

Hay presiones “tous azimuts” sobre la conveniencia de rescatar al emérito para estas fiestas. Siquiera por unas horas. Que aparezca en el Congreso, el día 6 de diciembre, y se acabó. Visto y no visto. Abundan las opiniones en contra. El frente judicial no está resuelto. Anticorrupción mantiene abierta la investigación sobre las comisiones por el AVE a la Meca de las que hablaba Corinna. Esta es una amenaza fuera de control.

No estamos para bromas. La Corona y la Judicatura se han convertido en los defensores más firmes de la Carta Magna

Don Juan Carlos se resiste al sacrificio. No quiere abdicar en este trance, no quiere renunciar a su presencia en unos actos que justifican toda una vida. La Constitución y el 23-F son los jalones de su reinado, su aportación a la Historia, su contribución a la causa monárquica. “Tengo que estar”, ha dicho. “Está ya harto de que le den patadas”, comentan en su entorno. “La gente le ha perdonado y sobre todo, nadie duda de su papel relevante en aquellos momentos cruciales de nuestro pasado”. En Palacio aumentan las dudas. Don Felipe estaba por la labor, pero…

Si acude, habrá problemas. Si no le invitan, quizás toque bronca. Se antoja un problema menor, una trifulca familiar y palaciega. No es así. La Corona y la Judicatura se han convertido en los defensores más firmes de la Carta Magna que ahora festejamos. Cualquier marejada en Zarzuela repercute en la Institución. No estamos para bromas.

En estas circunstancias, ante las turbulencias que se avecinan, no sólo por los festejos sino, especialmente, por el rebrote secesionista y la inquietante pasividad de Moncloa frente al desafío, no está de más tomarse muy en serio la sugerencia de Casado, expuesta, cierto es, en forma algo chusca, y corear, como en los Cavia, “¡Viva el rey!”. Eso sí, sin confundirse de rey.

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