Quantcast

Opinión

Matar a un ruiseñor

Cuando se supo, cuando trascendió, lo de menos fue que la creyeran o no. El abusador era quien era, la investigación se paralizó

Matar a un ruiseñor
La exvicepresidenta de la Comunidad Valenciana, Mónica Oltra, y el 'president' de la Generalitat, Ximo Puig. Europa Press

Es aniñada, menuda, con una carita resignada desde la que unos ojos pardos de cervatilla asustada miran a la cámara con una tristeza infinita. Todo en ella transmite una vulnerabilidad casi dolorosa, una orfandad esencial. Si es así ahora, cuatro años después de ser abusada por su educador y en aquel momento marido y subordinado de Mónica Oltra, es imposible no pensar en cómo era entonces. Mucho más niña, mucho más frágil. Es algo insoportable, estremecedor. Es una imagen que duele y que nos reta: Dime si hay algo más allá de esto, nos interpela. Non plus Oltra.
Por si la vida no le hubiera repartido las peores cartas posibles, privada de la infancia a la que todo niño tiene derecho, protegido y amado por su familia, Teresa tuvo que soportar ser el juguete sexual de quien tenía la obligación de protegerla. No lo contó porque como se portaba mal, -¡quién no se portaría mal en sus circunstancias!- pensó que nadie la creería. Cuando se supo, cuando trascendió, lo de menos fue que la creyeran o no. El abusador era quien era, la investigación se paralizó. La niña Teresa, con el corazón y el alma llena de cristales rotos. Los adultos a cuyo cargo estaba, abusando nuevamente de ella al negarle su protección.

Y al juzgado, la niña víctima con las manitas esposadas.
Decía Atticus Finch, en las palabras de Harper Lee en recuerdo de su padre, que 
“los ruiseñores no se dedican a otra cosa que a cantar para alegrarnos. No decoran los frutos de los huertos, no anidan en los arcones de maíz, no hacen nada más que derramar el corazón, cantando para nuestro deleite. Por eso es pecado matar a un ruiseñor”.

Se conoce, se maneja y se trata de desactivar de todas las maneras posibles. La primera, entorpeciendo la investigación, paralizándola

Si pecado es matarlo, también lo es dejarlo tirado y con su buchecito temblando cuando puedes hacer un hueco con tus manos y recogerlo del suelo para darle calor.
Resulta muy difícil creer que una esposa y jefa no supiera algo de las andanzas de su marido cuando la directora general que las estaba conteniendo era una íntima colaboradora. Un asunto de tal calibre no se puede ignorar, aunque tan solo sea por su capacidad de dinamitar cualquier carrera política. Se conoce, se maneja y se trata de desactivar de todas las maneras posibles. La primera, entorpeciendo la investigación, paralizándola. No hay posibilidad más plausible, no creo que exista. Oltra algo debía saber, según general opinión. Se antoja prácticamente imposible, una política de su experiencia, y en pleno ejercicio del cargo, permitirse el lujo de no saber nada. Y si no lo sabía o no quiso saberlo, su responsabilidad no es menor.
Ahora va a tener que responder porque no ha habido forma de paralizar o de enterrar definitivamente la investigación. Lo que se dirime es demasiado serio, demasiado trascendental. Lo que se ha hecho con esa criatura es vomitivo.
Pienso en Rosario Murillo, mujer del dictador nicaragüense Daniel Ortega. También su hija denunció los abusos sexuales que sufrió a manos de su padrastro y tuvo que sufrir el rechazo y la incredulidad de su madre.
Mujeres que protegen a sus maridos depredadores. Qué rabia y qué asco.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.