Opinión

¿Y si el problema de la UE acaba siendo Alemania y su banca?

Sede central de Deutsche Bank.

Vivimos en un momento histórico de transición y transformación, de cambio del paradigma mundial. Estas fases suelen generar períodos de confusión, momentos convulsos, tiempos de zozobra,  donde nada suele ser lo que parece. En ese sentido, las informaciones que nos suministran los medios de comunicación dominantes desenfocan el problema de fondo, o, peor incluso, adolecen de los mínimos estándares de veracidad requeridos, especialmente en sociedades democráticas. Se puede decir que son incapaces de comprender las evoluciones en curso. Resulta evidente la necesidad de cambiar los pilares básicos del actual sistema de gobernanza mundial, desde el plano financiero, pasando por el monetario, o el de gobernanza. Pero será la forma de hacerlo, mediante la cooperación internacional o el conflicto, lo que determinará finalmente si el mundo se mueve del filo de la navaja al precipicio. Existen  multitud de ejemplos de rabiosa actualidad donde las cosas no son lo que parecen. Desde conflictos armados en el tablero geopolítico mundial, pasando por las distintas propuestas que circulan sobre cómo será la próxima moneda internacional -sería execrable aquello que están discutiendo entre bambalinas ciertas élites de volver a una especie de patrón oro-. De esto último la prensa, por ejemplo, y, con perdón, no se entera. Y Europa será la gran damnificada.

Algo parecido está ocurriendo con el brexit. Resulta curioso que los medios de comunicación una y otra vez nos hablen de los peligros alrededor del brexit, y de las correspondientes previsiones agoreras alrededor de la economía británica. Pero, sorpresas de la vida, es la locomotora europea, adalid de la ortodoxia, Alemania, la que según los últimos datos ya estaría rozando la recesión económica. Y no hay visos de que mejore. Tan centrada en el sector exterior, tan ahorradora ella, el entorno global jugará en las próximas décadas en su contra. Entenderán, y defenderán, la realidad mandará, la necesidad de reciclar superávits por cuenta corriente. Pero hay un hecho todavía más inquietante. ¿Qué pasa con el mayor banco alemán? Si el Reino Unido abandona la Unión Europea, la Unión Europea sobrevivirá. Pero, ¿qué pasaría si se tuviera que rescatar al mayor y único banco verdaderamente global teutón? ¿Cuáles serían las consecuencias? Las acciones de dicho banco han caído casi un 50% en los últimos 12 meses, y apenas valen más de lo que cotizaban hace casi 40 años.

Los grandes bancos se benefician de subsidios públicos implícitos creados por la expectativa de que el gobierno los respaldará si se encuentran en dificultades financieras

De nuevo nos presentarán una realidad paralela. Las autoridades alemanas alegarán que no se trata de un rescate, sino de una fusión. Ya buscarán un candidato, el segundo mayor banco germano. Es y será un rescate en toda regla. Pero hay algo todavía más sibilino. Dicho banco está siendo investigado una vez que los Papeles de Panamá revelaran su papel en la evasión de impuestos y el lavado de dinero. Presión que se incrementó tras conocerse el blanqueo de dinero a través del Danske Bank. El banco germano no es diferente a otros bancos sistémicos, ni hace cosas distintas, pero le han pillado, esa es la diferencia. No lo duden, el Estado alemán, si hiciera falta, lo rescatará usando el dinero de los contribuyentes. Resultaría irónico que el país defensor de la prudencia fiscal tuviera que intervenir para salvar a su banco portador de bandera, pero no por mero hecho de salvarlo, sino especialmente por burlarse de todas esas bellas palabras sobre la reducción del riesgo sistémico y la solución del problema de los bancos demasiado grandes para quebrar.  

Los bancos sistémicos, la semilla de la próxima recesión  

Si el regulador alemán optara por fusionar, siguiendo la estela de sus homólogos, generaría un monstruo todavía mayor. Exactamente igual a lo acontecido en otros países. De todos modos, llegado el caso, no duden ustedes que es esto lo que seguramente sucederá. Cada nación que se respeta a sí misma quiere tener una institución financiera de importancia sistémica a nivel mundial. Alemania también. El otro nombre no oficial de los bancos sistémicos es que son “demasiado grandes para quebrar”. Sin embargo, y aquí está el problema, hay, y siempre ha habido, una pequeña brecha entre esos dos conceptos. Estar en la lista de bancos sistémicos significa legalmente que puedes quebrar pero que eres tan importante que tienes que quebrar de una manera especial. Significa que hay normas especiales a las que el banco está obligado en relación con su participación en el capital y se supone que va a terminar -en caso de que quiebre- de una manera especial que nos proteja al resto de nosotros de su implosión.  

Estar en la lista de bancos sistémicos significa que legalmente puedes quebrar, pero que eres tan importante que tienes que quebrar de una manera especial

La idea era que nuestros maravillosos y prudentes gobernantes y reguladores crearían nuevas reglas para evitar la quiebra de los bancos, pero si al final quebraban, entonces serían liquidados de una manera que nos protegiera al resto de nosotros. El problema es que eso no es lo que los banqueros quieren en absoluto y ciertamente no es lo que quieren los países que albergan esos bancos. ¿Qué nación quiere que su banco más grande quiebre? La respuesta es que nadie lo sabe y nadie está dispuesto a averiguarlo. Las reglas de liquidación bancaria de los bancos sistémicos, plasmadas en plena genuflexión de la clase política ante los desmanes bancarios germen de la Gran Recesión, están ahí. Pero olvidémonos, ningún banco sistémico y ninguna nación que alberga a uno de ellos va a permitir realmente que caiga. Funcionará de nuevo el subsidio demasiado grande para quebrar.

Como han demostrado diversos estudios y análisis, incluidos algunos del FMI y del BIS, los grandes bancos siguen beneficiándose de subsidios públicos implícitos creados por la expectativa de que el gobierno los respaldará si se encuentran en dificultades financieras. Este subsidio implícito distorsiona la competencia entre bancos, y favorece una toma excesiva de riesgos y, en última instancia, puede implicar elevados costes para los contribuyentes. La expectativa de que obtendrán respaldo estatal reduce los incentivos de los acreedores para controlar el comportamiento de los grandes bancos, alentando así un apalancamiento y una toma de riesgos excesivos.

Entonces, ¿por qué no se hace lo obvio? Les propongo dos reformas ineludibles. Los grandes bancos sistémicos deben trocearse y evitar así el problema de riesgo moral "too big to fail", demasiado grande para quebrar. Finalmente, se debe restablecer la ley Glass-Steagall de separación entre banca de inversión y banca comercial. No se preocupen, no lo harán.  Y ya saben ustedes por qué, la promoción de campeones internacionales y la eterna defensa de los intereses de clase.