Opinión

Paz Esteban no era Hoover

Para satisfacer a ERC y Podemos Pedro Sánchez les ha entregado la cabeza de la directora del CNI como si fuera aquel desalmado director del FBI en la ‘Caza de Brujas’ estadounidense contra los comunistas

Si Pedro Sánchez se hubiera mantenido en su sitio y no hubiera cesado a la directora del Centro Nacional Nacional de Inteligencia (CNI), Paz Esteban, con el único fin de que Podemos y los muy ofendidos Gabriel Rufián (ERC), Junts pel Cat y Bildu le salven de lo que llaman Catalangate, tendría más difícil continuar la legislatura, cierto. Pero, a cambio, hoy tendría el apoyo abrumador de una mayoría ciudadana que le ve en actitud claudicante hasta el punto de llegar a autolesionarse a él y al prestigio de España denunciando su propio espionaje presidencial solo para desactivar el enésimo montaje Made in Catalonia.

Si, atendiendo a esa Ley de la gravedad política que es la Ley de Murphy -”todo lo que puede salir mal, saldrá mal”-, aquel 18 de abril cuando el estadounidense New Yorker publica el informe del Citizenlab canadiense bajo el manipulador título Cómo las democracias espían a sus ciudadanos, en lugar de sumarse a la sospecha, Sánchez cita a Esteban para preguntarla sin intermediarios ni rodeos: “directora, ¿que hay de cierto?”… seguramente ella le habría respondido algo parecido a lo que sigue y él no estaría ahora en semejante estado de postración ante buena parte de la opinión pública:

“Nada, señor presidente. Tras el referéndum ilegal del 1-O de 2017, el juez encargado en la Sala Tercera del Tribunal Supremo nos autorizó sucesivamente escuchas a dieciocho reconocidos miembros de una organización considerada terrorista por la Audiencia Nacional, Tsunami Democratic, de la cual forma parte Elíes Campo, quien a su vez está detrás del informe del Citizenlab canadiense; vigilamos también el teléfono del fugado ex president de la Generalitat Carles Puigdemont y los de sus abogados y el entorno que se ve con enviados de Vladimir Putin; el terminal de su sucesor, el hoy inhabilitado Quim Torra -que alentaba con un ”apretad” a esos Comités de Defensa de la República (CDR) que cortaban carreteras y fronteras, y quemaban calles de Barcelona-, y el móvil de su entonces vicepresidente, el hoy molt honorable, Pere Aragonès… En total, señor presidente, tuvimos vigilados, que no espiados, entre 2017 y 2020 dieciocho teléfonos, no los 66 de los que hablan Citizenlab y el periodista Ronan Farrow”.

Si Sánchez hubiera mantenido desde el principio la auctoritas que le confiere su cargo, no ERC, ni Junts pel Cat, Bildu o la CUP, habría enfrentado con mucha más fortaleza ante la opinión pública todas esas portadas, tertulias y sospechas sobre la “calidad” de la democracia que gobierna

Si hubiera procedido así nuestro presidente, el de todos, digo, manteniendo la auctoritas que le confiere el cargo, no Podemos, ni ERC, Junts pel Cat, Bildu o la CUP, habría enfrentado con mucha más fortaleza todas esas portadas, tertulias y sospechas sobre la sobre “calidad” de la España que gobierna. Porque esa sucinta respuesta imaginaria que he reproducido fue, mayormente, la que ofreció la ya ex directora del CNI a los diez miembros de la Comisión de Secretos Oficiales a puerta cerrada el jueves 5 de mayo.

De ahí que salieran de la comisión tan cariacontecidos Rufián y el portavoz de Podemos, Pablo Echenique. El hombretón de ERC, el portavoz que dispara más rápido en Twitter, dio en todo momento la impresión de que acudía en socorro de la democracia universal, a encararse con una especie de J. Edgar Hoover, el desalmado director del FBI estadounidense que encabezó la caza de brujas contra los comunistas durante los años 50 y 60 del siglo XX, y se acabó encontrando a una señora con mucho menos afán de notoriedad que él y que aquel washingtoniano husmeador de braguetas, a punto de jubilación (64) después de 40 años de servicio en el centro.

Paz Esteban en el Congreso

De aspecto frágil y aires de ”rápido, que tengo mucha plancha, como la investigadora tiquismiquis y concienzuda que encarnaba Ángela Lansbury en aquella exitosa serie televisiva de los 80 titulada Se ha escrito un crimen, la cesada Paz Esteban desgranó a lo largo de más tres horas ante la comisión 18 escuchas legales con nombre y apellidos firmadas por un juez del Tribunal Supremo y se fue por donde vino sin hacer ruido.

Ni palabra de los otros 48 supuestos espionajes de Pegasus a mi que me registren, que no era cuestión de hacer el juego al victimismo independentista ni al culebrón del espionaje presidencial sobrevenido… le puso en bandeja a La Moncloa poner así punto final al Catalangate tal y como se nos vendió desde el otro lado del Atlántico, que tan alegremente ha acabado comprando Sánchez.

