Opinión

El hombre moño

El hombre moño

En menos de ocho días Pablo Iglesias anunció un acuerdo de presupuestos con Bildu y de paso interpuso una enmienda; contraprogramó la agenda exterior en el viaje del rey Felipe VI a Bolivia, al reunirse secretamente con el presidente argentino y el ministro de exteriores de Venezuela, y solicita ahora un referéndum de autodeterminación en el Sahara, justo en la semana en que Marlaska viaja a Rabat para solucionar la crisis migratoria en Canarias. Al vicepresidente sólo le faltó inaugurar un pantano.

Desde que recogió su larga cabellera en un moño a punto de desmadejarse, el vicepresidente segundo acomete un Sun Tzu en versión de bolsillo y no deja frente libre. Su misión comenzó como interlocutor con independentistas y EH Bildu, aunque ya va camino de algo más. Mientras la portavoz Adriana Lastra amplifica los rotos en el sayo socialista que Iglesias se empeña en destrozar y Gabriel Rufián presume de torcer brazos aunque lo que en realidad se le da bien sea torcer botas, los cuadros históricos del PSOE y los barones piden, ¡por Dios!, orden en la casa.

Se ocupa poco Iglesias de sus asuntos y demasiado de los ajenos. La vicepresidenta económica, Nadia Calviño, intentó quitarle hierro esta semana y habló del asunto como afán de protagonismo; Escrivá no ve con buenos ojos el intrusismo del líder morado; los barones socialistas van de las náuseas al pánico y hasta socios resabiados de gobierno como el PNV se preguntan cómo es que ahora el Gobierno de coalición beneficia a los de Otegui y no a los suyos. La cosa ya no va de puñetazos en la mesa del Consejo de Ministros (Ortuza dixit), sino de puñeteros . 

Desde que recogió su cabellera en un moño alto a punto de desmadejarse, el vicepresidente acomete un Sun Tzu en versión de bolsillo

De cardenal Richelieu al vicepresidente Pablo Iglesias se le ha quedado ahora cara de Simón Bolívar en la Gran Colombia: ordenando y mandando en territorio ajeno. De aquella puesta en escena en la que sólo le faltaba la mitra o el gato de Angora en el regazo para sobarlo a conciencia mientras enlentecía sus palabras, como lo haría un mafioso antes de la ejecución de su víctima, ha pasado ahora a la ofensiva guerrera de su moño Samurái.

No pasarán, no volverán, el miedo cambiará de bando, hay que normalizar el insulto, crear una comisión de desinformación… Se amontonan sus amenazas, advertencias e injerencias, que serían sólo ramalazos populistas y autoritarios de no ser porque, ahora sí, terminará por empañarle a Pedro Sánchez su sonrisa de hormigón. No para de crearle problemas dentro y fuera del gabinete, cuando el plan era justamente ahorrárselos.

Aprendió muy bien Iglesias de los mandatarios que asesoró. De primero de populismo ha pasado a aventajado Camilo Cienfuegos en Galapagar y con sueldo del Estado. Al mirar el recogido de su pelo graso en un montoncito que parece siempre a punto de desatarse, surgen preguntas: ¿lo ha hecho para evitar algún tijeretazo a su melena sansónica? ¿Para evitar que alguien le dé un tirón y lo siente de golpe? De momento, a más de uno lo asalta la idea y el secreto deseo de que el vicepresidente se corte la coleta.