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Opinión

¡Pónganse de acuerdo!

Pedro Sánchez y Pablo Casado, en su primera reunión en Moncloa

En su último libro El Pasillo Estrecho (Ed. Deusto), Daron Acemoglu y James A. Robinson mencionan al personaje de la reina en Alicia en el País de las Maravillas. Dicha mención tiene su utilidad, concretamente para explicar que el desarrollo liberal democrático de los países es como ir en bicicleta. Si paras, te caes. En este caso nos menciona a la 'Reina Roja' y su conversación con la niña donde le explica que, para quedarnos donde estamos, como mínimo, hay que correr cada vez más.

En este sentido, la iniciativa Rule of Law, propuesta por líderes de los principales partidos con representación en el Parlamento Europeo, propone exigir a los países de la Unión compromisos con el Estado de Derecho siempre que quieran recibir fondos europeos. Si no conocen esta iniciativa, les invito a echarle un vistazo. Este Rule of Law aparece justo en el momento en el que en el Parlamento Europeo se debate el Plan de Reactivación donde fondos como el Next Generation constituyen la esperanza para relanzar nuestras economías así como crear las condiciones futuras para un crecimiento potencial que nos lleve a objetivos mejores de bienestar. Loable propuesta firmada y liderada por los representantes de los grupos socialista, popular, liberal y ecologista.

Ya hay algunos en el continente que miran de reojo hacia España preguntándose si seremos los próximos en unirnos a ese grupo

Desde esta iniciativa, sin negar la necesidad de implementar ayudas y fondos para rescatar las economías del continente, se critica la falta de condiciones habilitantes que liberen las mismas a los países en función del grado de respeto que estos tengan sobre el Estado de Derecho. Así, los firmantes del artículo que enlazo consideran grave que no se condicione a su recepción el hecho de que haya países en Europa que no parecen respetar las reglas del juego diseñadas en la segunda mitad del siglo XX y que caracterizan a las democracias liberales del occidente europeo. Son llamadas de atención particularmente a propósito de países del este europeo, como Polonia o Hungría. Pero al parecer, ya hay algunos en el continente que miran de reojo hacia España preguntándose si seremos los próximos en unirnos a ese grupo.

A esto último han ayudado, en esta semana, algunas voces europeas que nos señalan como un país al borde del abismo, un estado fallido. Aunque a algunos nos pueda parecer extralimitada esta percepción, para muchos europeos lo somos. No cabe duda de que el esperpento de la gestión política durante la crisis más grave que hemos vivimos en décadas no deja de alimentar dicha percepción.

El examen de Europa

Esta visión por parte de socios europeos no puede llegar en peor momento. Por un lado, en pocas semanas deberemos pasar un examen. Los famosos fondos europeos no están garantizados y deben pelearse. Debemos demostrar que a ojos de nórdicos y teutones, calvinistas y fineses, somos merecedores de su ayuda. Porque esto será una unión, pero cada país, cada primer ministro o ministra deberá explicar a su electorado la razón por la que recibiremos fondos extraordinarios. Ir a Bruselas con un borrador de algo que parece un plan y de un presupuesto con cifras crípticas y muchos buenos, y optimistas, deseos mientras dentro de nuestras fronteras nos tiramos los mazos a la cabeza, pues claramente no ayuda.

Si los Presupuestos Generales del Estado que hay que aprobar de aquí a finales de año se hicieran bajo un amplio consenso político, ganaríamos en confianza y buena imagen

Pero a corto plazo podemos y debemos hacerlo bien. Por poner un ejemplo, si los Presupuestos Generales del Estado que hay que aprobar de aquí a finales de año se hicieran bajo un amplio consenso político, ganaríamos en confianza y buena imagen. Si, además, este consenso se extendiera a un plan de gasto y déficit a medio plazo, no solo mejoraríamos frente a nuestros socios sino también frente a quienes quieren invertir en nuestro país. Sería una buena prueba de nuestro propósito de enmienda.

Y es que, si se consiguiera tal objetivo ganaríamos en muchos sentidos. En primer lugar, demostraríamos la capacidad de llegar a acuerdos, sobre todo en unos momentos tan complicados y difíciles. En segundo lugar, daría coherencia a los planes de inversión que estarían por desarrollar en el plan de reactivación. Esos presupuestos serían el colágeno sobre el que se articularía el plan, al menos en sus inicios. En tercer lugar, daría credibilidad al plan, pues permitiría adelantar los recursos necesarios, aunque el dinero de Europa tarde en llegar. Porque una cosa debemos entender: sin presupuesto y con los halcones dificultando esa llegada, las inversiones anunciadas tendrán muchas dificultades para salir adelante. Incluso podrían no desarrollarse. Así pues, aunque no sea exigible un presupuesto para la concesión de los fondos, más nos valdría disponer de unos y, si es posible, creíbles y en sintonía con los objetivos europeos marcados.

Por lo tanto, lancemos un reto a quienes deben tomar esta decisión. Digámoslo alto y claro para que lo oigan. Hagan un presupuesto. Consensuado y aceptado por la mayoría de los partidos que, en general, tengan a España y su futuro como proyecto de partido. Saboreen la política del acuerdo. Diriman sus diferencias y piensen en los 46 millones de españoles que estamos pendientes de sus dimes y diretes. Hagan su trabajo. Y cuando lo terminen, vuelvan a sus casas con la cabeza alta. Si no, la historia les pasará factura.

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