Opinión

Palomitas y cafinitrina

Esa fue la gran, la valiosísima aportación de Tamames: la forma cortés, educada, respetuosa de decir las cosas, fueran las que fuesen.

Moción de censura de Vox: Jornada de reflexión
Ramón Tamames junto a Santiago Abascal en el Congreso durante la moción de censura EFE

Arriba, en la tribuna de invitados, inmóvil, imperturbable, con los ojos escondidos tras dos líneas de párpados apenas entreabiertos, escuchaba el cuerpo incorrupto de Fernando Sánchez Dragó, el urdidor de todo. Hay estatuas de Amenofis III más expresivas. Este fue el hombre que tuvo la ocurrencia, entre vinos y gambas (quizá más vinos que gambas) de que fuese su amigo, el anciano Ramón Tamames, quien encabezase la anunciada moción de censura de la extrema derecha contra el gobierno, y no el líder del partido, Abascal.

Muchos pensamos que aquello iba a ser poco más que un espectáculo, una comedieta de barrio, una burla más a la democracia parlamentaria, que es lo que suele hacer el partido ultra. Nos equivocamos. Sí fue, desde luego, un espectáculo, pero es que lo vieron (en un momento u otro) casi nueve millones de españoles. Eso es el doble de lo que tuvo Pasapalabra. Eso multiplica casi por cien la audiencia televisiva habitual de los debates parlamentarios. La demanda de palomitas para ver aquella “peli” sin duda se disparó. Si Abascal, con esta especie de moción, quería publicidad gratis (y eso era lo único que quería), desde luego lo consiguió.

Pero no consiguió nada más. Después de las intervenciones de Tamames, los votantes de Vox deben de andar como el que se baja de la noria o de la montaña rusa sin tener costumbre: con un mareo de narices, sin saber dónde poner el pie.

De más está decir que se puede, o no, estar de acuerdo con la conferencia que dio el viejo catedrático, porque eso fue lo que hizo: dictar una conferencia que no tenía nada que ver con un programa de gobierno, que es lo que se supone que iba a escuchar todo el mundo que estaba allí. Una conferencia en la que habló, sobre todo, de historia de España, un poco de política y otro poco de economía. Una conferencia en la que volcó una gran erudición (Tamames tiene una formación impresionante), en la que hizo algunas trampas (citar mal a Raymond Carr) y en la que deslizó algunas atrocidades, entre ellas la de decir que la guerra civil comenzó en 1934, con la revolución de Asturias, y no en 1936 con la sublevación de los generales. Esa es una de las mentiras favoritas de la extrema derecha y tiene tanta consistencia histórica o científica como el terraplanismo, la lejía del tal Pàmies para curar la covid o asegurar que Elvis sigue vivo.

Pero lo pasmoso no es tanto lo que dijo sino cómo lo dijo. Y ahí empezaron los sufrires de Abascal y sus pretorianos.

¿Es Ramón Tamames un hombre de ultraderecha? Por supuesto que no. ¿Tiene coincidencias con el ideario de Vox? Algunas tiene. Tampoco tantas

Tamames se presentó como candidato por la extrema derecha porque Abascal fue el único que se lo propuso; esto lo ha dicho el propio profesor. Habría aceptado el mismo papel si se lo hubiesen pedido otros partidos, desde luego no todos pero sí algunos. ¿Es Ramón Tamames un hombre de ultraderecha? Por supuesto que no. ¿Tiene coincidencias con el ideario de Vox? Algunas tiene. Tampoco tantas. Pero es que eso le pasa a casi todo el mundo: es dificilísimo encontrar a un español que no coincida absolutamente en nada con las ideas de cualquier partido, desde Bildu a Estambul. ¿Por qué aceptó presentarse, pues? Porque se lo pidió su amigo Sánchez Dragó, el momificado en la tribuna de invitados, y porque es muy tentador para una vieja gloria de casi 90 años, de la que ha hablado todo el mundo durante décadas, rechazar un último momento de protagonismo como este; y más si se es propietario de un ego del tamaño de la catedral de Burgos, que es lo que le pasa a Tamames desde que se matriculó en Medicina hace 73 años.

Pero es muy peligroso tratar de utilizar a un sabio anciano para que te haga el juego y te baile el agua. Tamames fue siempre, en política y en casi todo (menos en el estudio), indisciplinado. Y también imprevisible, característica que la edad ha multiplicado hasta extremos, como hemos visto en estos dos días, muy divertidos.

Un candidato de extrema derecha que comienza su discurso saludando cortésmente a todo el mundo, incluido el presidente del Gobierno, amenaza tormenta, porque esa cortesía ya no la usa nadie, al menos en serio. Un candidato de extrema derecha que empieza a hablar recordando cómo estuvo preso en la cárcel de Carabanchel, donde lo encerraron los franquistas, no es que amenace tormenta, es que empieza a tronar. A Abascal (y a muchos más) se lo llevaba Satanás cuando aquel viejecito insujetable se puso a hablar de la reconciliación nacional propuesta por el Partido Comunista en 1956, y luego habló orgullosamente de las primeras Cortes de la democracia, en las que él estuvo… junto a Pasionaria, Rafael Alberti, Marcelino Camacho, Letamendia y quién sabe cuántos innombrables más; innombrables para los ultras, quiero decir, cuando se les alude en términos de personas dignas, cuya presencia allí era ejemplarizante. Hizo lo mismo con Aldo Moro y con Enrico Berlinguer, “postergado” –dijo– para que en Italia no se lograse el “compromiso histórico”, el gran pacto nacional que en España se llamó Constitución de 1978. El consenso, palabra que él repitió varias veces y que parecía sonar en el hemiciclo por primera vez en muchos años. El consenso, palabra que jamás se ha escuchado en los labios de la extrema derecha.

