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Opinión

Renegar de la Literatura

La ignorancia complaciente mezclada con el sectarismo ideológico seguro harán de las aulas terreno fértil para el adoctrinamiento

La batalla feminista por la 'ley Trans' irrumpe en los centros escolares
Alumnos en un aula de un colegio. EFE

El trágico desmantelamiento de la Educación, con las consecuencias a medio y largo plazo que llegarán en las generaciones venideras, es aún más lacerante debido a que se ceba en una adolescencia y juventud ya de por sí tocadas por la idiosincrasia de su edad y de los tiempos. La generación más preparada para ser carne de cañón, nativos tecnológicos pero analfabetos funcionales. Incluso salidos de la Universidad.

Sepultadas las Humanidades, ahora quieren crear las cuotas y las perspectivas de género en las matemáticas. No hay límites para la imparable gilipollez. La ignorancia complaciente mezclada con el sectarismo ideológico seguro harán de las aulas terreno fértil para el adoctrinamiento, pero no para el aprendizaje. Castigando, además, a las clases menos pudientes, pues todos los padres que puedan costear una educación de pago a sus hijos sin duda harán el desembolso para que los retoños huyan de ese disparate devaluado. La famosa igualdad de la izquierda, la libertad, la fraternidad, ya saben.

Pese a todo, el tronco de toda educación debe nacer en los hogares. Tiene que salir de casa. Enseñar a los niños a pensar, a ver y entender, a analizar y a cuestionarse. También a disfrutar con el goce que otorgan cultura y conocimiento cuando todo es relativamente nuevo e intenso.

Con unos niños ensimismados en las pantallas (y a veces también los padres), viviendo emociones prosaicas y sintiendo sonrisas de Instagram, corazones de red social, en una vida de puertas para afuera pero que se adentra en las intimidades, dejar que sea un aparato (móvil, tablet, televisión, ordenador) el que haga de docente y críe a la nueva generación es tan irresponsable como los dislates de la ley Celaá. La degradación se puede observar en la comprensión lectora y en la reducida capacidad de atención. Y es triste, por dejación de funciones, malograr a un niño que pudiera llegar a ser un adulto con ingenio, capacidad de palabra y brillantez intelectual.

Tengo por costumbre leer siempre con un lápiz a mi vera, para subrayar, cuando sea necesario, aquello que por algún motivo quiero rescatar o dejar señalado. Una frase, un pensamiento, una expresión, un párrafo que marcó. Que dejó poso. Palabras y adjetivos que ofrecieron en su momento un espejo en el camino, que fueron consuelo, reflexión o motivo de admiración. Una quinta de chavales que aborrezca de los libros, desconoce todo lo que se van a perder, pues nunca van a poder encontrarse, por ejemplo, ante lo que aparece en 'Viaje al fin de la noche': Zurciendo retazos de memoria (…) los propios recuerdos tienen su juventud...Se convierten, cuando los dejas enmohecer, en fantasmas repulsivos”, se puede leer en la monumental novela de Céline; o poder descubrir a Salinger en ese ritual de juventud que es 'El Guardián entre el Centeno', u obsesionarse con Hermann Hesse cuando todo parece gris y depresivo a tu alrededor. “¿Cómo no había yo de ser un lobo estepario y un pobre anacoreta en medio de un mundo, ninguno de cuyos fines comparto, ninguno de cuyos placeres me llama la atención?”; deleitarse ante las descripciones de Chandler : “Vi las cosas que tenía en el escritorio. Se escribía cartas. Escribía sin parar. Borracho o sereno le daba a la máquina. Algunas cosas eran disparatadas, otras más bien divertidas y también las había tristes. Tenía algo en la cabeza. Escribía dando vueltas alrededor de eso, pero nunca llegaba a tocarlo. Un tipo así habría dejado una carta de dos páginas antes de quitarse de en medio”.

El añorado Rafael Chirbes, un analítico de la sociedad tan certero como cruel, que tiene dos obras maestras, 'Crematorio' y 'En la orilla': El hombre, que ha sido capaz de levantar inmensos edificios, de hacer desaparecer montañas enteras, de abrir canales y de cruzar puentes sobre el mar, no ha conseguido que vuelva a levantar los párpados un niño que acaba de morir”. “Los hombres pegan por impotencia. Creen que pueden conseguir por la fuerza lo que son incapaces de conseguir con la ternura, con la inteligencia”.

Una persona que deje pasar por delante de su vida una existencia sin libros, nunca podrá descubrir a Scott Fitzgerald y su sensibilidad, su derrota, su retrato de una época tan similar a la nuestra, y jamás podrá llegar a ese final de 'El Gran Gatsby' donde aún creía en la luz verde al final del embarcadero: "Y así seguimos hacia adelante, botes contra la corriente, empujados sin descanso hacia el pasado”.

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