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Opinión

En la nueva anormalidad

La toma de temperatura será habitual.

Algunos ya hemos estrenado la nueva anormalidad que muchos se empeñan en llamar erróneamente "nueva normalidad". Es un error obvio porque es tan cierto que es nueva como incierto que sea normal. Es anormal portar estas mascarillas insufribles y lo seguirá siendo pese a que el lenguaje político, en el que es nada inocente aunque lo parezca, pretenda revestir de natural algo que, en puridad, solo depende de cuánto tiempo cueste lograr una vacuna

Lo digo porque no sé si se habrán fijado en lo curioso o incluso absurdo que es llamar "nueva normalidad" a un período de tiempo que tarde o temprano, esperemos que sea más temprano que tarde, desaparecerá de nuestras vidas. Si ahora hablamos de "nueva normalidad", ¿qué diremos cuando ya haya remedio para el virus y nos digan que por fin hay que dejar las mascarillas en casa? ¿Hablaremos entonces de que ha llegado "la vieja normalidad" o nos quedaremos en la "normalidad" a secas? ¿O es que es verdad que la "normalidad" ya nunca volverá a ser la misma de antes?  

No podemos normalizar que el saludo entre amigos y familiares sea chocar los codos o que haya que guardar una distancia de metro y medio con cualquier otro ser humano con el que hablemos o compartamos espacio. Tampoco pueden asumirse como normales esas surrealistas tomas de temperatura en cualquier parte. Todo ello lo podemos aceptar porque no queda otra o porque no queremos contagiarnos o por responsabilidad, pero nunca normalizarlo porque va contra nuestra propia naturaleza. Por todo ello, insisto, donde algunos estamos ya y el resto estará el domingo es en la nueva anormalidad

La mansedumbre de las sociedades occidentales, sin duda impulsada por el miedo al virus y azuzada por la feroz propaganda, es digna de un estudio sociológico

Lo del lenguaje tiene su interés porque resulta fascinante ver cómo toda una sociedad adopta determinados términos y esquemas con suma rapidez. Sin hacerse preguntas. Sin cuestionar nada. Porque toca. La mansedumbre de las sociedades occidentales, sin duda impulsada por el miedo al virus y azuzada por la feroz propaganda, es digna de un estudio sociológico, por supuesto, pero no vamos a hacerlo aquí. Porque aquí lo importante, por pura definición, es que mi familia ya no está oficialmente enclaustrada. 

A pesar de que lo vendan como un acontecimiento tan notable como cuando los israelitas cruzaron el Mar Rojo, les puedo asegurar que el paso de la fase 3 de la "desescalada" a esta naciente anormalidad tampoco es tan drástico. Porque continúan vigentes no pocas restricciones que, hay que repetirlo, siguen convirtiendo en anormal o extraña nuestra cotidianidad. Lo más destacable, familiarmente hablando, es que los niños como el nuestro ya pueden jugar en los columpios.

El gran cambio social, por supuesto, es que se va a permitir la movilidad entre comunidades, de manera que algunos podremos ver a nuestras familias y amigos cien días después, pero esto no será posible hasta el domingo, cuando decae el estado de alarma en todo el país. Solo entonces la nueva anormalidad será para todos. 

Después de tanto lío con esa patochada de las fases y de tanta negociación política para que el Gobierno lograse prorrogar el estado de alarma, resulta que la gran diferencia es que unos dejamos la fase 3 este viernes y otros la dejarán este domingo

El famoso "hecho diferencial" que hace presuntamente tan distintas a unas comunidades de otras ha quedado reducido a 48 horas, que es el tiempo de ventaja que algunos llevamos al resto de los ciudadanos en función del territorio en que vivimos. Después de tanto lío con esa patochada de las fases y de tanta negociación política para que el Gobierno lograse prorrogar el estado de alarma a cambio de no sé cuántas cesiones, resulta que la gran diferencia es que unos dejamos la fase 3 este viernes y otros la dejarán este domingo

La cosa es que el confinamiento parecía inacabable y algunos ya le hemos dicho adiós, aunque solo en parte porque aquellos a los que queremos ver siguen recluidos. Cosas de este país eternamente asimétrico. Aún así hay motivos para la alegría, porque lo mejor de la nueva anormalidad es que, si hay suerte, se acabarán de una vez por todas esas homilías sabatinas con tintes bélicos y melodramáticos de Pedro Sánchez.

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