Y que dice a los de la CUP y a los de Bildu que en su discurso había puntos interesantes, aunque él, como es lógico, discrepaba

Un candidato del partido ultra que se queja de que los diputados están por la separación, por el enfrentamiento, por el “amigo/enemigo”, por la demagogia y no por las ideas. Y que, al concluir, da las gracias educadamente a todos. Y que dice a los de la CUP y a los de Bildu que en su discurso había puntos interesantes, aunque él, como es lógico, discrepaba. Pobre Abascal. La cara que ponía…

Criticó a Sánchez, como es más que comprensible. Criticó a los separatistas, a los podemísticos, a los gobiernos del PP; criticó a quien le dio la gana, como era su derecho, para eso estaba allí. Pero los diputados estaban oyendo un tono, una forma de expresarse, una educación, que sonaban allí por primera vez casi en décadas. A Abascal se lo llevaba no ya Satanás, sino todos los demonios del Averno cuando escuchaba, sonriendo con la sinceridad de alguien a quien le están sacando una muela (sin anestesia), que Tamames pretendía aportar ideas, elementos de concordia al debate parlamentario, acercamientos, puntos de coincidencia y no de discrepancia. Eso no se hace, don Ramón; eso no se hace cuando tu patrocinador, el tipo que te ha dejado su escaño para que te sientes, intenta exactamente lo contrario cada día que pasa. Esa fue la gran, la valiosísima aportación de Tamames: la forma cortés, educada, respetuosa de decir las cosas, fueran las que fuesen. Lo que él llamó el “estuche de cortesía” que hace dos o tres décadas era lo normal y que ahora, sencillamente, ya no existe.

Las respuestas que recibió fueron, en algunos casos, pintorescas. Pedro Sánchez le hizo sonreír cuando le dijo que él, con su presencia, estaba “blanqueando” a los herederos de Blas Piñar. Eso es brillante, más que nada porque es exactamente así. Rufián, nervioso y sobreactuado porque sabía que esa vez sí le estaba viendo mucha gente, dijo que estaba ante una persona “muy leída” (no como tú, criaturita, no como tú, que estudiaste lo justito para saber firmar) que tenía “muchas ganas de salir por la tele”; es decir, exactamente lo mismo que tú, muchacho.

Hubo un momento delicioso: cuando Tamames se refirió a un señor que no estaba allí y que, según él creía, había sido del PP, o quizá lo seguía siendo pero él no estaba seguro; y, si se equivocaba, retiraba de inmediato esa afirmación, como si fuera oprobiosa. Era nada menos que José Manuel García-Margallo, exministro de Exteriores con Rajoy y ahora eurodiputado del PP. Cuca Gamarra empezó a moverse como si tuviese hormigas en el asiento. Tamames aludió al gran Margallo para elogiar su libro España en su laberinto, una obra valiosísima de la que ya hemos hablado aquí y que vuelvo a recomendarles (la ha publicado Almuzara) con toda vehemencia. La verdad es que muchos nos hemos preguntado alguna vez, o algunas veces, si Margallo sigue en el PP. Pero bueno, sí, sigue ahí, en el PP, eso es innegable. Aunque lo mantengan prudentemente lejos, en Bruselas…

Pero con este hombre me pasa como con la vieja cafinitrina: que ojalá le tuviésemos, parlamentariamente hablando, más a mano, porque su breve llegada desde el pasado, y con las maneras del pasado, fue solo de un aire fresco

Tamames se permitió usar otra joya perdida en el Congreso: el humor. Pero no la pulla zafia y patana, hoy tan habitual; no el zasca, que se dice ahora, sino el humor socarrón, inteligente y estimulante de los tiempos pasados. Fue cuando le respondió a Sánchez que a Blas Piñar no lo conocía hoy nadie por la calle pero a Largo Caballero sí (carcajadas). O cuando le pidió a la presidenta de la Cámara, Meritxell Batet, que tuviese a mano, por razones “de sanidad”, pastillas de cafinitrina, un vasodilatador que había cuando éramos pequeños, porque algunos diputados (Patxi López, Joan Baldoví) hablaban con tal pasión y tan grandes voces que corrían peligro de sufrir un infarto. Pero es que estaban todos a lo suyo: a lo que Tamames llamó mitin, campaña electoral. Y ahí se grita. López, oyéndole, sonreía como alumno al que acaban de aprobar por los pelos. En realidad sonreían casi todos. Abascal no sonreía; más bien tenía encajada la mandíbula.

Cafinitrina. He tenido que mirarlo en internet porque pensé que se había muerto de vieja, como el Optalidón, pero no: aún existe. Yo no estoy de acuerdo, como es natural, con muchas, con muchísimas cosas de las que dijo Tamames. Pero con este hombre me pasa como con la vieja cafinitrina: que ojalá le tuviésemos, parlamentariamente hablando, más a mano, porque su breve llegada desde el pasado, y con las maneras del pasado, fue un viento fresco que, por unas horas, aventó el tufo a callejón, a reyerta, a gallera, a calzoncillo sucio, a mediocridad, a comida de colegio y a patio de luces que llena con tanta frecuencia el Congreso de los Diputados.

Palomitas y cafinitrina. Pura dieta mediterránea, caramba.

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