Opinión

Cifuentes como síntoma: el PP no quiere regenerarse

Mariano Rajoy y Cristina Cifuentes, en la Convención del PP en Sevilla.

Caso Lezo. Caso Púnica. Caso Gürtel. Caso Taula. Caso Bárcenas. El Mastergate de Cristina Cifuentes. Cada nuevo escándalo relacionado con la corrupción provoca un incendio que quema la imagen del PP, erosiona su potencial electoral y silencia el discurso del Ejecutivo sobre la recuperación económica. Si en algo destaca el Partido Popular es en gestionar pésimamente sus episodios de corrupción. A base de querer disimularlos o camuflarlos amparándose en el derecho a la presunción de inocencia, solo ha conseguido que se eternicen en el tiempo, que salpiquen a más personas que sus propios autores o que terminen ensuciando el nombre del partido. La forma de afrontar, por ejemplo, el caso Bárcenas, con la vergüenza de los ordenadores borrados, los SMS de Rajoy, la indemnización diferida, el plasma y otras torpezas propias de aprendices, hizo que aquella corrupción pareciese sistémica del partido. Sumada al caso Púnica (“un grupito de aprovechados que no tiene nada que ver con el PP”, decían en Génova), los escándalos de Valencia, la financiación empresarial con facturas falsas en Madrid y otras hazañas de menor cuantía, el PP ha terminado como un partido corrupto y poblado de corruptos, cuyas finanzas han de ser investigadas por el Parlamento. Triste destino para la fuerza política que gobierna España.

La gestión del caso Murcia, mal cerrado con la dimisión del presidente del gobierno regional, Pedro Antonio Sánchez, tampoco pasará a la historia como ejemplo de inteligencia política. Al revés: el señor Sánchez queda como un gobernante que tuvo que renunciar obligado por la presión social y por las investigaciones judiciales. Y el Partido Popular queda como una organización aferrada al poder, que solo empuja a uno de sus dirigentes a dimitir cuando ve que puede perder un gobierno regional en la moción de censura de turno. Solo le ha movido ese impulso de poder. No hay noticia de que haya promovido previamente una investigación interna ni que haya querido cumplir el pacto ético suscrito con Ciudadanos en aquella comunidad autónoma. Los mismos derroteros empiezan a atisbarse en la Comunidad de Madrid.

Para desazón del PP, la historia es repetitivamente cíclica. Hace un año fue Pedro Antonio Sánchez. En estos días, lo es Cristina Cifuentes. Hasta el episodio de marras del famoso máster de la Universidad Rey Juan Carlos (URJC), Cifuentes ejercía de referente contra ese olor a podrido que subyace en algunas zonas del partido. Madrid, sin ir más lejos. Hoy, sin ser capaz de encontrar su trabajo de fin de máster por esas cajas que amontona en su casa después de tres mudanzas, con su equivocada estrategia de dejar toda la carga de la prueba en manos de la URJC, Cifuentes es ya un personaje político errante. Camina ya por esos abrazos de judas de los suyos, por ese falso cierre de filas del jolgorio pepero de este pasado fin de semana en Sevilla, preámbulo de nubarrones y ventisca en el futuro político de Cifuentes. Sus eslóganes ahora resuenan huecos. “Los casos de corrupción han sido una puñalada en el corazón del partido…”; “Tolerancia cero...”; “Colaboración total con la justicia….”

La gestión del caso Cifuentes viene siendo otra nueva (la enésima) oportunidad perdida ante esa necesidad acuciante de regeneración que predican los populares pero que tanto se resisten a aplicar. ¿Por qué esa obstinación del PP? Generalmente, todo partido político comienza a corromperse cuando sus responsables tienen como único objetivo la supervivencia"

