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Opinión

Por qué me gusta la ultraderecha

El presidente de Vox, Santiago Abascal, en Melilla.

El señor Sánchez ha enviado una carta a los militantes socialistas para pedirles que el próximo fin de semana, en la consulta a las bases convocada al efecto, apoyen el acuerdo de Gobierno alcanzado con Podemos. Lo harán sin duda alguna, porque el odio cerval que los militantes socialistas -que no todos los votantes del PSOE- albergan sobre la derecha supera netamente a su eventual preocupación por la integridad territorial del país, el incendio de Cataluña o la sostenibilidad de la Monarquía parlamentaria y de cualquiera de las instituciones que han dado sentido a nuestra convivencia hasta ahora.

El señor Sánchez pide el voto de sus conmilitones porque “somos la esperanza progresista frente a la ultraderecha, y porque ésta ha contaminado a buena parte de las fuerzas conservadoras con sus postulados extremistas y sus métodos de falsedad, insultos e intimidación”. El inefable Sánchez también dice en esa carta panfleto que “somos la esperanza progresista para millones de personas que contemplan con preocupación el auge de la ultraderecha fortalecida por unas derechas que se abrazaron a ella en gobiernos autonómicos y municipales cada vez más retrógrados”. O sea que viene el lobo, y que Sánchez es el personaje ungido para derrotarlo.

Progresismo totalitario

Cada vez que oigo la palabra progresista, primero tengo un ataque de ansiedad y luego acabo físicamente vomitando. El progresista es en esencia un totalitario que quiere una sociedad más regulada, más controlada y menos libre. Es un personaje idiotizado por la persecución de la igualdad y de la equidad que tiene como meta la mediocridad general y la devastación de cualquier brote de excelencia. Ya el insigne Karl Popper escribió hace muchos años que la libertad es más importante que la igualdad, que el intento de realizar la igualdad pone en peligro la libertad y que ni siquiera puede haber igualdad entre los que no son libres.

Para los progresistas, lo bueno y lo malo son conceptos irrisorios y caducos, pues lo importante es lo que consideran irremisiblemente correcto, ya que están siempre persuadidos de estar en posesión de la verdad sobre lo que es mejor para todos. Para ellos el lenguaje no es un instrumento de comunicación sino un arma, a ser posible letal, contra los que apuestan por el libre intercambio de ideas, que indefectiblemente ven como una amenaza a la cohesión de la comunidad ideal que ellos han preconfigurado en su mente obscena y vil.

Alumbrará el primer Gobierno de coalición social-comunista en la historia de la Transición y sus consecuencias serán muy dolorosas para el conjunto de la población

Los progresistas han instalado en la sociedad el derecho a callarte, a fin de no ser ofensivo. Pero Popper, según ha recordado recientemente Alicia Delibes, era un convencido de que la discusión intelectual y de que la diversidad de opiniones libremente expresada es la base del progreso individual y social.  Por eso el presidente en funciones Sánchez carga contra la presunta ultraderecha: porque el propósito de Vox, y los innumerables hechos que lo avalan, es justamente el contrario: liberar el pensamiento y las opiniones durante tanto tiempo proscritas bajo la tiranía de la corrección política.  

El resultado de las últimas elecciones ha sido, no por previsible, dada la fragmentación de la derecha, menos dramático. Alumbrará el primer Gobierno de coalición social-comunista en la historia de la Transición y sus consecuencias serán muy dolorosas para el conjunto de la población, sobre todo del grupo en situación más precaria y desprotegida.

Según se ha acordado, el señor Iglesias, que alberga pensamientos genuinamente criminales sobre cómo se debe dirigir un Estado, será vicepresidente y tendrá al menos tres ministerios, de carácter falazmente social, que controlará a placer, de manera completamente autónoma e independiente. Dada la generosa literatura con la que se ha explayado, más sus múltiples intervenciones en la televisión y las redes diversas, no cabe esperar de él, como así ha sido la trayectoria legendaria de los comunistas, ninguna salida extemporánea en los inicios de su mandato. Rellenará, eso sí, la administración que gobierne de cientos de lugartenientes y de acólitos a fin de horadar los cimientos de las instituciones, al principio con guante blanco para luego asaltar, si puede, en cuanto tenga la mínima oportunidad, el poder.