Hablemos claro: al gobierno “más feminista de la historia” (sic) no le va a costar lo mismo cesar a ese sospechoso habitual que siempre fue para el catalanismo de la rauxa (rabia), Podemos, incluso para este nuevo PSOE sanchista, su antecesor, el longevo general Félix Sáenz Roldán -por su proximidad al Rey Emérito, al PP o a Alfredo Pérez Rubalcaba-, que poner de patitas en la calle con cajas destempladas a la primera mujer al frente de los servicios secretos españoles.

A los periodistas nos pagan por sospechar de toda versión, también la del CNI, no por sumarnos alegremente a ninguna por atractiva que nos parezca; y el Catalangate, que vino envuelto en ese celofán de transparencia que siempre aporta un medio anglosajón, hacía aguas por todos lados y muchos no lo han querido ver

Nunca es fácil echar a alguien por cumplir con su labor de atajar las amenazas del independentismo a la unidad del Estado, como ha dicho la ministra de Defensa, Margarita Robles; ni por esa sobrevenida y supuesta negligencia de Paz Esteban respecto a la seguridad del móvil hackeado al presidente en 2021; máxime si el propio Ministerio de Defensa se revuelve para apuntar contra el hoy ministro de Presidencia, Félix Bolaños, en tanto que secretario general de La Moncloa entonces, en el momento del espionaje a Pedro Sánchez… Es lo que tiene conspirar contra la realidad, que se acaba volviendo en contra.

Edward Aloysius Murphy se llamaba aquel visionario ingeniero espacial que, en 1949, tras descubrir mal conectados los electrodos del arnés de un piloto, formuló la ya famosa Ley de Murphy que el gobierno ha contravenido gravemente en este asunto viscoso e interesado del espionaje al independentismo catalán con la inestimable ayuda, todo hay que decirlo, de nosotros los periodistas, que nos pagan por sospechar.

Nuestra obligación moral, y legal, es cuestionar siempre todas versiones, también la del CNI, para configurar un relato de los hechos lo más aproximado a la realidad, no sumarnos alegremente a ninguna, por más sugestiva que nos parezca. Y algunos periodistas han evidenciado que les ocurre como a los protagonistas de aquel chiste que se contaba en aquella España más pobre en la cual crecí, la del contrabando: Uno encuentra a un amigo fumando un Winston y le pregunta: ”¿Qué tal?¿está rico?”, y respondía “sí, es americano”.

La versión que muchos han asumieron como oficial, la buena, la del Catalangate contra unos pobres ciudadanos espiados, viene de un organismo canadiense y envuelta en el celofán de transparencia que siempre aporta el prestigio de los medios anglosajones, pero hace aguas por todos lados; empezando por esa más que sospechosa participación de Elíes Campo, perejil de todas las salsas del independentismo, juez y parte, espiado y coautor de la denuncia de Citizenlab.

¿Por qué el CNI y no Israel o Putin?

En un mundo tan opaco por su propia naturaleza ¿Quién se atreve a afirmar, contra esa tesis, que las otras 48 escuchas atribuidas a Pegasus por las que se echa a Esteban no son en realidad conversaciones de móvil cruzadas con los que estaban siendo legalmente escuchados por el CNI? ¿Por qué no un encargo del propio Estado israelí -en 2017 barajó el reconocimiento de la Repùblica Catalana- a su empresa NSO, que lo comercializa, para así tener información valiosa con la que presionar en sus relaciones con España y la UE?

¿O Por qué no un encargo de ese Putin obseso de control y el uso de información contra sus enemigos y sus amigos? ¿A alguien le extraña que Putin quisiera averiguar en 2019, con o sin Pegasus, “quienes son estos (el entorno de Puigdemont) que vienen a verme y a pedir ayuda para la secesión de Cataluña”? ¿De verdad Rusia ha renunciado al caramelo que supone seguir enredando en un conflicto que desestabiliza la frontera sur de la Unión Europea con la que se enfrentaría (Ucrania) años después?… En fin, demasiadas preguntas, pocas respuestas y mucho prejuicio por el pasado sin control del servicio secreto español.

El CNI, antes Cesid, tiene en su historia numerosos borrones, no solo aquellas escuchas ilegales al Rey que hicieron dimitir al general Emilio Alonso Manglano, a principios de los años 90; también acreditó su implicación en el terrorismo de Estado de los GAL de la mano del coronel Juan Alberto Perote, uno de sus jefes operativos. Nada de eso, sin embargo, nos da patente de corso a los informadores y a los medios de comunicación para sumarnos a la presunción de culpabilidad que se ha aplicado en este caso al servicio secreto desde el independentismo y desde Podemos, que ya están exigiendo a Sánchez la siguiente cabeza… la de Margarita Robles.