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Opinión

Prioridades de la fe

El Papa Francisco

Desde el principio de la pandemia, las autoridades de salud pública de Estados Unidos se habían topado con una queja minoritaria pero persistente por parte de grupos religiosos cada vez que se decretaba un confinamiento. La objeción era que los poderes públicos no podían imponer restricciones a la celebración de actos o ceremonias religiosas incluso durante una pandemia, ya que estas limitaciones vulneraban la libertad religiosa recogida en la primera enmienda de la constitución.

El Tribunal Supremo declaró las restricciones constitucionales en dos sentencias, una en mayo y otra en julio. En ambos casos, señaló que las autoridades tienen amplios poderes, amparados en la misma constitución, para imponer restricciones por motivos de salud pública, y que dado que los cierres o límites de aforamiento también estaban siendo impuestos a eventos de carácter no-religioso no constituían discriminación. Ambos casos fueron decididos por estrecho margen (5-4), pero constituían precedentes inmediatos y sólidos ante casos similares.

Unos meses después, sin embargo, la composición del tribunal ha cambiado, y la nueva mayoría conservadora ha decidido revisar otro caso sobre el tema. El miércoles por la noche, en la víspera del Día de Acción de Gracias, el Tribunal Supremo cambió de opinión y por una mayoría 5-4 sentenció que imponer límites al aforo de ceremonias religiosas es inconstitucional. En medio de una pandemia, las autoridades sanitarias americanas no pueden restringir una actividad religiosa, aunque ponga en peligro al resto de miembros de la comunidad.

Irrumpe el Papa Francisco

Irónicamente, porque estamos en uno de esos años, al día siguiente el New York Times publicaba un editorial escrito por el Papa Francisco donde hace una llamada a la responsabilidad colectiva, a mirar el bien común, a respetar las restricciones por el bien de todos. Uno de los demandantes en la sentencia era la archidiócesis de Nueva York.

La historia de esta disputa legal y los posibles efectos de esta sentencia en el desarrollo de la epidemia en Estados Unidos son buenos recordatorios tanto de lo complicado que resulta definir qué es libertad como de los efectos perniciosos del partidismo en nuestras sociedades.

La libertad religiosa es una de las cláusulas más definitorias de la constitución de Estados Unidos, una de las señas de identidad del país. Es también el caballo de batalla con el que el movimiento conservador americano busca cobijar actitudes y actos iliberales, esgrimiéndola como excusa para nulificar leyes que no son de su agrado. Los conservadores han ganado casos judiciales autorizando a empresas a excluir tratamientos médicos como anticonceptivos de sus seguros médicos por motivos religiosos o a permitir que empresas rechacen dar servicios a homosexuales. Hasta ahora las sentencias han sido sobre temas específicos y con un alcance limitado, pero la nueva mayoría conservadora en la corte seguramente dará pie a sentencias de más calado.

Una ceremonia religiosa (sitio cerrado, lleno, con gente cantando y hablando en voz alta) es un ejemplo de libro lo que no debemos hacer en una pandemia

Más allá de la posibilidad de que los tribunales autoricen que particulares discriminen a terceros por motivos religiosos, si algo hemos aprendido estos meses es que durante una pandemia nuestras acciones individuales pueden tener consecuencias funestas. Hemos leído demasiadas historias sobre cómo bodas, fiestas de cumpleaños, cenas y bautizos han acabado convirtiéndose en brotes virulentos de coronavirus que acaban matando decenas de personas. Una ceremonia religiosa (sitio cerrado, lleno, con gente cantando y hablando en voz alta) es un ejemplo de libro lo que no debemos hacer en una pandemia. Sí, la libertad religiosa merece ser protegida. Es difícil de imaginar, sin embargo, que los padres fundadores fueran de la opinión de que esa libertad estaba por encima de la posibilidad de contagiar una enfermedad mortal a decenas o cientos de personas.

Para la minoría obcecada en seguir reuniéndose en sinagogas, iglesias o templos estos días, sin embargo, los efectos a terceros no parecen formar parte del debate. En Estados Unidos, aceptar la existencia del coronavirus como una enfermedad real o algo que pueda ser un riesgo para nadie es cuestión de identificación partidista. Trump ha ninguneado la enfermedad sin cesar durante la campaña, y los sondeos indican que los republicanos creen lo que dicen. Esto ha provocado que en amplias zonas del país apenas se hayan tomado precauciones de distanciamiento social contra la covid. Son lugares donde se han disparado las muertes y contagios durante esta tercera ola que está asolando el país – y es donde Trump ha ganado más votos respecto al 2016.

Derechos absolutos

El debate sobre los límites de la libertad individual y el equilibrio entre autoridad del estado, derechos fundamentales y salud pública es interesante y requiere una discusión en profundidad sobre sus ramificaciones morales, legales y filosóficas. La pandemia no puede ni debe ser motivo por parte de las autoridades para restringir derecho de manera innecesaria, ciertamente. Lo que no podemos olvidar, sin embargo, es que ningún derecho es absoluto, y que su defensa a ultranza puede llevar a abusos de poder igualmente aborrecibles y criticables.

Cuando el mismo Papa de Roma, sin ir más lejos, dice que la libertad religiosa en tiempos de pandemia puede esperar unos cuantos meses, quizás es hora de escucharle.

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