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Opinión

El PP vasco es de Casado

Marimar Blanco.

El reciente congreso del PP Vasco, que se celebró en Vitoria el mes pasado, se estrenó con unas desafortunadas declaraciones de Cayetana Álvarez de Toledo sobre los populares vascos pero la cosa no fue a más porque Alfonso Alonso dijo en la clausura que no tenían “tiempo para tonterías” y que Casado era “un tipo estupendo” al “que hay que llevar a La Moncloa”. Por si tanta adhesión fuera poca, el propio Pablo Casado dijo allí mismo a todos los asistentes que él también era del PP vasco, levantando una gran ovación.

Han pasado unas semanas y se ha visto que no es que Casado sea del PP vasco, sino que el PP vasco es de Casado, que no es exactamente lo mismo. Los deseos de la dirección en Euskadi del partido conservador de presentar ante su electorado un perfil propio y diferenciado se han ido por el desagüe y la lista de candidatos la han puesto desde Génova. Fin de la discusión.

Hubo un tiempo en que los partidos apostaban por estructuras regionales sólidas que les permitiesen estar a pie de obra en las sensibilidades y visiones particulares de cada parte de España, y a fe mía que el País Vasco las tiene. En aquellos tiempos los dirigentes regionales a lo largo del país eran escuchados y respetados. Eso ya no pasa. Ahora se impone el criterio del líder nacional en todos los casos y la visión que impera para todo el territorio es la de la M-30, que, como todo el mundo sabe, es la buena.

Un mal muy extendido

Puede que este sea el camino de la modernidad política, la de desmochar las otrora poderosas baronías y convertir las estructuras territoriales en herramientas de dinamización de eventos y de activismo en redes sociales desde las que se reboten eficazmente los memes que cada día se les asignen. Puede que sea eso porque, desde luego, ni de lejos el PP es el único partido en el que tal cosa ocurre. Pasa absolutamente en todos.

Las antiguas y a veces rebeldes estructuras de poder regional ya no tienen nada que hacer a la hora de confeccionar las listas porque la intromisión de la dirección nacional, que siempre existió con más o menos intensidad en los partidos, ahora ya no es tal intromisión, sino simple aplicación mecánica de los reglamentos, que han pasado de reservar la última palabra a las direcciones nacionales en caso de conflicto, a que estas simplemente puedan hacer y deshacer la lista que prefieran a su gusto, hayan dicho lo que hayan dicho las asambleas o las direcciones regionales. Queda únicamente suprimir por fin las inútiles propuestas de nombres de las bases y de las direcciones locales, por innecesarias cuando votan lo que se les avanzó que debían votar o por peligrosas cuando ponen en aprietos a la alta dirección de sus partidos, votando lo que quieren y haciendo así demasiado evidente la cacicada.

El caso de Álava

Nadie se va a quejar, y menos aún en Álava, donde la cabeza de lista puesta por Casado será nada menos que Mari Mar Blanco, una mujer digna y una candidata valiosa allí donde hubiese ido. De hecho, Alonso ya ha reiterado su leal adhesión a la decisión final que él no hubiera tomado. No contarán con tanto respeto la candidata y el candidato de Vizcaya y Guipúzcoa. Lo que no conviene olvidar es que las listas se hacen para ganar votos y que, aunque nadie es perfecto, decidir las cosas sin escuchar a los que viven junto a los votantes que se busca conseguir es arriesgado.

Las siglas arrastran, pero las personas que conocen el terreno también lo hacen y algo no ha funcionado cuando el PP vasco, en tiempos ganador indiscutible en Álava, donde el propio Alfonso Alonso y el hoy segovianísimo senador Javier Maroto, llegaron a ser alcaldes de Vitoria, tiene ahora exactamente cero diputados, cero senadores, cero presidentes de Diputaciones (que allí se llaman Diputados Generales) y cero alcaldes. La parte buena es que a partir este momento solo cabe ir mejorando.

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