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Opinión

No me siento culpable

El pensamiento imperante quiere que todos nos sintamos culpables. Es su mejor arma

Greta Thunberg
La activista medioambiental sueca Greta Thunberg durante un protesta contra el cambio climático, el pasado viernes. Europa Press

Porque la gente de bien tiende a sentirse mal ante la culpa ajena. La gente de mal, que es quien suele mandar, carece de ésa pulsión y esgrime un constante régimen de acusación, de estigmatización, de señalamiento con el dedo. Nosotros somos los buenos y ustedes los malos, machacan a diario a propósito de lo que sea. Es la argucia de lo políticamente correcto, instrumento eficacísimo no tan solo para los profesionales de la idiotez, sino también para las personas que, de buena fe, se tragan las consignas mundialistas una detrás de otra como si fueran obleas. Y así han logrado una sociedad que se pasa el día rasgándose las vestiduras con la mirada baja, sin saber muy bien por qué.

Por eso creo que lo más revolucionario en este occidente acomplejado es reclamarse insumiso de culpabilidad. Es muy fácil tocar esa cuerda en el alma de la gente, como ya dijo en su día el injustamente tratado por la historia Cardenal Richelieu, al confesarle a un amigo que si le presentaban seis líneas escritas por el más honrado de los hombres, sabría encontrar en ellas algún motivo para ahorcarlo. Así las cosas, me niego a sentirme culpable. A sentirme culpable respecto a que existan dos sexos biológicos, a que criminales malnacidos asesinen a sus parejas, a que bestias con dos patas maltraten a las mujeres, a que exista hambre en el mundo, a que la sociedad se divida en ricos y pobres, a que exista contaminación en el planeta, a que la vida sea injusta, a que exista gente que triunfa sin mérito y gente que fracase siendo unos genios.

No me da la gana de sentirme culpable, porque, o es toda la humanidad quien realiza un tremendo acto de contrición, cosa que no estaría mal, o no vale

Me niego a sentirme culpable porque ni he maltratado ni explotado, porque jamás se me ha pasado por la cabeza verter residuos tóxicos a un río, porque nunca le he arrebatado el pan de la boca a nadie, porque no me he ganado la vida más que con mi propio trabajo, porque sé que la vida tiene un guión que acaba mal para todos. Y no me sentiré ni culpable ni responsable de ninguna guerra, de ninguna violación de los derechos humanos ni de ninguna pandemia. Porque no lo soy, porque usted que me lee tampoco lo es, porque nos quieren así, culpables, arrodillados como con el esperpento del Black Lives Matter, porque les encanta escucharnos decir ante las barbaridades que perpetran otros que esas son sus costumbres y hay que respetarlas. No me da la gana de aceptar esa soberana estupidez de "a disfrutar de lo votado" porque con nuestro sistema electoral eso de que gane quien más votos tenga es un imposible. No quiero ni acepto la conseja de asesores de imagen o de propagandistas sectarios acerca de quién es bueno o quién malo, de qué partido es poco menos que un ejército de ángeles mientras que otros son legiones de siervos de Satanás.

No quiero ni puedo sentirme culpable porque si lo hago, si lo hacemos, los del pensamiento imperante habrán ganado. Fíjense como no se atreven a desarrollar su apostolado espurio en China, en Afganistán, en Irán, en Rusia, en Venezuela, en Cuba o en Marruecos. Ahí no existe violencia de género, ni hambre, ni injusticias, ni contaminación, ni élites, ni dictadura. Los que ahí viven no tienen por qué sentirse culpables de nada. Los únicos que tenemos que pasarnos la vida pidiendo perdón somos los blancos, católicos, heterosexuales, anti marxistas, demócratas y defensores de los valores occidentales. Por eso no me da la gana de sentirme culpable, porque, o es toda la humanidad quien realiza un tremendo acto de contrición, cosa que no estaría mal, o no vale. O nos responsabilizamos de la culpa todos o nadie.

Y ojo, que no me sienta culpable no significa que me desentienda de ninguna de las cosas anteriormente dichas. Me indignan e intento combatirlas mucho más que los fariseos que se pasan el día dándose grandes golpes en el pecho para después hacer de su capa un sayo y vivir instalados en las mansiones de la hipocresía. Que se sientan culpables ellos. Yo, no. Y, si me permiten el consejo, ustedes tampoco deberían.

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