Opinión

Y no lo volváis a hacer

Oriol Junqueras declara en el Supremo

El resumen de lo dicho se resume brevemente: Cuixart volvería a hacerlo todo; Romeva, sin apearse del burro, perdón guará català, se ha quejado de que pretenden escarmentar una ideología; Meritxell Borràs ha asegurado no querer volver a la política; Carles Mundó ha lamentado el fracaso de la política que supone haber llegado al juicio; Quim Forn, que se mantenía fiel a sus ideales; Santi Vila ha reconocido que España es un Estado de derecho homologable y que siempre actuó de acuerdo con la Constitución. Por cierto, Torra, presente en la sala, la ha abandonado cuando Vila tomaba la palabra. Acabarán a gorrazos, al tiempo. Los neo convergentes y Esquerra, digo.

El resto, más o menos, han estado en la misma línea política: ninguna autocrítica, ningún arrepentimiento, ningún gesto que suponga abandonar la arrogancia. Jordi Sánchez, lazo amarillo en la solapa, acusó al tribunal de injusto; Turull se emocionó al recordar a su familia, lógico, pero se mantuvo en sus trece; Rull se sirvió de un cronómetro y dijo tener la conciencia tranquila; Forcadell, vestida de amarillo, se puso en todos sus estados al asegurar sentirse perseguida. Vamos, que lo personalizó todo alrededor de ella misma.

Junqueras se ha convertido en el referente del diálogo sin abjurar en ningún momento de sus ideales

Junqueras, ¡ah, Junqueras!, al que hemos visto dar cabezadas mientras hablaba su abogado, es otra cosa, figues d’un altre paner, que decimos en mi tierra. Admitió –el único– errores, tendió la mano, aseguró tener voluntad de ayudar, de llegar a acuerdos y le lanzó un dardo envenenadísimo tanto al Gobierno como a Puigdemont, en fase de todo o nada, asegurando que no participaba de la mala política, esa que niega acuerdos. Estrategia astuta: se ha convertido en el referente del diálogo sin abjurar en ningún momento de sus ideales –nadie se lo pide ni se le juzga por eso– y tiene el mérito que nadie puede discutirle de haber sido valiente y honesto al aceptar coherentemente pasar dos años de cárcel preventiva mientras otros hacían el zangolotino por esos mundos de Dios. Dos años no son grano de anís, se piense como se piense.

Pero debemos tener presente que no hemos presenciado el final de nada. Ni del juicio, obviamente, ni mucho menos del proceso separatista. Tampoco el de las carreras políticas de algunos de los juzgados. Un rumor recorría desde la mañana pasillos y despachos de la santa casa. Rumor que muchos daban por bueno y otros, quizás los menos, tachaban de simple bulo. Tal y como lo hemos escuchado en labios de personas dignas de crédito se lo contamos, porque la obligación del periodista es relatar lo que ve y oye, dando solo por bueno lo que pasa exitosamente por el fielato de la verdad. Rumor, pues, insistimos. Marchena podría poner en libertad provisional a los inculpados, esperando la sentencia, aduciendo que ahora no existe el riesgo de fuga que se produjo cuando se les ingresó en prisión. Añadían esas fuentes que la medida tenía un gran calado político, porque haría bajar notablemente la tensión. No olvidemos que los presos políticos han sido el caballo de batalla principal del separatismo. Había también quien consideraba con cierta malicia que era lo peor que podía pasarle a Puigdemont. Junqueras en la calle, a la espera de sentencia, con aureola de mártir, paseándose por Cataluña, haciendo política en olor de multitud, mientras el fugadísimo se come las uñas -y las langostas- en Waterloo. Que es foti, que se joda, me decía un amigo de Esquerra.

Viraje de 180 grados

Si esto fuese cierto, y legalmente podría serlo, la política catalana daría un viraje de 180 grados. No en lo que representa el separatismo, entendámonos, porque nadie ha dejado de querer la separación de Cataluña, sino en lo que denominamos juego político. Los que tienen la paciencia de leer estas crónicas saben que hace meses que afirmo que Junqueras es el hombre del futuro, el que pactará con el gobierno de España, el que convocará un referéndum pactado. Esquerra aspira a ocupar el vacío convergente y a día de hoy no existe nadie que le dispute el lugar.

La tesis junqueriana es diabólicamente inteligente: no renunciamos a la independencia, pero como, hoy por hoy, no es posible, saquemos todo el rédito que podamos y seamos los administradores de la autonomía, eso sí, hinchada de competencias y dinero a más no poder. A cambio, aseguraremos la paz social, cierta apertura en los medios de comunicación públicos, en las instituciones catalanas y el necesario sosiego de cara a las próximas elecciones autonómicas. Es decir, buscar la influencia a través de la hegemonía en Cataluña y los votos en el Congreso. El pujolismo del siglo XX. El gobierno de Sánchez podría pasar a la historia como el gran pacificador, y con un “o lo volváis a hacer, ¿eh?” todo volvería a los viejos tiempos.

No es extraño que en Waterloo la tila se tome por litros.