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Opinión

Callar y abrir la tienda

Malditos sean, que nos tienen bajo la bota y nadie nos defiende, que me los tengo que tragar, que no podemos con esto solos

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Alumnos en un instituto. Europa Press

Suena el despertador. Me remuevo en la cama un segundo antes de ir a despertar a los niños y ponerlos en marcha para ir al cole. Me asomo a la ventana para ver que día hace. Está amaneciendo. Hace frío fuera, les voy a poner el otro abrigo y la bufanda gorda. Voy a la habitación de los peques, está calentita, huele a ellos. Me acerco a sus camas, les toco la cabeza, ¡buenos días, campeones! Me contesta el mayor con un gruñidito, mientras el pequeño se hace el dormido, les voy a tener que pegar un berrido, ¡Venga, arriba, que se nos hace tarde! pero antes les voy a hacer cosquillas. Las risas. Con las risas se le olvida al pequeño que se estaba haciendo el dormido.

Vamos al baño en procesión hablando de los deberes, de los amigos, del patio, le quito el pijama al pequeño mientras el mayor se lava los dientes. Estos hijos míos no paran de reírse, tanta alegría no se paga con dinero, qué suerte tengo, qué preciosos son, oye, no empujes a tu hermano, que me tenéis harta, vamos a la cocina, que os hago la leche, venga, ¡espabilad!

Hace unos días que arde el chat de padres de la clase, los de siempre están en pie de guerra, yo no digo nada, estoy callada pero leo todos los mensajes, que son quinientos por hora, debe ser que estos no trabajan


En un gesto automático pongo la radio. Me olvido de lo que decidimos anoche, que mientras el asunto de ese pobre niño sea la noticia del día no la vamos a poner mientras estén los chiquillos en casa. El crío mayor se pone nervioso, me preguntó ayer si le va a pasar algo a él porque nosotros hablamos en español. ¿Mamá, no me va a pasar nada, verdad? Pero qué te va a pasar a tí, meloncete, gira y tómate el yogur y dame un beso, que tienes unas cosas! Hace unos días que arde el chat de padres de la clase, los de siempre están en pie de guerra, yo no digo nada, estoy callada pero leo todos los mensajes, que son quinientos por hora, debe ser que estos no trabajan, que a nosotros con la tienda y la casa no nos da la vida para tanto, pero oye, ahora hay que estar y que leerlo todo, hay que proteger las risas, estas risas mañaneras de mis hijos que no me las toque nadie. 

-¡Que no le tires el vaso a tu hermano! No llores, ven, que te pongo otro. Ya están hablando del niño, han identificado la casa de los padres, miro rápidamente al mayor, a ver si se ha dado cuenta, gracias a Dios está jugando, mejor, porque con lo inquieto que está con lo poco que percibe se hubiera removido, voy a aprovechar para apagar la radio, ya la pondré cuando los deje, nos conviene saber, hay que prepararse para lo que sea. La verdad es que la familia esa es muy valiente, creo que sé quienes son, qué faena que los hayan descubierto en esa web indepe, no me quiero imaginar lo que supondría para nosotros, con la de créditos que tenemos por pagar y la tienda que empieza a arrancar ahora, que si se tiene que renunciar a todo por ellos pues se renuncia, pero hay que tener mucho coraje, y ellos lo tienen.

Ya los tengo preparados, ¡vamos, a la calle!  Al final se ha quedado un día precioso, si es que aquí no acaba de hacer frío nunca, al borde del mar, un pueblo tan bonito, sería como estar siempre de vacaciones si no fuera por esta gente que no tiene más objetivo en la vida que controlarnos, que de dónde eres, en qué hablas, por dónde respiras, y nosotros a sonreír y a tragar, que tenemos negocio abierto, y a hablar en lo que sea, que hay que alimentar a estos.

No quiero que se críen así, asumiendo que su lugar es el silencio, sin dar la cara, sin permitirse un gesto de valor. Pero qué hago, si no tengo opción, si nos tienen sometidos, si estamos solos


Llegamos al cole. Me da miedo dejarlos, vienen hablando entre ellos en esa mezcla de catalán y castellano tan suya, que a mí me encanta, eh, pero me gustaría que supieran las dos lenguas igual de bien, les convendría por si tuvieran que estudiar fuera, para su vida, que ya haríamos su padre y yo los esfuerzos que fuera para ayudarles, pero tienen que saber hablar, y sobre todo escribir, a ver si se van a creer por ahí que mis hijos son tontos e incultos, y de eso nada. Pero no les enseñan, con lo del patio no basta. Eso es así, pero quién se atreve, míralos, tan bonicos, tan pequeños, tan vulnerables. Si me los aíslan es que me muero, primero mato, y luego me muero, no lo puedo soportar. Malditos sean, que nos tienen bajo la bota y nadie nos defiende, que me los tengo que tragar, que no podemos con esto solos.
> Ven un momento, le digo a mi mayor. Vuelve arrastrando los pies, ya estaba en su otro mundo, es llegar a la escuela y olvidarse de mí. ¿Te acuerdas de lo que te dijimos anoche, verdad? ¿Qué tienes que hacer si hablan de ese niño en clase? Callarme, mamá.  Pues eso, tú callado. Que bien que te va a costar, que hay que ver lo que charras.

Un último beso. No sé que ejemplo les estoy dando, no quiero que se críen así, asumiendo que su lugar es el silencio, sin dar la cara, sin permitirse un gesto de valor. Pero qué hago, si no tengo opción, si nos tienen sometidos, si estamos solos. Qué hago con este orgullo, y esta rabia y esta preocupación, y este amor por mis hijos. Pues callar, qué voy a hacer, callar. Callar y abrir la tienda.

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