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Opinión

El multiculturalismo no existe

Entre el “nada que celebrar” y el “Espanya ens roba”, se puede acabar yendo por el desguace la nación y con ella, nuestros derechos

El multiculturalismo no existe
Los Reyes y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante el desfile del 12-O.

El hombre es un animal de rituales y ciclos. El devenir de las estaciones, los cambios del cielo estrellado y el ciclo lunar son el símbolo de aquello que permanece al tiempo que muta, un marco que necesitamos por naturaleza. Ignorar este rasgo tan típico nuestro es desconocer la esencia de lo humano.

Invierno, primavera, otoño, verano. De lunes a domingo, de enero a diciembre. Despedimos el año nuevo con una fiesta, y recibimos al nuevo con otra. Cada cuatro años hay Juegos Olímpicos y, alternando con ellos, el Mundial de Fútbol. Podría nombrar la periodicidad de las elecciones de representantes políticos, pero eso ya forma parte de un bipartidismo que no parece que vaya –de momento- a volver.

El 12 de octubre es uno de esos días del calendario que nos marcan la pauta. Desde hace relativamente poco, y gracias a las redes sociales, se ha convertido en algo más que un día de descanso. La fecha es ahora ocasión para exaltar el indigenismo y denunciar a la madrastra patria. La España lóbrega y supersticiosa que sojuzgó a tantos y distintos pueblos. Antaño fueron los judíos sefardís, los musulmanes de Al-Andalus y los nativos americanos. Hoy las víctimas son el País Vasco, los Países Catalanes, Galicia, y el progrerío militante. Porque sí, a pesar de los lloriqueos de Ángels Barceló, todos sabemos que cualquier cosa que tenga que ver con los símbolos patrios es de fachas. Lo guay es comentar desde el cosmopaletismo que tu única patria son la educación y la sanidad públicas.

El catolicismo de los conquistadores españoles chocaba frontalmente con los sacrificios humanos que se encontraron al desembarcar en lo que es el México actual

Entrar a refutar todos estos mantras resulta ya muy cansado. El concepto “España contra Oprimidos” ayuda, sin embargo, a ilustrar algo muy sencillo en lo que apenas nadie repara: el multiculturalismo no existe. Al menos cuando entendemos la palabra “cultura” como cosmovisión traducida en una serie de reglas que no pueden ser conculcadas. Ninguna cultura es aséptica en sus cimientos: estos se conforman por una serie de ideas que colisionan con las bases de otras.

Una visión teocéntrica del mundo como la musulmana resultaba incompatible con la separación entre el poder divino y el poder terrenal en la que creían los Reyes Católicos. El catolicismo de los conquistadores españoles chocaba frontalmente con los sacrificios humanos que se encontraron al desembarcar en lo que es el México actual. Quien acabó imponiéndose militar y políticamente hizo prevalecer sus ideas, no hay más misterio.

Con distintos vencedores y vencidos, el esquema habría sido el mismo: quien gana, manda. Como prueba basta con reparar en cómo vivían los vencidos antes de que les usurpara el poder el malvado español. El Imperio mexica tenía subyugados a muchos otros pueblos quienes, por cierto, resultaron decisivos para que Cortés consiguiera hacer caer México-Tenochtitlán. El islam andalusí sometía a un régimen distinto a los dhimmíes –infieles- , a quienes trataban de humillar de distintas formas, entre ellas con impuesto especiales.

Ciudadanos del mundo

A ojos occidentales actuales suele parecer repelente el concepto de hacer prevalecer unas ideas sobre otras. En aras del respeto a todo y todos –excepto el que se debe a lo propio, por supuesto- se olvida que disfrutamos de un espacio de libertad y bienestar mucho mayor que el que han ofrecido y ofrecen otras civilizaciones y culturas. El derecho a la vida significa que no me puedes matar, el derecho a no ser discriminado por razón de sexo significa que no puedes acallarme por ser mujer, y así un largo etcétera. Quien hace efectivos esos derechos, y los concreta bajo una serie de leyes, es el Estado moderno. El mismo que proporciona el marco necesario para poder ofrecer educación y sanidad públicas a sus ciudadanos.

Ni el Estado-nación, ni los principios básicos sobre los que se sostiene, son cosa para tomarse a guasa, mucho menos algo que despreciar. Quienes piensan que todas las culturas son igualmente válidas y respetables, quien cree ser una suerte de ciudadano del mundo, debería repasar la solidez de sus opiniones. Porque entre el “nada que celebrar” y el “Espanya ens roba”, se puede acabar yendo por el desguace la nación, y con ella todos los derechos reales que disfrutamos hoy, y que nos vuelven unos auténticos privilegiados respecto del resto de la humanidad, pasada y presente.

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