El PP no sólo ha perdido a una candidata para las próximas elecciones autonómicas. La gestión del caso Cifuentes, por lo visto hasta la fecha, viene siendo otra nueva (la enésima) oportunidad perdida ante esa necesidad acuciante de regeneración que predican los populares pero que tanto se resisten a aplicar. ¿Por qué esa obstinación del PP? Generalmente, todo partido político comienza a corromperse cuando sus responsables tienen como único objetivo la supervivencia: que es lo que ocurrió en el famoso congreso de Valencia de 2008, que Rajoy ganó in extremis, inaugurando un liderazgo debilitado. A la crisis moral suele seguir la crisis intelectual: el partido pasa a tener como único objetivo la conquista y mantenimiento del poder, pasando las ideas a ser simple coartada para ello. Lo cual lleva ocurriendo desde 2011, con el ideario del PP al servicio del Gobierno y no al revés. En una última etapa, vacíos de ideas y de programa, convertidos en simples estructuras de poder, los partidos acaban derrumbándose de manera rápida: ocurre tan pronto como sufren un revés importante, para el que no tienen herramientas de respuesta. El último episodio es lo ocurrido en 2017 en Cataluña: el desplome electoral de un partido sin ideas ni principios.

Desde 2008, el PP se ha ido convirtiendo en  simple máquina de poder al servicio de Rajoy. Así ha acabado degenerando en sorayismo: la mezcla de burocracia, tecnocracia y propaganda centrada en un único objetivo, mantener el gobierno a cualquier precio, puro instinto de conservación. Un partido así es un partido sin cerebro, pero también sin alma. El cuerpo aún le sigue, puesto que decenas de miles de buenas personas, militantes y cargos en diputaciones o ayuntamientos, lo mantienen vivo. Pero la crisis de principios e ideario es el peor antídoto para no acabar fagocitado en las urnas. Las encuestas dibujan una cuesta abajo sin freno. Sin red. Del castañazo demoscópico se aprovecha Ciudadanos. En no pocos aspectos, el partido de Rivera se ha convertido en una formación más de fiar que la gerontocracia pintada de rosa que ocupa La Moncloa: Cataluña lo ha demostrado.

El partido de Albert Rivera se ha convertido en algo así como la conciencia crítica del PP. Por tanto, su potencial de crecimiento está en función de la incapacidad del PP para distanciarse de la corrupción. En resumen, la supervivencia de Ciudadanos depende de la torpeza del PP"

El 21D no había ningún motivo para preferir votar al PP antes que a Arrimadas, como no lo habrá para preferir votar a Rajoy antes que a Ciudadanos. En términos electorales, Ciudadanos ha arrebatado al PP el voto urbano, joven y de clase media: justo el que Aznar arrebató a González en 1993. No solo Rivera asaltará los votos populares, sino que vista la deriva del PP, es justo que lo haga.

Además, el partido de Albert Rivera se ha convertido en algo así como la conciencia crítica del PP. Por tanto, su potencial de crecimiento está en función de la incapacidad del PP para distanciarse de la corrupción. En resumen, la supervivencia de Ciudadanos depende de la torpeza del PP. Mientras que en asuntos como GürtelBárcenasPúnica, o en temas menores como el caso Auditorio, la táctica del PP siga siendo negar la evidencia o bien defender a los suyos hasta que no quede más remedio que prescindir de ellos, esos más de 3 millones de votantes perdidos no volverán. Con el caso Cifuentes, se sigue echando más gasolina al incendio.

Más allá de la política de tierra quemada de Génova y Moncloa en el PP, Rajoy dejará en los próximos meses una derecha social fraccionada en lo social, desmoralizada en lo intelectual y desorientada en lo político. Ciertamente, Rajoy va a dejar un Partido Popular sin personalidad política, sin ardor, sin cohesión social. Dicen los expertos que lo normal en estas circunstancias es la guerra civil: pero de una guerra civil protagonizada por los restos flotantes del marianismo –Feijoo, Cospedal, Cifuentes, Soraya y Pastor- no puede salir un partido fuerte y con ideas. Dado el grado de relativismo, de cinismo político y de degradación intelectual y moral, no hay regeneración posible del PP. No al menos regeneración que sirva a valores y principios y no al revés. El daño de la deriva tecnocrática del PP, y de su consecuencia, la corrupción, es tan profundo y peligroso que la política española se ha convertido en un intercambio de titulares llenos de ruido y furia. Los populares tienen gente para salir de la era tecnocrática suicida, pero están tardando mucho en dar un golpe de mano y hacerse con el poder en el partido. El realismo es pesimista, como bien enseñó Maquiavelo. He aquí todo.

@miguelalbacar