Opinión

¡Que me limpien la calle!

¡Que me limpien la calle!

La nevada Filomena nos ha descubierto un nuevo derecho. Los servicios públicos en un país de secano deben estar preparados para hacer frente una precipitación excepcional que ocurre cada 60 años. Nos tienen que quitar la nieve de la puerta de casa o del garaje o de la tapa del cubo de la basura. Un operario con pala debe hacernos un sendero a cada uno de nosotros para que podamos transitar sin resbalones. Nuestros pies tienen que caminar sobre un suelo seguro, pero garantizado a cada centímetro por el Estado, la autonomía, el ayuntamiento e incluso la diputación provincial. Por cierto, en la España vaciada, la rural, quitan la nieve de la puerta de casa sin pedir permiso y con sentido común. En la urbe española por excelencia da lo mismo si la nevada se prolonga durante 30 horas y lo caído equivale a la precipitación, como dicen los del tiempo, de todo un invierno. Que alguien nos resuelva el problema de manera oficial. Quien se atreva a solucionarlo por su cuenta es un insolidario que no tiene conciencia colectiva o, mejor dicho, de rebaño. Por lo menos a Almeida se le ha ocurrido ponerse a limpiar empezando por las calles principales sin mirar si se encuentran en un distrito del norte o del sur de Madrid. Una lucha de clases bajo cero hubiera sido de una demagogia tan barata como fría.

No habían pasado ni 24 horas desde el final de la nevada y ya se reclamaban, a gritos en las redes sociales, las soluciones inmediatas al nevazo, porque menuda vergüenza si no lo resuelven ahora mismo

Queremos que nos arreglen hasta los detalles más cotidianos, pero sin excepciones y, especialmente, sin dar una sola palada. La comprensión sobre lo que significa un fenómeno natural no debe formar parte de los deberes ciudadanos. Sin las cadenas del Estado no somos nada. La nevada Filomena como una fuente de derechos. No habían pasado ni 24 horas desde el final de la nevada y ya se reclamaban, a gritos en las redes sociales, las soluciones inmediatas al nevazo, porque menuda vergüenza si no lo resuelven ahora mismo. Los españoles somos expertos en todo; eso sí, refugiados tras las ventanas haciendo vídeos y fotos: la culpa la tienen los recortes en el sector público.

No cabía la sorpresa

Entonces, ¿por qué no para de crecer la deuda… pública? ¡Qué me limpien la calle! Y que no sea cosa de particulares. Que ni se les ocurra contratar a empresas privadas. Las agresiones a los conductores voluntarios de los 4x4, por hacer de taxistas sin cobrar, asustan por lo que asoman. Solo el Estado y nada más que con permiso del Estado. Estábamos avisados. Sabíamos hasta la hora exacta de mayor intensidad de la nevada. Por supuesto que existen las causas de fuerza mayor, pero las situaciones evitables superan de manera sobresalienta a las que no. Las televisiones, las radios o internet, al alcance de cualquiera en los teléfonos llamados inteligentes, informaron con tiempo y margen. No cabía la sorpresa y menos si se forma parte de un Gobierno con acceso a la información de la Agencia de Meteorología que con precisión anunció la nevada. Pero no importa, porque si no se hace caso a la alerta roja, ya vendrá al rescate un guardia civil, al que tengo derecho, si ignoro las advertencias. No se debe generalizar ni para lo bueno ni para lo malo. No hay excusa en una sociedad con acceso a la información si luego actúa de manera infantil. La libertad no es una concesión del Estado, tampoco la responsabilidad se nos concede administrativamente. Una y otra, libertad y responsabilidad, deben participar, a la vez, en cada uno de nuestros actos. Corren de nuestra cuenta como ciudadanos.

Cuando el señor Simón, portavoz agotado e increíble del ministro candidato Illa, sitúa al comportamiento de los españoles como el responsable del incremento de la tercera ola del coronavirus, confirma la idea dominante: solo si se impide hacer se consigue el objetivo de acabar con el virus. Que el Estado saque el palo para el virus y la pala contra el hielo. Los gobiernos autonómicos no se quedan atrás e insisten en exprimir hasta el límite el decreto de alarma con el que el presidente Sánchez ha ejercido su dejación de funciones. Tanto él como su vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, se han ausentado de los problemas. Una epidemia o una nevada descomunal suponen el desgaste de la gestión, se puede meter la pata, e incluso demostrar incompetencia y torpeza como el ministro Marlaska al negar por prejuicio que Madrid, tras Filomena, pueda ser una zona catastrófica.

Lo difícil es tratar a los ciudadanos como adultos y explicarles que solo con más gasto, y por lo tanto deuda con intereses, no se sale del túnel

Otra vez nuestros gobernantes, incluidos los del PP en algunas comunidades autónomas, insinúan que solo un encierro general soluciona el problema, casi un año después del primer confinamiento. Basta con contemplar cómo las decisiones parciales, que cierran empresas y mandan al paro a miles de personas, solo contribuyen a agrandar una crisis que nos va a llevar toda una década de sacrificios. Como se ha contado en Vozpópuli, el Estado, al que todo se le reclama, va a pagar este 2021 más intereses por la deuda que subsidios de paro. Nadie discute que se pida dinero para hacer frente a lo extraordinario. Lo difícil es tratar a los ciudadanos como adultos y explicarles que solo con más gasto, y por lo tanto deuda con intereses, no se sale del túnel, y menos con un Estado exhausto. Como en la nevada, algo debemos poner de nuestra parte siguiendo las recomendaciones contra el virus.

Dentro de un par de días, cuando la nieve sea agua y el hielo un mal recuerdo, volveremos a ver cómo se reclama que el Estado pare la tercera ola metiendo en casa a los ciudadanos a los que no se puede dejar solos y menos por Navidad. Que ganas tienen algunos, y no solo dirigentes políticos, de un nuevo confinamiento que obligue a obedecer, porque la salud prevalece sobre la libertad y la responsabilidad. No somos de fiar y hay que meternos en vereda. A todo esto, qué pasa con las vacunas. Más de uno debería dimitir por exceso de propaganda. Solo quince días del año 21 y ya estamos deseando que se termine, por si acaso.