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Opinión

El dardo de Arranz

Consejos para que la serie de Pedro Sánchez gane un Globo de Oro

Todos los hombres fuertes tienen algún punto débil, incluso Bogart. Incluso Sánchez

Pedro Sánchez
Pedro Sánchez EFE

Hay historias buenas muy mal contadas y sucesos cotidianos, sin brillo aparente, que se relatan con excelencia. La diferencia está en el enfoque, que suele ser mejor o peor según el talento del narrador. Si tuviera que escribir el guión de una obra fílmica que se base en la figura de Pedro Sánchez, copiaría con descaro la idea de Sueños de un seductor (1972), la película en la que Woody Allen recibía visitas del fantasma de Humphrey Bogart. Aparecía cuando se encontraba en apuros y le aconsejaba sobre la mejor estrategia que podía desplegar para conquistar a una mujer.

Todos los hombres fuertes tienen algún punto débil, incluso Bogart. Incluso Sánchez. El actor estadounidense creció en un hogar de padres distantes y fríos; y parece que eso le dejó un poso de amargura. Vivió con intensidad y pasó a la historia por su pose de tipo duro, pero nunca supo domar su carácter compulsivo, que quizás enraizaba en su infancia. Eso le condujo al alcoholismo. También a una conocida inestabilidad emocional. Se casó con cuatro mujeres, todas ellas de carácter fuerte. Murió joven, devorado por un cáncer de esófago al que no disuadió su costumbre de merodear por los terrenos donde habita la imprudencia.

Hay quien se desequilibra con suma facilidad y acaba destruyendo o destruyéndose. Incluso aunque su imagen pública sea la de un tipo fuerte.

No hay duda de que el presidente del Gobierno -pese a su imagen de hombre inalterable- también tendrá inseguridades. Las propias del hombre que -pese a recibir piropos como el que le dedicó John Carlin en una acuosa crónica para La Vanguardia- tantas veces se sintió como un envase vacío ante aquellos con buenas ideas. Debe rabiar un guapo cuando observa que un feo sagaz le pasa por la derecha. O por la izquierda.

La serie de Pedro Sánchez

Todo esto viene a cuento porque las productoras Secuoya y The Pool realizarán una serie sobre todo aquello que ocurre detrás de las cámaras en el Palacio de la Moncloa. Habrá que ver el resultado final, pero no dudaría en apostar mi brazo derecho a que el presidente no sale mal parado, ni mucho menos. Se minimizarán sus puntos débiles -el vacío, la nada- y se exagerarán sus fortalezas, entre las que se encuentran su capacidad para mentir sin aparente cargo de conciencia y su ”resiliencia”.

El jefe de Secuoya es Raúl Berdonés, un viejo conocido en el mundillo audiovisual a quien no se le dan mal las relaciones públicas. Para su productora fichó a Miguel Ángel Rodríguez en su día. A la fiesta de inauguración de su canal de TDT atrajo a Soraya Sáenz de Santamaría, cuyo gobierno le dio la licencia de emisión. Hace no mucho, concedió un puesto ejecutivo a James Costos, exembajador de Estados Unidos en España y bien relacionado con las major norteamericanas. No se le da mal a Berdonés, no…

Sería una gran idea -aunque arriesgada- otorgar a Pedro Sánchez un rol similar al de Bogart en la película de Allen. El del fantasma que se aparece en el sofá del español inseguro y dubitativo para recomendarle las mejores estrategias para salir airoso de los momentos más complejos. De los pozos a los que conduce la irresponsabilidad. De eso, sabe bastante. Es el rey del renuncio.

Pedro, ¿cómo confieso a mi esposa que me he gastado los ahorros en el casino, con lo que nos queda por pagar de la hipoteca? / Lo primero es ser resiliente, amigo. Lo segundo, es ocultar la verdad. Yo culpé a Putin de la inflación de 2021 y aquí estoy… favorito en las encuestas”.

Sánchez -como Bogart- es consciente de que para triunfar en el amor y en la política a veces hay que traspasar ciertas líneas rojas. ¿Y eso que implica? Pues, por ejemplo, atribuir a una guerra las consecuencias de la mala gestión económica del Gobierno. ¿Inflación? La culpa es de Putin. ¿Aumento de la deuda? Putin. ¿Incremento del precio de la luz? Mire usted a Rusia. Lanzar esos embustes sin ruborizarse no es sencillo, pero el presidente lo hace a la perfección. Podría decirse que incluso interioriza sus mentiras.

Cuando uno aspira a conquistar una cima, una persona o un grupo de ellas, a veces tiene que ocultar sus verdaderas intenciones. O mentir. O asumir como ciertas las falacias.

El presidente y la mentira

Como diria Bogart en la citada película, la clave es no perder la calma, parecer seguro de uno mismo y atacar en el momento justo. Si hay que mentir… se miente. Y si hay que actuar con nocturnidad…, pues bueno..., se hace. No es tan difícil. Así vapuleó el presidente del Gobierno a Susana Díaz después de que le echara de Ferraz a patadas. Así también pactó un Gobierno de coalición con Podemos tras asegurar que nunca dormiría tranquilo con Pablo Iglesias en el Consejo de Ministros. Y así se inventó un grupo de expertos durante la pandemia. Y así aseguró que habíamos salido más fuertes del primer estado de alarma.

¿Decir la verdad, ser consecuente y actuar de forma honorable? Bogart aconsejaba estar tranquilo para conquistar a una dama. Se aparecía en el sofá, con sombrero, gabardina y cigarrillo, y recomendaba a Allen que se comportara como un tipo seguro y carismático. Justo lo que no era. Le pedía que mintiera. Por eso, Sánchez podría interpretar a la perfección este personaje.

No creo que el director del filme, ni sus productores, hagan caso a estas sugerencias. Estos documentales siempre se escriben a mayor gloria del protagonista. Toca mitificar al presidente más mediocre. Conviene tenerle contento. Las televisiones públicas reparten mucho dinero cada año como para arriesgarse a exponer a Sánchez a la luz de la linterna de CSI Miami. La que revelaría lo que es y dificultaría la tarea que tiene entre manos: pasar a la historia como un estadista.

En otras palabras, su intención es imponer el relato de que capeó dos crisis, se enfrentó a las dificultades externas (nunca suyas) y salvó al país de la ruina. Si gana un premio la serie, que lo entregue Penélope. ¡Pedro!

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