Sabemos, porque se ha encargado de señalarlo públicamente, con motivo del treinta aniversario, que la Caída del Muro de Berlín le pareció una desgracia porque la estrategia política de Iglesias consiste en infundir miedo, y desde ese punto de vista el derrumbamiento del telón de acero supuso la desaparición del terror. Según Iglesias, todas las conquistas históricas de la clase trabajadora se han logrado sobre la base de extender la inquietud y la zozobra al establishment, a los ricos, y que este es el objetivo que debe perseguirse a toda costa.

Escraches e insultos

Por eso no tiene reparos en los escraches públicos contra la presidenta del Banco Santander, Ana Botín, ni contra el enorme empresario y gran filántropo Amancio Ortega, ni contra los dueños del fondo de inversión Blackstone, ni contra cualquiera que sea susceptible de adaptar su conducta en función del miedo que inspiren aquellos a los que se ha abrazado el personaje más siniestro de la historia de España después de Fernando VII y del expresidente Zapatero, es decir, el señor Sánchez Pérez-Castejón.

Las consecuencias del eventual Gobierno cuasi terrorista que se avecina ya han empezado a florecer. El clima económico es desolador: se está larvando un incremento exponencial del desempleo, la inversión extranjera busca destinos alternativos a la hostilidad esperable de un ejecutivo poco amigo de los negocios, la bolsa no deja de caer… y todo así.

Las salvajes propuestas de Podemos, como la de revitalizar una banca pública, un propósito que ha fracasado allí donde se ha ensayado, han hundido la cotización de Bankia; su plan de crear una empresa pública de electricidad es pavoroso; su idea de controlar el precio de los alquileres representa una condena anticipada a los jóvenes en busca de sede, y el presupuesto avanzado ya antes de la convocatoria de las elecciones -y que ahora se quiere revitalizar-, con el aumento del salario mínimo y de las pensiones, así como con la elevación de toda clase de impuestos para castigar a las unidades productivas de riqueza conforman un escenario bélico, aderezado con la estimulación de todas las fuerzas desintegradoras del mercado único y de la nación política española a que dará lugar la obligada alianza con los independentistas de Esquerra más la compra del resto de los partidos pérfidos: del PNV, de los canarios, de los cántabros, de los delincuentes de Bildu e incluso de la peregrina asociación de Teruel.

Vox, un partido liberador

Este es el Gobierno progresista, más bien terrorista, que está configurando Sánchez a fin de parar los pies a la “ultraderecha” y seguir aferrado a La Moncloa como a un clavo ardiendo. A mí, en cambio, me gusta mucho Vox, precisamente porque es algo completamente diferente al partido radical, extremista, antisistema y contrario a la Constitución que son Podemos y el PSOE del Sánchez encamado con el señor Iglesias.

Si la obcecación de Albert Rivera no hubiera impedido la agrupación de Ciudadanos con el PP de Pablo Casado, ahora el llamado proyecto ‘España Suma’ contaría con los mismos diputados que el PSOE, que junto a los de Vox darían de largo la mayoría absoluta. Mi opinión es que Vox es un partido esencialmente liberador. Ha dado presencia pública a todos los que están hartos de la dictadura de lo políticamente correcto, a quienes abominan del monopolio cultural de la progresía española y planetaria y a los que hasta hace poco no se atrevían a decir con libertad lo que piensan.

Vox es el producto más redondo y acabado de los complejos del Partido Popular, casi siempre renuente a desembarazarse del consenso socialdemócrata en asuntos clave como la infame memoria histórica, la sectaria ley de violencia de género o las normas educativas monopolizadas y secuestradas históricamente por la izquierda. Vox no es la ultraderecha. Es la derecha sin complejos ni hipotecas y, todo hay que decirlo, con el programa político, económico y social más liberal del arco parlamentario.

Hasta ahora le ha sido muy difícil explicarlo porque el asedio al que le ha sometido la izquierda totalitaria y corrosiva del país, así como las televisiones mendaces que hegemonizan la nación han logrado impedirlo. Ha bastado un debate a tumba abierta en el que el señor Abascal ha logrado expresarse sin ser manipulado para que la gente corriente percibiera que Vox es un partido con el venerable y esquivo sentido común del que adolecen los señores Sánchez e Iglesias. Sólo resta que el mismo sentido común anime al Partido Popular a no romper los puentes enormemente benéficos que pueden construirse entre las dos formaciones políticas.   

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