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Opinión

Psicofonías del 78

Pablo Iglesias, Albert Rivera y el periodista Carlos Alsina. Europa Press

Leo por ahí que Julio Feo ha calificado a Pablo Iglesias de “infumable” y a Albert Rivera de “dañino”. Lo de Iglesias no hay que explicarlo, ya lo ha mostrado él durante años ante la opinión pública. Lo de Rivera parece que es por el gran pecado final, no pactar con el PSOE de Sánchez en 2019. No habrá que insistir en que el PSOE, según estas versiones, es una especie de niño de teta que mete la mano en los enchufes si no se le controla; con la salvedad de que los electrocutados somos todos los demás. Julio Feo se habrá puesto de moda, como otras estantiguas -con todos los respetos- del 82, porque el socialismo está de aniversario. Hay que escuchar siempre lo que dice la gente del 78, hay que interpretarlo como la escritura automática de una generación, como una séance que nos pone en conexión con el ultramundo boomer y sus ectoplasmas.

Aunque las afirmaciones de Feo son contradictorias -lo achaco al atropello del formato de entrevista, pero también quizás a una propiedad intrínseca de las élites del 78 para operar al margen de la lógica formal-, creo que entiendo a qué se refiere. Iglesias, su vicepresidencia, es “lo peor que nos ha pasado en la política española en la democracia”, pero Rivera es el más “dañino”. Iglesias es, y su vicepresidencia sucede -parece que en el éter, investido por nadie-, pero la obra perniciosa de Rivera consiste en no ser el socio que el PSOE, según Feo y muchos otros, necesitaba en aquel momento. Fácil. Pero yo he podido analizar, como el Fary, que el carácter dañino de Rivera en el fondo va más allá, y que atañe a la esencia del 78. Insisto, hay que escuchar a la gente cuando habla.

Cuando Podemos y Ciudadanos llegaron a nuestras vidas, se dijo, uno encarnaba la política representativa en sentido más profundo, y el otro una cierta vertiente tecnocrática también presente en el impulso inicial del 15M. Las dos cosas eran falsas, por decirlo en crudo y pasando de matices: la aspiración -y el marketing- de la representación de Podemos no iba más allá de un abanico sociológico algo más amplio que el de IU, que incorporaba a buena parte del precariado joven, pero que no era al fin todo lo extenso que la propaganda, las formas y las pintas querían hacer creer. Y a su vez, Ciudadanos, bajo un discurso tecnocrático era en realidad -fuera de Cataluña- una representación bastante fidedigna de unas nuevas clases medias urbanas descreídas del bipartidismo.

Cuando Podemos y Ciudadanos llegaron a nuestras vidas, se dijo, uno encarnaba la política representativa en sentido más profundo, y el otro una cierta vertiente tecnocrática también presente en el impulso inicial del 15M. Las dos cosas eran falsas.

Al margen de estas precisiones, los proyectos de uno y otro sí se separaban nítidamente en un punto: Podemos denunciaba el “régimen del 78” y Ciudadanos pretendía apuntalarlo mediante la reforma. Esta distinción permeaba los discursos, las iniciativas, la “selección de élites”, las propias formas. De tanto repetirlo, de puro obvio, nos lo creímos. Pero ocho años después resulta que los incorporados exitosamente a la “dirección política del estado” no son los tibios reformistas del enjuaguito, sino los que venían, en sus propias palabras, a cargarse el régimen de 78. Creo que no es casual. Creo que debemos empezar a tomar nota.

Hay, por supuesto, un elemento de oportunismo de Sánchez, de aventurerismo; una sensación, no injustificada, de que que el 78 es suyo y se lo cepillan cuando quieren -ya se trate de indultos, de modificaciones del Código Penal, de ocupación de instituciones, del mismo desempeño cotidiano del gobierno. Pero en realidad, lo he escrito en otras ocasiones, este no es solo el PSOE realmente existente, sino el PSOE posible. Y como partido-sistema del 78, la coalición que lleva 15 años armando es hoy la coalición sistémica por excelencia, por muy destituyente que sea. Y así avanza nuestra democracia hacia no se sabe muy bien dónde, no tanto como la nave del estado de Oakeshott sino como el vapor de Phileas Fogg, quemando su propio maderamen -por cierto que cada vez queda menos que quemar. Atrevámonos a pensar que quizás, solo quizás, todo esto estaba ya implícito en el diseño original.

Al final ha sido más fácil integrar la disidencia estridente pero inane de Podemos y sus mutaciones que el reformismo ingenuo de Ciudadanos. Para empezar, porque todo lo exagerado es insignificante

Al final ha sido más fácil integrar la disidencia estridente pero inane de Podemos y sus mutaciones que el reformismo ingenuo de Ciudadanos. Para empezar, porque todo lo exagerado es insignificante. Pero también, aventuro, porque ese reformismo, llevado a sus conclusiones últimas, era menos compatible con el funcionamiento de esta democracia nuestra del 78. Y, en el plano puramente aritmético, porque al cabo fue más fácil armar una coalición en torno a Sánchez y los partidos (supuestamente) destituyentes -de nuevo, llevaba 15 años in the making- que otra para la reforma. Lo que me lleva otra vez a pensar que el propio régimen incubaba dentro de sí la semilla de la actual “dirección del Estado”. A fin de cuentas, todos los socios de Sánchez llevan mucho más tiempo en la Carrera de San Jerónimo que la alternativa del 19. Y el odio africano que se le sigue profesando desde tantos estamentos a Rivera, un ciudadano particular desde noviembre de aquel año, cuenta también una historia de forma bastante explícita.

Nunca sabremos qué hubiera sucedido de pactar ese hoy ciudadano particular con Sánchez en el infausto verano del 19, en el que todos envejecimos de golpe una década. Yo creo que el pacto no hubiera sucedido en ningún caso; y que los argumentos de política-ficción en torno a aquel imposible cumplen una función expiadora y, por qué no, la de tenernos entretenidos mientras la vida pasa. Que a fin de cuentas es de lo que va todo esto.

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  • K
    Karl

    "Los políticos fingen ante nuestros ojos perseguir el bien común cuando lo único que les interesa es el poder."
    ~Emilio Campmany