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Opinión

Puigdemont y la noche de San Juan

Nada más contrario a la libertad de las puertas abiertas al aire cálido de la noche y a las aventuras del corazón que estos tipos de retórica oscura que nos llevan a lo peor de la Europa del siglo XX

Carles Puigdemont. EP


Cuenta el mito que Perséfone, hija de Zeus y Deméter, estaba una tarde recogiendo flores acompañada de unas ninfas en un campo en Enna cuando la vió Hades y decidió raptarla, llevándosela con él al inframundo. Deméter, encolerizada por el rapto de su hija, resolvió dejar los campos estériles y yermos en señal de su ira,  hasta que Zeus, viendo que la situación se ponía fea, obligó a Hades a devolver a Perséfone a su madre durante seis meses al año. Esa mitad del año en que la madre disfruta de la hija son la primavera y el verano, mientras que los seis meses de triste ausencia son los más fríos, el otoño y el invierno.

El paso de las estaciones se ha celebrado y explicado siempre en todas las culturas, y la noche del solsticio de verano de forma muy especial. No solo en el Mediterráneo, sino también en las brumas del norte se celebra la llegada de la luz y la derrota del invierno. Si hay una celebración ancestral y compartida por todos no cabe duda de que es la de la noche más corta del año.

Pero para el turista en Waterloo, también conocido en redes por su nick Carlomagno, y les prometo que no me da la cabeza para inventarme un dato así,  la noche de San Juan es una celebración estrictamente catalana. Es más, estrictamente catalana de los que él considera catalanes y de nadie más. Con una foto de fondo y un hiperventilado manejando la cámara, el inefable Puigdemont se ha marcado un discurso de una cursilería tan perfecta que mueve a la risa.

Con pancatalanismo delirante que se apropia de Valencia y parte de Aragón sin pedirle permiso a nadie y tomando prestadas las letras de las canciones que cantábamos en Misa en mi colegio de monjas

Inflamado de patriotismo fantasioso,-el pueblo catalán es lengua y fuego, dice sin que se le mueva una pestaña.- continúa con un pancatalanismo delirante que se apropia de Valencia y parte de Aragón sin pedirle permiso a nadie y tomando prestadas las letras de las canciones que cantábamos en Misa en mi colegio de monjas el que se fue en el maletero de un coche dejando a su gobierno colgado, nos suelta un “somos un pueblo que camina” que motiva la repuesta automática del alucinado espectador que se descubre canturreando la continuación sin poderlo remediar: “y juntos caminando,  podemos aguardar…”

Hay también en el discurso referencias directas al excursionismo, tan propio de los grupos parroquiales en los que se incubó el huevo de la serpiente, y todo él exhala un aroma totalitario y tan antiguo en el fondo y en la forma que produce en quien lo escucha  una sensación extraña entre la vergüenza ajena y la depresión propia de los domingos por la tarde. Si algo no tiene nada que ver con la celebración de la vida que es la noche de San Juan, es este discurso y el hombre que lo pronuncia, ambos pura oscuridad.

La verdadera Cataluña


Cuando Puigdemont nos dice, al final, que el autor de la Homilía es Eliseu Climent lo entendemos todo. Un valenciano listo y experto en recibir subvenciones de la Generalitat a manguerazo limpio, y que  ha hecho del delirio una forma muy bien remunerada de ir por la vida pagándosela entre todos.

Pero estos tipos no representan a la verdadera Cataluña en esa noche mágica. Pienso en Jaume Sisa, que tuvo su etapa en Madrid como Ricardo Solfa, gran artista compositor de maravillosas canciones en catalán y español y a quien debemos la bellísima “Qualsevol nit pot sortir el sol” , “Cualquier noche puede salir el sol”, que es la perfecta traducción de la felicidad de esta primera noche de verano, y que dice así:

“Oh bienvenidos, pasad, pasad. Que de las tristezas haremos humo, que mi casa es vuestra casa si es que hay casas de alguien”

Nada más contrario a la libertad de las puertas abiertas al aire cálido de la noche y a las aventuras del corazón que estos tipos de retórica oscura que nos llevan a lo peor de la Europa del siglo XX. Y cuando por fin pasen al olvido, porque pasarán, y quememos en la hoguera la tristeza  de estos años sin sentido podrá volver a darse el milagro de que en Cataluña, cualquier noche, pueda salir el sol.

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